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José María Blázquez

El Juego de Hollywood

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Hay dos modelos esenciales para producir una película. El primero de ellos, tiene lugar cuando un productor diseña un producto-película para un target específico (véase ‘Barton Fink’ de los hermanos Coen). Tras ello, opta bien por llamar a su asistente para que busque entre la pila de guiones recibidos intentando encontrar algo que más o menos se ajuste a lo que se ha diseñado, o también puede elegir mirar la montaña de currículums de guionistas para elegir a uno o contratar a alguien conocido para encargarle la tarea de desarrollar algo decente de una idea cogida por pinzas y con unas pautas claramente comerciales. Hay excepciones, claro está. Después, nos encontramos con el segundo modelo de producción, mucho más conocido por el público (véase ‘Sunset Boulevard’ de Billy Wilder), puesto que puede pensarse que responde al idealismo del ‘artista como creador de belleza’ (algo matizable, sin duda). Se trata de que un guionista o un tándem, normalmente compuesto por (co)guionista y (co)director (suelen tener éxito aquellos con algo de reconocimiento), que pretenden vender (la moto) al productor con una propuesta de guión/proyecto. En estas circunstancias se produce, en ocasiones, una dialéctica de lo más curiosa. Mientras que el artista piensa en la arte, el productor lo hace en las matemáticas. Por consiguiente, si el pobre guionista pretende tener éxito, debe dominar el idioma de aquel que pone el dinero, que para el uso de la buena retórica aplicada debería plasmarse en la orientación comercial y la síntesis. Partimos de la idea que el productor no lee los guiones, sólo el Tagline y una sinopsis corta, puesto que lo que buscan es tener una imagen (económica) clara de lo que será el producto con el menor esfuerzo. Debido a este hecho, el código se ha desarrollado tanto que desde hace muchos años se opta por el uso de etiquetas. La más célebre de ellas, probablemente, es la que se utilizó para vender ‘Alien’ (guión que estuvo paseándose de estudio en estudio durante largo tiempo y que tuvo innumerables reescrituras, lo que provocó que hubiese conflictos de cara a la autoría), y esta no fue otra que definirla cómo ‘Tiburón’ en el espacio. Ante esta escueta sugerencia, es fácil pensar que el productor decodificaría el mensaje del siguiente modo:

(‘Tiburón’ = film de éxito en taquilla) + (moda/interés creciente del público por películas en el espacio >boom ‘Star Wars’) = ¡compramos!
Bajo esta premisa podríamos analizar uno de los largometrajes que se han estrenado esta semana, imaginando así cómo podría haberse vendido para conseguir la luz verde en el proyecto.

Caso de estudio: ‘Vivir para siempre’ (‘Ways to live forever’) de Gustavo Ron. Película lacrimógena en busca de la ternura que puede provocar el binomio ‘niño (inocente) enfermo’, donde dicho protagonista cual ‘Principito’ de Saint-Exupéry, pregunta a los mayores sobre todas aquellas cosas que le preocupan, que no entiende y, sobre todo, habla de aquellas cosas que quiere hacer antes de morir. Una traducción posible para un productor podría ser: ‘Mi vida sin mí’ (unos 2 millones de euros de presupuesto, pero rentabilizados ampliamente) protagonizada por ‘El Principito’ (libro de enorme éxito y fama).

Tal vez, la opción más interesante esta semana sea la que nos propone ‘Copia certificada’ (‘Copie Conforme’). El director Abbas Kiarostami tal vez no se prodigue en sacar películas todos los años cómo hacen algunos de sus colegas en Estados unidos (los proyectos en Europa funcionan de un modo diferente), pero cuando alguna llega a nuestra cartelera no suele dejarnos indiferentes. Así que, si está pensando en dar de comer a Ben Affleck y alargar su carrera, no lo haga. Hay opciones mejores.

El Juego de Hollywood

José María Blázquez
José María Blázquez
sábado, 30 de octubre de 2010, 07:50 h (CET)
Hay dos modelos esenciales para producir una película. El primero de ellos, tiene lugar cuando un productor diseña un producto-película para un target específico (véase ‘Barton Fink’ de los hermanos Coen). Tras ello, opta bien por llamar a su asistente para que busque entre la pila de guiones recibidos intentando encontrar algo que más o menos se ajuste a lo que se ha diseñado, o también puede elegir mirar la montaña de currículums de guionistas para elegir a uno o contratar a alguien conocido para encargarle la tarea de desarrollar algo decente de una idea cogida por pinzas y con unas pautas claramente comerciales. Hay excepciones, claro está. Después, nos encontramos con el segundo modelo de producción, mucho más conocido por el público (véase ‘Sunset Boulevard’ de Billy Wilder), puesto que puede pensarse que responde al idealismo del ‘artista como creador de belleza’ (algo matizable, sin duda). Se trata de que un guionista o un tándem, normalmente compuesto por (co)guionista y (co)director (suelen tener éxito aquellos con algo de reconocimiento), que pretenden vender (la moto) al productor con una propuesta de guión/proyecto. En estas circunstancias se produce, en ocasiones, una dialéctica de lo más curiosa. Mientras que el artista piensa en la arte, el productor lo hace en las matemáticas. Por consiguiente, si el pobre guionista pretende tener éxito, debe dominar el idioma de aquel que pone el dinero, que para el uso de la buena retórica aplicada debería plasmarse en la orientación comercial y la síntesis. Partimos de la idea que el productor no lee los guiones, sólo el Tagline y una sinopsis corta, puesto que lo que buscan es tener una imagen (económica) clara de lo que será el producto con el menor esfuerzo. Debido a este hecho, el código se ha desarrollado tanto que desde hace muchos años se opta por el uso de etiquetas. La más célebre de ellas, probablemente, es la que se utilizó para vender ‘Alien’ (guión que estuvo paseándose de estudio en estudio durante largo tiempo y que tuvo innumerables reescrituras, lo que provocó que hubiese conflictos de cara a la autoría), y esta no fue otra que definirla cómo ‘Tiburón’ en el espacio. Ante esta escueta sugerencia, es fácil pensar que el productor decodificaría el mensaje del siguiente modo:

(‘Tiburón’ = film de éxito en taquilla) + (moda/interés creciente del público por películas en el espacio >boom ‘Star Wars’) = ¡compramos!
Bajo esta premisa podríamos analizar uno de los largometrajes que se han estrenado esta semana, imaginando así cómo podría haberse vendido para conseguir la luz verde en el proyecto.

Caso de estudio: ‘Vivir para siempre’ (‘Ways to live forever’) de Gustavo Ron. Película lacrimógena en busca de la ternura que puede provocar el binomio ‘niño (inocente) enfermo’, donde dicho protagonista cual ‘Principito’ de Saint-Exupéry, pregunta a los mayores sobre todas aquellas cosas que le preocupan, que no entiende y, sobre todo, habla de aquellas cosas que quiere hacer antes de morir. Una traducción posible para un productor podría ser: ‘Mi vida sin mí’ (unos 2 millones de euros de presupuesto, pero rentabilizados ampliamente) protagonizada por ‘El Principito’ (libro de enorme éxito y fama).

Tal vez, la opción más interesante esta semana sea la que nos propone ‘Copia certificada’ (‘Copie Conforme’). El director Abbas Kiarostami tal vez no se prodigue en sacar películas todos los años cómo hacen algunos de sus colegas en Estados unidos (los proyectos en Europa funcionan de un modo diferente), pero cuando alguna llega a nuestra cartelera no suele dejarnos indiferentes. Así que, si está pensando en dar de comer a Ben Affleck y alargar su carrera, no lo haga. Hay opciones mejores.

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