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Pasan de largo como una especie de silbo sin roce de hojas

La perla poética

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De todas las parábolas -esa forma de enseñar al pueblo con sencillos cuentos extraídos de la vida común- contenidas en el libro que parece narrar los dichos y hechos de Jesús de Nazaret, hay una de gran contenido plural, o sea, aplicable a otras vivencias más allá de la estrictamente religiosa.

La parábola en cuestión es la pequeña historia del mercader de perlas, el agente comercial ocupado en la compra y venta de las mismas que, un día cualquiera, se encuentra con “LA” (artículo determinado) perla, y contento y entusiasmado vende todas las que tenía para adquirir la del encuentro, la del hallazgo. El carpintero judío compara esa (“LA”) perla con el Reino, Reinado de Dios quizás sea más teológico.

En el campo del amor este ejemplo es fácilmente comprendido por los que aman, una muy rara especie en peligro de extinción. A veces, los hombres y mujeres andan entretenidos en la búsqueda del otro/a. Van encontrando en su camino la diversidad cultivada, o sea, un collar de perlas igual para él o ella. Un día, porque sí, no hay más explicación en estos menesteres, se encuentra con el otro/a que no forma parte del collarín, porque es único para el hombre o mujer, y todo se hace fiesta en el amor.

En otros campos, por ejemplo la poesía, nos entregan poemas fotocopias de un mismo original con el tipo de letra ligeramente cambiado. Pasan de largo como una especie de silbo sin roce de hojas, de vida. En ese recorrido diario por la lectura poética, un día un poema abre la intimidad de la puerta de la conmoción y nos interpela personalmente. Se produce el milagro, porque lo que hemos encontrado es “la perla poética”, la poesía no clónica, la no fotocopiada y, sin caer en la cuenta, el resto nos parece el producto de una fábrica de churros.

En política existe el masculino de la perla, o sea, “el perla”, y los hay de todos los pelajes.

La perla poética

Pasan de largo como una especie de silbo sin roce de hojas
José García Pérez
martes, 24 de enero de 2017, 00:21 h (CET)
De todas las parábolas -esa forma de enseñar al pueblo con sencillos cuentos extraídos de la vida común- contenidas en el libro que parece narrar los dichos y hechos de Jesús de Nazaret, hay una de gran contenido plural, o sea, aplicable a otras vivencias más allá de la estrictamente religiosa.

La parábola en cuestión es la pequeña historia del mercader de perlas, el agente comercial ocupado en la compra y venta de las mismas que, un día cualquiera, se encuentra con “LA” (artículo determinado) perla, y contento y entusiasmado vende todas las que tenía para adquirir la del encuentro, la del hallazgo. El carpintero judío compara esa (“LA”) perla con el Reino, Reinado de Dios quizás sea más teológico.

En el campo del amor este ejemplo es fácilmente comprendido por los que aman, una muy rara especie en peligro de extinción. A veces, los hombres y mujeres andan entretenidos en la búsqueda del otro/a. Van encontrando en su camino la diversidad cultivada, o sea, un collar de perlas igual para él o ella. Un día, porque sí, no hay más explicación en estos menesteres, se encuentra con el otro/a que no forma parte del collarín, porque es único para el hombre o mujer, y todo se hace fiesta en el amor.

En otros campos, por ejemplo la poesía, nos entregan poemas fotocopias de un mismo original con el tipo de letra ligeramente cambiado. Pasan de largo como una especie de silbo sin roce de hojas, de vida. En ese recorrido diario por la lectura poética, un día un poema abre la intimidad de la puerta de la conmoción y nos interpela personalmente. Se produce el milagro, porque lo que hemos encontrado es “la perla poética”, la poesía no clónica, la no fotocopiada y, sin caer en la cuenta, el resto nos parece el producto de una fábrica de churros.

En política existe el masculino de la perla, o sea, “el perla”, y los hay de todos los pelajes.

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