El año viejo va llegando a su fin y poco a poco se abre la puerta que conduce al nuevo; con curiosidad espiamos a través del resquicio de la puerta para ver qué nos traerá. El punto de cambio del viejo al nuevo año, conlleva el hecho de que reflexionemos sobre nuestros buenos propósitos y nos propongamos metas nuevas. No obstante, si deseamos que nuestro nuevo año sea mejor, debemos reflexionar ineludiblemente sobre el año viejo, hacer un balance del mismo y examinar más detenidamente el “Debe” y el “Haber” (lo que hemos conseguido y lo que no), arrepentirnos de corazón de los errores cometidos y purificarlos, es decir, arreglarlos en la medida de lo posible, y sobre todo en el nuevo año no volver a hacer más lo mismo o algo parecido.
El final de cada año es el momento de los buenos propósitos. Pero también para el año que acaba nos habíamos propuesto algunas cosas. ¿Qué sucedió con ellas? ¿Conseguimos lo que nos propusimos el año anterior o lo hemos perdido de vista por el camino y seguimos siendo los mismos de antes?, ¿Por qué a pesar de nuestros buenos propósitos hemos llevado “cosas malas” por ejemplo, a la familia, a nuestros conocidos, a los parientes, al puesto de trabajo? o ¿Por qué continúa nuestra disputa con el vecino? ¿Recaímos en nuestra rutina antigua? ¿Por qué?
La respuesta la encontramos en la raíz de la que proceden esos aspectos negativos que no nos gustan y que rara vez nos esforzamos en buscarla. Pues muchas veces creemos que simplemente podemos talar lo negativo del árbol, que podemos podar su copa y que entonces ya estará todo bien. Pero no es así, deberíamos aprender a encontrar la raíz del mal, es decir: a cuestionarnos, preguntándonos de dónde viene lo negativo, lo malo. Muchos creen que viene de otras personas, en general de la sociedad o de los políticos. ¡Oh, no! Viene de nosotros. Viene de nuestra raíz, viene de los programas que hemos grabado. Si encontramos la raíz de esos programas, en muchos casos nos asustaremos de cuántas raíces y raicillas tiene la mata. Nosotros somos la raigambre. Nosotros hemos ido creando esos programas de comportamiento y también tenemos que deshacerlos. Pero hagámonos conscientes de que a nuestro lado tenemos a un gran y maravilloso ayudante, a Aquel a quien cada año por navidad celebramos Su cumpleaños, Jesús, el Cristo, quien nos puede ayudar si nos dirigimos a Él para ver qué debemos reconocer y cambiar “en los programas de comportamiento” para el año nuevo.
Hagamos la prueba y pidámosle ayuda sí queremos aprovechar los días, las semanas, los meses del nuevo año. Entonces sería conveniente atreverse a autocuestionar, cuestionar nuestra forma de pensar y de comportarnos: ¿Qué debemos pensar ahora, cómo debemos comportarnos? Jesús de Nazaret nos dejó la clave: «Lo que quieras que otros te hagan a ti, hazlo tú primero a ellos». Si obrásemos en consecuencia, cada pensamiento sería un rayo de sol, que traspasa con su luz los hechos y las obras, y de esa forma haría felices a los hombres y a los animales, a todo el medio ambiente. Entonces el hombre, los animales y la madre Tierra estarían en unidad, y en la Tierra habría paz.
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