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Quique Espejo

Aparente sencillez amarga

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O como una película aparentemente romántica puede convertirse en una película de una amargura atroz. El poco prolífico James Gray (cuatro películas en catorce años) conduce esta historia con una cantidad de sutiles matices a lo largo de todos los minutos que dura. Además, el subtexto crece con el desarrollo del guión.

Joaquin Phoenix está muy sólido en el papel de un enfermo bipolar (Leonard) abandonado por su novia cuando se iba a casar. Nada nuevo bajo el sol. La historia comienza tiempo después de este hecho y desde una escena que define perfectamente el problema que posee Phoenix. Esa confrontación entre locura y encanto se mantendrá intacta hasta el final.

Pero el contexto en el que se desarrolla la historia, sobre todo en el bloque de pisos donde vive el protagonista y su vecina, Michelle, interpretada por Gwyneth Palthrow, es muy oscuro. El uso de atmósferas sonoras, sobre todo en la habitación de Leonard, así como de sonidos metálicos procedentes del metro y de la ciudad, imbuye aun más esta sensación.

Mientras la figura del pagafantas era tomada con mucho humor y ternura en la película de Cobeaga, aquí se lleva justo al lado contrario, el de la soledad, el de la amargura y por qué no, el de resentimiento. El dilema que trae en sí mismo el personaje se ve reforzado ante la situación sentimental que en un momento dado, la vida ofrecerá a Leonard: lo sensato, lo coherente, lo fácil (Vinessa Shaw), frente a lo nuevo, lo pasional, lo no vivido (Palthrow)

Y el desarrollo se lleva a cabo con un clasicismo formal que incluye tanto a la fotografía como al montaje y que funciona en la mayoría de los momentos. Abstenerse aquellos que consideren que la definición del personaje se produce sólo por lo que dice y no por su lenguaje gestual y sobre todo, aquellos que prefieran encontrarse en el cine el amor no como es, sino como nos gustaría que fuera siempre.

En un tiempo en el que parece que no queda nada por inventar, siempre es agradecido una visión cinematográficamente agradable sobre una problemática ancestral, pero tan reforzada en nuestro presente, el miedo a la soledad, aunque sea dos años después de su estreno.

Aparente sencillez amarga

Quique Espejo
Quique Espejo
sábado, 29 de mayo de 2010, 08:43 h (CET)
O como una película aparentemente romántica puede convertirse en una película de una amargura atroz. El poco prolífico James Gray (cuatro películas en catorce años) conduce esta historia con una cantidad de sutiles matices a lo largo de todos los minutos que dura. Además, el subtexto crece con el desarrollo del guión.

Joaquin Phoenix está muy sólido en el papel de un enfermo bipolar (Leonard) abandonado por su novia cuando se iba a casar. Nada nuevo bajo el sol. La historia comienza tiempo después de este hecho y desde una escena que define perfectamente el problema que posee Phoenix. Esa confrontación entre locura y encanto se mantendrá intacta hasta el final.

Pero el contexto en el que se desarrolla la historia, sobre todo en el bloque de pisos donde vive el protagonista y su vecina, Michelle, interpretada por Gwyneth Palthrow, es muy oscuro. El uso de atmósferas sonoras, sobre todo en la habitación de Leonard, así como de sonidos metálicos procedentes del metro y de la ciudad, imbuye aun más esta sensación.

Mientras la figura del pagafantas era tomada con mucho humor y ternura en la película de Cobeaga, aquí se lleva justo al lado contrario, el de la soledad, el de la amargura y por qué no, el de resentimiento. El dilema que trae en sí mismo el personaje se ve reforzado ante la situación sentimental que en un momento dado, la vida ofrecerá a Leonard: lo sensato, lo coherente, lo fácil (Vinessa Shaw), frente a lo nuevo, lo pasional, lo no vivido (Palthrow)

Y el desarrollo se lleva a cabo con un clasicismo formal que incluye tanto a la fotografía como al montaje y que funciona en la mayoría de los momentos. Abstenerse aquellos que consideren que la definición del personaje se produce sólo por lo que dice y no por su lenguaje gestual y sobre todo, aquellos que prefieran encontrarse en el cine el amor no como es, sino como nos gustaría que fuera siempre.

En un tiempo en el que parece que no queda nada por inventar, siempre es agradecido una visión cinematográficamente agradable sobre una problemática ancestral, pero tan reforzada en nuestro presente, el miedo a la soledad, aunque sea dos años después de su estreno.

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