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La vuelta a la caverna

Almudena Negro
Almudena Negro
miércoles, 28 de diciembre de 2005, 15:56 h (CET)
Hablan de progreso, pero en realidad es regreso. Una de las grandes mentiras del socialismo es la que se sustenta sobre la crueldad del hombre hacia la naturaleza. Esto en realidad encubre una postura belicosa más hacia el desarrollo que el ser humano ha ido forjando en los últimos dos siglos, principalmente a raíz de la Revolución Industrial del siglo XIX, que supuso el un impulso para el desarrollo de las democracias liberales que hoy en día disfrutamos; contrariamente a lo que pensaban los marxistas, no se cumplió el pronóstico del juego de suma cero, en donde unos pierden (los obreros) para que ganen los otros (los empresarios). El proceso de revolución industrial y desarrollo de la economía liberal, aunque tuvo unos comienzos con condiciones laborales ciertamente precarias, supuso la extensión del desarrollo económico para grandes capas de la sociedad, con la consolidación de las clases medias.

En esta misma línea, a las precarias o inexistentes medidas ambientales de estos inicios, hoy sumamos un grado de compatibilización del desarrollo económico con la protección ambiental muy elevado. Desde los años 70, tras la Declaración de Estocolmo y los primeros programas ambientales impulsados por la OCDE y los países desarrollados, la situación ha evolucionado medioambientalmente de forma muy favorable. No son ciertas las predicciones de apocalipsis medioambiental a medio plazo que parecen formar parte de lo políticamente correcto. Por el contrario, los avances han sido espectaculares en los últimos años:

- La reducción de CFC y de emisión de determinados gases a la atmósfera.

- El reciclaje de residuos sólidos urbanos y el correcto tratamiento de los residuos peligrosos.

- La depuración de las aguas.

- La mayor sensibilidad ambiental de la población.

Todas ellas han sido políticas desarrolladas por gobiernos liberales. Bien es cierto que en algunos ámbitos quedan todavía muchos problemas que resolver, pero su solución debe venir de la mano de realidades científicas y económicas que permitan su implantación.

El fácil recurso del alegato medioambiental lleno de buenas intenciones pero vacío de contenido no es más que una irresponsabilidad cuanto menos o, incluso, algo peor: un nuevo frente abierto en contra de las economías y democracias liberales por parte de los partidarios de la caverna.

Otra de las grandes mentiras ecologistas es la del uso y producción de energía que pretende hacernos creer que las energías alternativas son la panacea. Ya advirtió Gorbachov en su intervención en el Forum de Barcelona 2004 que las energías alternativas eran energías para países pijos.

Por un lado, las energías alternativas arrastran sus propios problemas medioambientales (por ejemplo, el impacto visual de los campos eólicos o la alta contaminación de las desalinizadoras) y, por otro, jamás podrán sustituir a la fuente principal de energía, como es el petróleo. Recordemos que el petróleo y sus derivados (vehículos, calefacciones) son la principal fuente de contaminación de dióxido de carbono que está erosionando la capa atmosfrica. Actualmente, la única fuente de energía capaz de sustituir al petróleo es, sin lugar a dudas, la energía atómica, tradicional campo de batalla de la progresía.

El nivel de seguridad de las centrales nucleares es altísimo. Muchas veces, como ejemplo de su falta de seguridad, se alude al accidente de Chernobyl en los aos 80. Sin embargo, esto no era más que otro exponente del grado de deterioro de la economía planificada de la URSS. El estajanovismo propiciado por las autoridades de la URSS les llevó a la despersonalización del individuo y a la supremacía de la producción obviando la implantanción de medidas de seguridad y la nula atención a los problemas ambientales.

Precisamente, el desastroso estado de la industria de los países del Este es el reto más importante que tienen para su adaptación al modelo de producción occidental.

La energía nuclear, pese a lo que braman sus detractores, es la energía más limpia y eficiente de la que tecnológicamente disponemos a día de hoy. Y existen medios para paliar sus inconvenientes.

Pero nuevamente nos encontramos con los trogloditas de la caverna, encarnados en el Presidente del Gobierno de España que, mientras que en Europa (Francia, Alemania y los países nórdicos) están empezando a volver a apostar por la energía nuclear como fuente limpia, barata y segura, insiste en hacer saltar chispas frotando piedras dentro de la caverna en todos los lugares de este país, antes llamado España.

Eso llevaría España a la ruina. Mientras se ponen chinitas al gaseoducto -y el Gas Natural es otra energía limpia, segura y barata- entre España y Argelia (todo sea por el amigo Mohamed), mientras los apagones el cítricos son cada vez más numerosos, ZP ahora pretende cerrar las pocas centrales nucleares que hay en España, que generan el 20% de la electricidad que disfrutamos para subvencionar a los españolitos con una caja de fósforos. Y eso si Narbona no lo remedia diciendo que el fósforo contamina.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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