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Un relato de Esther Videgain

Las estafas del sexo oral telefónico: ¿placer o necesidad?

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Julieta perdió su trabajo y se dispuso a empezar la búsqueda activa. Ella era muy pudorosa vistiendo. Llevaba siempre faldas largas hasta los tobillos y jerseys de cuello vuelto. Nunca sonaba el móvil a pesar de que enviaba muchos curriculums a las distintas ofertas.

Ahí estaba, era una llamada de teléfono, habían llamado al fijo. Cogió su inalámbrico y contestó:

- ¿Está usted trabajando actualmente? – preguntó una chica con voz muy amable.

- No, estoy buscando actualmente - contestó ella muy contenta.

Concertaron una entrevista y acudió vistiendo de su forma habitual. Entró por la puerta. El jefe de la auxiliar de recursos humanos le hizo un gesto a la misma para que entrara en su despacho.

- Ésta no sirve – dijo el directivo – va vestida como una monja, el cliente la va a echar para atrás en cuanto la vea.

- Hay que cubrir el servicio mañana mismo -respondió la trabajadora-. La contrato, hablo con el dueño de la empresa y cuando pase un mes, le damos la no superación de periodo de prueba. Así tendré tiempo de encontrar a otra que sirva.

- Como quieras – dijo el superior– pero que no sospechen que delinquimos...

Llamaron a Julieta y le realizaron unas preguntas para no dar el canto. Le dijeron que el trabajo era en una línea erótica, tipo 806. Era para tener relaciones sexuales y morbo por el teléfono. Le comentaron que empezaría al día siguiente, de ocho de la tarde a doce de la noche. Lo cogió sin pensárselo dos veces.

Ella estaba casada con Mario, un chico que estaba en paro desde hacía más de un año. Le contó las funciones de su nuevo empleo y no tuvo más remedio que asentir. Hizo un leve gesto con la cara para indicar a su amada que estaba de acuerdo.

Llegó su primer día, el propietario la miró extrañada de arriba abajo.

- Invéntese usted un nombre caliente -le ordenó.

Le dieron unos auriculares y recibió su primera llamada.

- Hola – dijo ella con voz muy sensual - me llamo Robina celeste ¿Y tú, amor?, ¿cómo te llamas?

Y empezó una relación muy obsesiva con el chico que le llamaba todas las noches y duraba el sexo telefónico más de dos horas.

Mario se sentía fatal. Tenía que aguantar. Necesitaban la nómina para poder vivir. Se sentía muy mal por tener que compartir al amor de su vida. Sentía incluso celos, pero se callaba, muy a su pesar.

El romance de la línea duró tan sólo hasta principio de mes, cuando le llegó la factura de Telefónica al emisor, quinientos cincuenta euros.

Sauro, que así se llamaba el novio oral, averiguó la dirección de la operadora y se presentó ante su puerta. La aporreó con mucha potencia. El marido se apresuró a abrir pensando que era el portero para anunciar una desgracia, entonces, entró el engañado a la fuerza y se metió hasta el salón. Muy enfadado, el robusto hombre se enfrentó a Mario y le sacó una pistola. Gritó:

- La sucia de su mujer me ha estafado. Debe usted pagarme mi factura o le meteré tres tiros a bocajarro.

El propietario de la casa bajó la cabeza y se dirigió al cajero automático con el otro detrás apuntando con el arma. Le dio el dinero y subió a su casa pensando muy apenado:

- Encima de cornudo, apaleado.

Las estafas del sexo oral telefónico: ¿placer o necesidad?

Un relato de Esther Videgain
Esther Videgain
martes, 10 de enero de 2017, 00:30 h (CET)
Julieta perdió su trabajo y se dispuso a empezar la búsqueda activa. Ella era muy pudorosa vistiendo. Llevaba siempre faldas largas hasta los tobillos y jerseys de cuello vuelto. Nunca sonaba el móvil a pesar de que enviaba muchos curriculums a las distintas ofertas.

Ahí estaba, era una llamada de teléfono, habían llamado al fijo. Cogió su inalámbrico y contestó:

- ¿Está usted trabajando actualmente? – preguntó una chica con voz muy amable.

- No, estoy buscando actualmente - contestó ella muy contenta.

Concertaron una entrevista y acudió vistiendo de su forma habitual. Entró por la puerta. El jefe de la auxiliar de recursos humanos le hizo un gesto a la misma para que entrara en su despacho.

- Ésta no sirve – dijo el directivo – va vestida como una monja, el cliente la va a echar para atrás en cuanto la vea.

- Hay que cubrir el servicio mañana mismo -respondió la trabajadora-. La contrato, hablo con el dueño de la empresa y cuando pase un mes, le damos la no superación de periodo de prueba. Así tendré tiempo de encontrar a otra que sirva.

- Como quieras – dijo el superior– pero que no sospechen que delinquimos...

Llamaron a Julieta y le realizaron unas preguntas para no dar el canto. Le dijeron que el trabajo era en una línea erótica, tipo 806. Era para tener relaciones sexuales y morbo por el teléfono. Le comentaron que empezaría al día siguiente, de ocho de la tarde a doce de la noche. Lo cogió sin pensárselo dos veces.

Ella estaba casada con Mario, un chico que estaba en paro desde hacía más de un año. Le contó las funciones de su nuevo empleo y no tuvo más remedio que asentir. Hizo un leve gesto con la cara para indicar a su amada que estaba de acuerdo.

Llegó su primer día, el propietario la miró extrañada de arriba abajo.

- Invéntese usted un nombre caliente -le ordenó.

Le dieron unos auriculares y recibió su primera llamada.

- Hola – dijo ella con voz muy sensual - me llamo Robina celeste ¿Y tú, amor?, ¿cómo te llamas?

Y empezó una relación muy obsesiva con el chico que le llamaba todas las noches y duraba el sexo telefónico más de dos horas.

Mario se sentía fatal. Tenía que aguantar. Necesitaban la nómina para poder vivir. Se sentía muy mal por tener que compartir al amor de su vida. Sentía incluso celos, pero se callaba, muy a su pesar.

El romance de la línea duró tan sólo hasta principio de mes, cuando le llegó la factura de Telefónica al emisor, quinientos cincuenta euros.

Sauro, que así se llamaba el novio oral, averiguó la dirección de la operadora y se presentó ante su puerta. La aporreó con mucha potencia. El marido se apresuró a abrir pensando que era el portero para anunciar una desgracia, entonces, entró el engañado a la fuerza y se metió hasta el salón. Muy enfadado, el robusto hombre se enfrentó a Mario y le sacó una pistola. Gritó:

- La sucia de su mujer me ha estafado. Debe usted pagarme mi factura o le meteré tres tiros a bocajarro.

El propietario de la casa bajó la cabeza y se dirigió al cajero automático con el otro detrás apuntando con el arma. Le dio el dinero y subió a su casa pensando muy apenado:

- Encima de cornudo, apaleado.

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