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El verdadero motor del empleo

Robert J. Samuelson
Robert J. Samuelson
martes, 5 de octubre de 2010, 06:47 h (CET)
WASHINGTON -- Si a usted le inquieta la creación de empleo -- ¿y a quién no en los tiempos que corren? -- debe discutir con alguien como Morris Panner. En 1999, Panner y unos cuantos más abrieron una pequeña empresa de software en Boston llamada OpenAir. Llegado 2008, la vendieron por 31 millones de dólares. La empresa había crecido entonces hasta alcanzar los 50 empleados más o menos. Resulta que esa libre iniciativa privada (esencialmente: la creación de nuevas empresas) es crucial para la creación de empleo. Pero como sugiere la experiencia de Panner, a menudo el éxito es un trabajo arduo.

Lo frustrante y sorprendente del actual paro es que la economía estadounidense ha sido durante mucho tiempo un fenomenal motor del empleo. He aquí los datos: 83 millones de puestos de trabajo sumados de 1960 a 2007 con sólo seis años de deterioro (1961, 1975, 1982, 1991, 2002 y 2003). El análisis generalizado achaca los pobres resultados de la actualidad (el empleo está a 7,6 millones de puestos de trabajo de su apogeo pre-recesión) a una demanda endeble. Como la gente no consume, las empresas no contratan. Aunque cierto, esto se salta el vital papel de la libre iniciativa privada.

En cualquier ejercicio concreto, el empleo puede plasmar los altibajos del ciclo económico. Pero en horquillas temporales más amplias, casi todo el crecimiento del empleo se deriva de las empresas nuevas. El motivo: las elevadas tasas de mortalidad entre las empresas existentes. Hasta las empresas asentadas sucumben a las amenazas: nueva competencia, nuevos productos o tecnologías; mercados maduros; el fallecimiento de fundadores y desaparición de linajes familiares; cambios en los gustos del consumidor; gestión desastrosa y falta de rentabilidad. Una compañía fundada en la actualidad tiene un 80% de probabilidades de desaparecer durante el próximo cuarto de siglo, comenta un estudio realizado por Dane Stangler y Paul Kedrosky, de la Fundación Kauffman.

Es cierto que algunas empresas asentadas en los mercados -- las Exxon y la Procter & Gamble - aguantan. Las cuatro quintas partes de las integrantes del Fortune 500 se fundaron antes de 1970, destacan Stangler y Kedrosky. Pero son excepciones, y muchas ilustres han desaparecido: Pan Am (la principal aerolínea internacional en tiempos), Digital Equipment (el segundo fabricante de ordenadores una vez) o Circuit City (la otrora principal cadena de electrónica de consumo).

El debate a cuenta de si las pequeñas o grandes empresas crean más puestos de trabajo es engañoso. La verdadera distinción es entre nuevas y veteranas.

El trabajador estadounidense se reparte de forma desigual entre empresas de plantillas de más o menos 500 empleados. En los buenos tiempos, las empresas veteranas de todos los tamaños sí crean un montón de puestos de trabajo. Pero también destruyen empleo, a medida que ciertos sectores se contraen o desaparecen. A la hora de hacer cuentas, la creación y la destrucción de puestos de trabajo [en las empresas veteranas] se cancelan mutuamente. Todo el incremento neto del empleo tiene lugar en las empresas recién abiertas, según concluye un estudio del período 1992-2005 realizado por los economistas John Haltiwanger, de la Universidad de Maryland, y Jarmin Ron y Javier Miranda, del Registro. Dado que la mayoría de las empresas que acaban de ponerse en marcha son por fuerza pequeñas, esto concede una ventaja estadística en la creación de empleo a los negocios minúsculos. Pero, afirma el estudio, el efecto refleja por completo el impacto de las empresas nuevas.

Claro, la libre iniciativa tiene una desventaja: los periodos de expansión y contracción. Acuérdese de la "burbuja" tecnológica de las puntocom. Pero más perjudiciales, aduce Panner, son los populares errores de concepción generalizados a propósito de lo que es y lo que no la iniciativa empresarial.

Empiece por el mito del bombazo: el éxito implica la creación de empresas enormes de corte Google que transforman nuestra vida cotidiana. En la realidad, "la mayoría de las empresas de capital de riesgo no cambian el mundo", dice Panner. Son compañías anónimas que proporcionan bienes y servicios muy especializados, mas restaurantes, talleres mecánicos y muchos negocios cotidianos. Al año se abren más de medio millón de empresas, recogen Haltiwanger, Jarmin y Miranda. La cifra debe ser grande para tener impacto sobre la población activa de 155 millones de personas.

En segundo lugar está el mito de la inspiración: la mayoría de las empresas que abren salen de alguna epifanía que anuncia la llegada de un nuevo producto o tecnología. Error. Los momentos de inspiración son contados. Las empresas cambian de planes continuamente. OpenAir desechó su idea original, que atrajo a escasos clientes. "No puedes hacer mucho hasta que satisfaces las necesidades de alguien", dice Panner. Descubrir lo que funciona es agotador, frustrante y arriesgado. Las estadísticas de fracaso son elevadas; la mitad de las empresas nuevas desaparecen en cinco años.

Y por último, el mito del incentivo: es necesario mantener bajos los tipos fiscales, para que los empresarios puedan cosechar enormes beneficios de su tiempo, sudor y dinero. Bueno, esto puede ser cierto, pero pasa por alto una verdad paralela: el freno público a la libre iniciativa. Panner, Demócrata afiliado, critica las complejas regulaciones contables, laborales y sanitarias impuestas por las agencias federales y estatales, que consumen fondos de inversión y tiempo escasos. El fragmentado sistema de la supervisión de la actividad impone prejuicios burocráticos, tal vez involuntarios, a las empresas que abren. Cada reglamento o impuesto puede parecer justificable por separado; pero el efecto colectivo puede ser abrumador.

El riesgo está en todos lados. La buena noticia es que el instinto de la iniciativa parece profundamente arraigado en la cultura económica de la nación. A los estadounidenses les gusta crear; son ambiciosos; muchos quieren ser "sus propios jefes"; muchos desean fama y fortuna. (Panner ya está inmerso en una nueva tecnológica, TownFlier. Tiene cinco empleados en plantilla). La mala noticia es que el capital de riesgo para las empresas que abren no abunda y los líderes políticos parecen desconocer casi por completo los onerosos reglamentos públicos. Esto hay que abordarlo. La libre iniciativa no va a cerrar instantáneamente el déficit de puestos de trabajo de América, pero sin ella no se va a producir ninguna recuperación firme.

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