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Entrevista a la escritora Rosa Montero

"Se nos escapa el presente, vivimos siempre mirando al pasado o al futuro"

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Rosa Montero (Madrid, 1951) estudió periodismo y psicología. Desde finales de 1976 trabaja de manera exclusiva para el diario ‘El País’, en el que fue redactora jefa del suplemento dominical durante 1980 y 1981. En 1980 ganó el Premio Nacional de Periodismo y en 2005 el Premio de la Asociación de la Prensa de Madrid a toda una vida profesional. Ha publicado, entre otras, las novelas ‘Crónica del desamor’(1979), ‘La función delta’ (1981), ‘Te trataré como a una reina’ (1983), ‘Bella y Oscura’ (1993), ‘La hija del caníbal’ (Premio Primavera de Novela en 1997), ‘El corazón del Tártaro’ (2001), ‘La Loca de la casa’ (2003, Premio Qué Leer 2004 al mejor libro del año, Premio Grinzane Cavour al mejor libro extranjero publicado en Italia en 2005 y Premio Roman Primeur 2006, en Francia), ‘Historia del rey transparente’ (2005, Premio Qué Leer 2005 al mejor libro del año y Premio Mandarache 2007), ‘Instrucciones para salvar el mundo’ (2008, Premio de los Lectores del Festival de Literaturas Europeas de Cognac, Francia, 2011), ‘Lágrimas en la lluvia’ (2011) y ‘La ridícula idea de no volver a verte’ (2013). Su obra está traducida a más de veinte idiomas y es doctora honoris causa por la Universidad de Puerto Rico.

Una noche de ópera, Soledad Alegre, una madrileña de sesenta años comisaria de exposiciones, no encuentra el modo de ser feliz. Su vida profesional está en crisis y empieza a descartar la idea de encontrar el amor tras unos cuantos desengaños. Por ello contrata a un gigoló para que la acompañe al estreno de Tristán e Isolda de Wagner y, de este modo, dar celos a un examante. Pero un suceso violento e imprevisto lo complicará todo y marcará el inicio de una relación inquietante, volcánica y tal vez peligrosa. Ella tiene sesenta años; Adam Gelman, el gigoló, treinta y dos. Con este argumento se construye ‘La carne’, la novela con la que Rosa Montero regresa a los escaparates de las librerías, editada por Alfaguara. En esta ocasión la chispa inicial no procede de la propia autora, sino de un conocido que «me contó la historia de una amiga suya, que había contratado a un gigoló para acudir juntos a una gran cena y darle celos a un examante. Ahí se encendió la luz para escribir la novela».

Aunque la protagonista, Soledad Alegre, es una mujer mayor y el ambiente en el que se desenvuelve se parece un poco al de Rosa Montero, la escritora madrileña deja claro que no se trata de una novela sobre ella. «De autobiográfica nada, no me gustan esas novelas. Mi primer libro, ‘Crónica del desamor’, fue quizá el que más hablaba no de mí sino de mi mundo. Siempre escribo desde la distancia, por eso he escrito sobre taxistas de media edad, cantantes de boleros, campesinas del siglo XII o androides como Bruna Husky, personajes que están bastante lejos de mi realidad». Precisamente Bruna Husky es la protagonista de sus últimas entregas, un androide que nos sumerge en el territorio de la ciencia-ficción, mientras que ‘La carne’ se desarrolla en el momento actual, sin duda un notable cambio de escenario cronológico. «Desde hace unos años quería escribir una novela sobre Madrid. Me apetecía contar los alrededores de mi vida, de mi mundo, con personajes más o menos de mi edad y ahora creo que ya soy lo suficientemente madura para hacerlo sin hablar de mí. Una de las cosas más atractivas de la literatura es que te ofrece la posibilidad de vivir en otras vidas, todas esas vidas potenciales que tenemos. Me fascina escribir sobre personajes que están lejos, al otro lado».

«La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a vivir» dice el principio de la novela, su primera página, advirtiendo que nuestras existencias penden de un hilo. «Sí, todo está en el aire y sobre todo qué nostálgica es la vida. No conseguimos atrapar el presente, se nos escapa porque vivimos proyectados al futuro o mirando el pasado, postergando continuamente la vida. Siempre decimos seré feliz cuando suceda tal o cual cosa, pero nunca llega ese momento. Nos movemos entre la nostalgia y ese instante y llega un momento en el que te das cuenta de que no te va a dar tiempo de vivir la vida. Óscar Wilde decía que para la mayoría de nosotros la verdadera existencia es la que no llevamos, una sabia y maravillosa frase, que habla de la perenne insatisfacción de los seres humanos y, como no alcanzamos la plenitud, nos frustramos». No somos capaces de volcarnos solo en el presente. «La sabiduría de aprender a vivir el hoy es muy difícil de alcanzar. En el mundo oriental están más encaminados a ello, pero en el occidental no ocurre lo mismo. Quizá deberíamos buscar algo que uniera ambos modos de pensar».

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La sociedad actual tampoco asocia los conceptos de vejez y placer. Suenan casi antitéticos. «Sí, es verdad, hay un prejuicio contra los ancianos y, sobre todo, se les arrumba, muy equívocamente se les considera inútiles. A ver si los partidos se dan cuenta de que también votan. Con suerte, ése es el lugar al que vamos llegar todos, en caso contrario morimos jóvenes. Hay que continuar aspirando a vivir lo más plenamente posible». El nombre de la protagonista, Soledad Alegre, parece un oxímoron, porque también tenemos inoculado en la mente que la soledad no puede ser divertida. «Valoro muchísimo la soledad. Los novelistas somos muy solitarios porque nuestro trabajo es así. Necesito vivir varias horas al día en soledad y creo que todo el mundo debería aprender a vivir solo, porque eso evitaría que muchas personas se metan en líos o en relaciones tóxicas y espantosas». Pero el ser humano también es un ser social. «Una vida que se viva sin los demás no merece la pena. Una de las cosas que me separa de Soledad es que ella es misógina, sin embargo, he llegado a comprenderla y a quererla y creo que a los lectores les sucederá igual. Mi mayor éxito en la vida pienso que es ser amiga. Continúo haciendo amigos y mantengo amistades de más de cuarenta años de duración y otras de tan solo uno. Para lograrlo hay que invertir tiempo en esas relaciones y tomarlas como lo más prioritario de nuestra vida».

‘La carne’ invita en muchos momentos a la reflexión. Una reflexión serena, profunda y dura, pero no exenta de humor. «Soledad habla del paso del tiempo, de la insatisfacción humana, del desperdicio de la vida, del miedo a la locura, al fracaso, a que no te quieran… Todo eso está contado con mucho sentido del humor. Creo que ésta es la novela en la que más lo he utilizado porque lo requería. Trato temas graves, inevitables, y había que abordarlos así, porque el humor tiene la virtud de imprimirles un carácter consolador. Creo que Soledad, al final de la novela, termina viviendo mejor su existencia». De todo el catálogo de personajes que un escritor, escritora en este caso, despliega a lo largo de su carrera literaria, siempre hay alguno con el que se siente más a gusto. El que más le gusta a Rosa Montero es Bruna Husky «porque es con el que más me identifico, salvando las distancias de que ella es un androide y yo no» [Risas]. Precisamente Bruna será la protagonista de su próxima novela. «No puedo anticipar el argumento y aunque se trate de una novela de ciencia ficción no es una obra visionaria. A través de sus libros he podido hablar de situaciones y hechos que luego han ocurrido, como la ola de refugiados, la situación de Siria, el cambio climático… Por eso creo que sus novelas son las más realistas que he escrito y pienso que se entenderán muy bien dentro de cien años».

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Entre las páginas de ‘La carne’ nos tropezamos con la propia Rosa Montero. Pero no es la primera vez que ocurre, porque la madrileña tiene la costumbre de aparecer, quizá podríamos decir mejor «actuar», en sus novelas. «Para mí el mundo imaginario y el real están completamente unidos. La frontera que les separa es resbaladiza y porosa. A veces pienso en cosas que me sucedieron hace tiempo y, como no estoy segura de haberlas vivido o imaginado, me gusta jugar con todo eso en mis novelas. Ya había salido en ‘La hija del caníbal’, pero entonces se citaba a una Rosa Montero escritora, guineana y negra. En ‘La carne’ aparezco como soy ahora y a Soledad le molesta que yo lleve tatuajes, que vista con ropa juvenil… Y a mí me encanta ir así, pero entiendo que a ella le parezca detestable. En ese capítulo precisamente le explico que la vida de ficción también es vida y me parece que eso le ayuda a terminar mejor la novela».

Dejamos para el final el capítulo de los escritores malditos con los que se compara la protagonista. «Las cosas que Soledad va descubriendo de los escritores malditos son todas reales menos una, que no revelaré cuál es. Ella se mira en ellos porque siempre ha considerado que vive al borde la exclusión social y la marginación. Ser maldito es saber que tu discurso no puede tener eco, porque no hay oídos que lleguen a entenderte. En esto se parece a la locura. Ser maldito es no coincidir con tu tiempo, con tu clase, con tu entorno, con tu lengua, con la cultura a la que se supone que perteneces. Ser maldito es desear ser como los demás, pero no poder y querer que te quieran, pero solo producir miedo o quizá risa. Ser maldito es no soportar la vida y sobre todo no soportarte a ti mismo».

"Se nos escapa el presente, vivimos siempre mirando al pasado o al futuro"

Entrevista a la escritora Rosa Montero
Herme Cerezo
martes, 6 de diciembre de 2016, 00:50 h (CET)



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Rosa Montero (Madrid, 1951) estudió periodismo y psicología. Desde finales de 1976 trabaja de manera exclusiva para el diario ‘El País’, en el que fue redactora jefa del suplemento dominical durante 1980 y 1981. En 1980 ganó el Premio Nacional de Periodismo y en 2005 el Premio de la Asociación de la Prensa de Madrid a toda una vida profesional. Ha publicado, entre otras, las novelas ‘Crónica del desamor’(1979), ‘La función delta’ (1981), ‘Te trataré como a una reina’ (1983), ‘Bella y Oscura’ (1993), ‘La hija del caníbal’ (Premio Primavera de Novela en 1997), ‘El corazón del Tártaro’ (2001), ‘La Loca de la casa’ (2003, Premio Qué Leer 2004 al mejor libro del año, Premio Grinzane Cavour al mejor libro extranjero publicado en Italia en 2005 y Premio Roman Primeur 2006, en Francia), ‘Historia del rey transparente’ (2005, Premio Qué Leer 2005 al mejor libro del año y Premio Mandarache 2007), ‘Instrucciones para salvar el mundo’ (2008, Premio de los Lectores del Festival de Literaturas Europeas de Cognac, Francia, 2011), ‘Lágrimas en la lluvia’ (2011) y ‘La ridícula idea de no volver a verte’ (2013). Su obra está traducida a más de veinte idiomas y es doctora honoris causa por la Universidad de Puerto Rico.

Una noche de ópera, Soledad Alegre, una madrileña de sesenta años comisaria de exposiciones, no encuentra el modo de ser feliz. Su vida profesional está en crisis y empieza a descartar la idea de encontrar el amor tras unos cuantos desengaños. Por ello contrata a un gigoló para que la acompañe al estreno de Tristán e Isolda de Wagner y, de este modo, dar celos a un examante. Pero un suceso violento e imprevisto lo complicará todo y marcará el inicio de una relación inquietante, volcánica y tal vez peligrosa. Ella tiene sesenta años; Adam Gelman, el gigoló, treinta y dos. Con este argumento se construye ‘La carne’, la novela con la que Rosa Montero regresa a los escaparates de las librerías, editada por Alfaguara. En esta ocasión la chispa inicial no procede de la propia autora, sino de un conocido que «me contó la historia de una amiga suya, que había contratado a un gigoló para acudir juntos a una gran cena y darle celos a un examante. Ahí se encendió la luz para escribir la novela».

Aunque la protagonista, Soledad Alegre, es una mujer mayor y el ambiente en el que se desenvuelve se parece un poco al de Rosa Montero, la escritora madrileña deja claro que no se trata de una novela sobre ella. «De autobiográfica nada, no me gustan esas novelas. Mi primer libro, ‘Crónica del desamor’, fue quizá el que más hablaba no de mí sino de mi mundo. Siempre escribo desde la distancia, por eso he escrito sobre taxistas de media edad, cantantes de boleros, campesinas del siglo XII o androides como Bruna Husky, personajes que están bastante lejos de mi realidad». Precisamente Bruna Husky es la protagonista de sus últimas entregas, un androide que nos sumerge en el territorio de la ciencia-ficción, mientras que ‘La carne’ se desarrolla en el momento actual, sin duda un notable cambio de escenario cronológico. «Desde hace unos años quería escribir una novela sobre Madrid. Me apetecía contar los alrededores de mi vida, de mi mundo, con personajes más o menos de mi edad y ahora creo que ya soy lo suficientemente madura para hacerlo sin hablar de mí. Una de las cosas más atractivas de la literatura es que te ofrece la posibilidad de vivir en otras vidas, todas esas vidas potenciales que tenemos. Me fascina escribir sobre personajes que están lejos, al otro lado».

«La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a vivir» dice el principio de la novela, su primera página, advirtiendo que nuestras existencias penden de un hilo. «Sí, todo está en el aire y sobre todo qué nostálgica es la vida. No conseguimos atrapar el presente, se nos escapa porque vivimos proyectados al futuro o mirando el pasado, postergando continuamente la vida. Siempre decimos seré feliz cuando suceda tal o cual cosa, pero nunca llega ese momento. Nos movemos entre la nostalgia y ese instante y llega un momento en el que te das cuenta de que no te va a dar tiempo de vivir la vida. Óscar Wilde decía que para la mayoría de nosotros la verdadera existencia es la que no llevamos, una sabia y maravillosa frase, que habla de la perenne insatisfacción de los seres humanos y, como no alcanzamos la plenitud, nos frustramos». No somos capaces de volcarnos solo en el presente. «La sabiduría de aprender a vivir el hoy es muy difícil de alcanzar. En el mundo oriental están más encaminados a ello, pero en el occidental no ocurre lo mismo. Quizá deberíamos buscar algo que uniera ambos modos de pensar».

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La sociedad actual tampoco asocia los conceptos de vejez y placer. Suenan casi antitéticos. «Sí, es verdad, hay un prejuicio contra los ancianos y, sobre todo, se les arrumba, muy equívocamente se les considera inútiles. A ver si los partidos se dan cuenta de que también votan. Con suerte, ése es el lugar al que vamos llegar todos, en caso contrario morimos jóvenes. Hay que continuar aspirando a vivir lo más plenamente posible». El nombre de la protagonista, Soledad Alegre, parece un oxímoron, porque también tenemos inoculado en la mente que la soledad no puede ser divertida. «Valoro muchísimo la soledad. Los novelistas somos muy solitarios porque nuestro trabajo es así. Necesito vivir varias horas al día en soledad y creo que todo el mundo debería aprender a vivir solo, porque eso evitaría que muchas personas se metan en líos o en relaciones tóxicas y espantosas». Pero el ser humano también es un ser social. «Una vida que se viva sin los demás no merece la pena. Una de las cosas que me separa de Soledad es que ella es misógina, sin embargo, he llegado a comprenderla y a quererla y creo que a los lectores les sucederá igual. Mi mayor éxito en la vida pienso que es ser amiga. Continúo haciendo amigos y mantengo amistades de más de cuarenta años de duración y otras de tan solo uno. Para lograrlo hay que invertir tiempo en esas relaciones y tomarlas como lo más prioritario de nuestra vida».

‘La carne’ invita en muchos momentos a la reflexión. Una reflexión serena, profunda y dura, pero no exenta de humor. «Soledad habla del paso del tiempo, de la insatisfacción humana, del desperdicio de la vida, del miedo a la locura, al fracaso, a que no te quieran… Todo eso está contado con mucho sentido del humor. Creo que ésta es la novela en la que más lo he utilizado porque lo requería. Trato temas graves, inevitables, y había que abordarlos así, porque el humor tiene la virtud de imprimirles un carácter consolador. Creo que Soledad, al final de la novela, termina viviendo mejor su existencia». De todo el catálogo de personajes que un escritor, escritora en este caso, despliega a lo largo de su carrera literaria, siempre hay alguno con el que se siente más a gusto. El que más le gusta a Rosa Montero es Bruna Husky «porque es con el que más me identifico, salvando las distancias de que ella es un androide y yo no» [Risas]. Precisamente Bruna será la protagonista de su próxima novela. «No puedo anticipar el argumento y aunque se trate de una novela de ciencia ficción no es una obra visionaria. A través de sus libros he podido hablar de situaciones y hechos que luego han ocurrido, como la ola de refugiados, la situación de Siria, el cambio climático… Por eso creo que sus novelas son las más realistas que he escrito y pienso que se entenderán muy bien dentro de cien años».

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Entre las páginas de ‘La carne’ nos tropezamos con la propia Rosa Montero. Pero no es la primera vez que ocurre, porque la madrileña tiene la costumbre de aparecer, quizá podríamos decir mejor «actuar», en sus novelas. «Para mí el mundo imaginario y el real están completamente unidos. La frontera que les separa es resbaladiza y porosa. A veces pienso en cosas que me sucedieron hace tiempo y, como no estoy segura de haberlas vivido o imaginado, me gusta jugar con todo eso en mis novelas. Ya había salido en ‘La hija del caníbal’, pero entonces se citaba a una Rosa Montero escritora, guineana y negra. En ‘La carne’ aparezco como soy ahora y a Soledad le molesta que yo lleve tatuajes, que vista con ropa juvenil… Y a mí me encanta ir así, pero entiendo que a ella le parezca detestable. En ese capítulo precisamente le explico que la vida de ficción también es vida y me parece que eso le ayuda a terminar mejor la novela».

Dejamos para el final el capítulo de los escritores malditos con los que se compara la protagonista. «Las cosas que Soledad va descubriendo de los escritores malditos son todas reales menos una, que no revelaré cuál es. Ella se mira en ellos porque siempre ha considerado que vive al borde la exclusión social y la marginación. Ser maldito es saber que tu discurso no puede tener eco, porque no hay oídos que lleguen a entenderte. En esto se parece a la locura. Ser maldito es no coincidir con tu tiempo, con tu clase, con tu entorno, con tu lengua, con la cultura a la que se supone que perteneces. Ser maldito es desear ser como los demás, pero no poder y querer que te quieran, pero solo producir miedo o quizá risa. Ser maldito es no soportar la vida y sobre todo no soportarte a ti mismo».

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