La violencia como hecho histórico aparece con la misma naturaleza. La violencia como hecho biológico nace con los seres vivos y la lucha por la supervivencia. La violencia como hecho humano nace con el hombre.
Un hecho doloroso: la experiencia de la violencia. A pesar de los esfuerzos innegables que el hombre realiza para civilizarse. Pese a las conquistas maravillosas de la razón humana en los múltiples campos del saber y de la ciencia hay un campo en que el hombre no puede ni debe sentirse satisfecho: la no violencia no es todavía una conquista estable. La violencia injusta no sólo no disminuye sino que aumenta en el mundo entero: la historia humana está marcada y como sellada por la violencia. Las víctimas de la violencia constituyen una de las cadenas más trágicas de la humanidad. Y en el mundo en que vivimos vemos aumentar el número de seres vivos pero al mismo tiempo aumenta peligrosamente la violencia que amenaza, con su presencia indeseable, la vida humana.
La violencia es, según sus partidarios, un instrumento legítimo para conseguir sus fines: el cambio de estructuras en la sociedad. Pero todo instrumento o medio se legitima en sí mismo y en sus objetivos. El hombre no puede utilizar un instrumento malo para conseguir un fin bueno –menos, por supuesto- un fin malo. Vale la pena recordar que el fin jamás justifica los medios porque hoy se ha olvidado. Los fines se consiguen de forma racional, es decir, humana. La operación sigue al ser, dice un conocido principio filosófico. De ahí que la conducta razonable sea propia del ser inteligente. Una conducta al margen de la razón no sería ética y estaría por tanto al margen de los valores. La actitud violenta –cuando es injusta- es irracional. Por lo tanto incontrolable. El hombre no tiene derecho a provocar, conscientemente, una violencia, cuyas consecuencias no sabe adonde pueden alcanzar; y más en circunstancias en que se ve afectada la dignidad de la persona humana. La violencia, una vez desatada, rara vez es controlable. De ahí su injusticia, su irracionalidad y en consecuencia su inmoralidad. La actitud violenta es antiética. La razón está en que el hombre tiene obligación de actuar siempre racionalmente, esto es, de acuerdo con su dignidad personal de ser libre porque sólo en ese caso actúa de acuerdo con su naturaleza específica y en consecuencia se perfecciona como hombre y como ser sociable.