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Ángel Ruiz Cediel

Nibiru (II)

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Las primeros vestigios de la escritura cuneiforme sumeria fueron descubiertos de una forma cuasi accidental por el oficial británico Henry Rawlinson en 1835, pero no fue completamente descifrada hasta casi un siglo después. Confundía el hecho de que este tipo de escritura había ido evolucionando con las distintas culturas que habían dominado la cuenca de los ríos Tigris y Éufrates, cuna de donde nació y se asentó la civilización sumeria, siendo heredada de éstos por los acadios y luego por los babilonios. Vale apuntar aquí que Abrahán, padre de la cultura semita y del pueblo más tarde conocido como hebreo, era de origen sumerio, pues que su nacimiento se produjo en Ur, importante ciudad sumeria desde varios milenios antes de Cristo.

No sabemos oficialmente cuánto y quiénes saben sobre los sumerios de entre los miembros de la Iglesia Católica, pero desde el mismo descubrimiento de esas tablillas sus mejores expertos y exegetas estuvieron investigando en la zona, lo mismo practicando excavaciones en distintos asentamientos que trabajando afanosamente en desentrañar un idioma del cual se supo no mucho más tarde que se remontaba al menos entre cuatro y cinco milenios antes del nacimiento de Cristo. Fue, sin embargo, Zecharia Sitchin (1922-2007), sin duda el mayor erudito seglar en aquellas lenguas muertas, y quien más y mejor dio a conocer la cultura sumeria, editando varios libros atiborrados de conocimientos verdaderamente perturbadores, los cuales no eran sino traducciones literales de esas tablillas que durante siglos utilizaron los habitantes del desierto para construir hornos en los que cocer el pan o tejas con las que cubrir sus techumbres. Pero no está traducida ni la milésima parte de lo encontrado, entre ello la enorme biblioteca de Asurbanipal.

Por lo que se sabe, los sumerios no sólo nos legaron conocimientos como el sistema sexagesimal, la división del año en 365 días, cada día en 24 horas, cada hora en 60 minutos y cada minuto en sesenta segundos, sino que también lo hicieron con elementos para ellos matemático-espirituales como el zodíaco o elementos organizativos como la Justicia y los jueces, e incluso funcionales o científicos como la rueda, los ciclos lunares, los números (y con ellos las Matemáticas y la Geometría), la construcción, el regadío, la democracia, la farmacopea, la cirugía, la astronomía, la contabilidad y, cómo no, la escritura. No se ha mencionado todo, por supuesto, pero basta con esta muestra para comprender su grado de desarrollo, y especialmente teniendo en cuenta que no se han encontrado todavía (o no se han traducido) elementos tecnológicos que justificaran esos avances. Pocas cosas modernas, hoy, no fueron iniciadas y tal vez mucho más desarrolladas de lo que creemos por aquella cultura que, contra todas las leyes de la lógica, había nacido superdesarrollada de la noche a la mañana, entretanto las culturas que la rodeaban estaban todavía lejos de la Edad de Piedra.

Pero si esto mismo es perturbador, lo es mucho más que una de las primeras obras que fueron traducidas puede ser considerada la primera obra poético-literaria de la Historia, el épico-lírico Poema de Gilgamesh, y un Génesis sumerio que tenía tantos y tan firmes similitudes con el Génesis Bíblico, que no pocos eruditos consideran a éste último una copia del primero, siguiendo lo que era costumbre en aquellas primeras culturas, que cuando una conquistaba a otra absorbía y hacía suyos los panteones de los dioses, su tradiciones y costumbres, integrándolos como genuinos en la misma sociedad mixta que nacía tras la conquista. Y los semitas convivieron con los sumerios, acadios y babilonios durante siglos, hasta que por fin formaron su patria en Palestina. Así lo creen los eruditos, porque el Génesis sumerio es ni más ni menos que 4000 años anterior al bíblico, y si bien los nombres de los personajes son diferentes –Noé por Ut.Napistim, etc.-, los hechos y tiempos en que acaecen son exactamente idénticos: la creación del hombre, el Edén, el Diluvio…

Esto es todavía más perturbador, como lo es que los primeros ocho reyes sumerios, o reyes antediluvianos, se remontaban en 222600 años al Diluvio, gobernando el que menos, un tal Meduranki de Sippar, la friolera de 7200 años, y el que más, un tal Alalgar de Eridu, nada más y nada menos que 42200 años. Nada inventado, sino traducido de las tablillas, por más que los arqueólogos lo hayan tildado de exageración, mitología, parábola o simple cuento de hadas. Y si esto nos deja un poco fuera de combate, aún lo hace más el hecho de que sus conocimientos astronómicos eran de tal magnitud que ni siquiera hoy podemos corroborar de todos ellos más que la precisa exactitud de algunos, tales como la existencia de los ciclos solares o la ubicación de estrellas y constelaciones que apenas si hemos descubierto en el último siglo, o aun la composición y ciclo de rotación de la misma Vía Láctea, la galaxia que habitamos. Ellos no sólo lo sabían hace 6000 años, sino que ya nos informaron incluso de lo que hoy se nombra como música de las esferas, del color de los planetas de sistema solar (recién descubiertos por las Voyager) o de la existencia de planetas en nuestro sistema que existen y de otros que han desaparecido... o no han sido descubiertos hasta hace muy poco y sólo en ámbitos políticamente muy restringidos, como Nibiru.

Según esas mismas tablillas, traducidas magistralmente por Sitchin y editadas en su obra “El duodécimo planeta”, los sumerios tenían ese grado de desarrollo porque ellos fueron la especie creada por los dioses nibirúes, los iggigi (Nefilim), quienes a sí mismos y a su especie se nombraban con el gentilicio de “dioses”, y quienes crearon al hombre por simple y sencilla ingeniería genética, a través de En.ki, su especialista en esto, lo que justifica el grado de desarrollo de los sumerios, entretanto los demás humanoides de la época eran poco más que simples cromañones.

Pero no es esto lo que interesa a nuestro artículo, por más que sea apasionante. Lo que nos ocupa y preocupa, todavía lo es más, mucho más que esto, y, desde luego, si esto parece perturbador, propio de un guionista un tanto desquiciado de Hollywood, lo que sigue en los próximos artículos estoy seguro que pondrán los pelos de punta a más de uno. A los escépticos, incluso.

Nibiru (II)

Ángel Ruiz Cediel
Ángel Ruiz Cediel
jueves, 10 de diciembre de 2009, 08:26 h (CET)
Las primeros vestigios de la escritura cuneiforme sumeria fueron descubiertos de una forma cuasi accidental por el oficial británico Henry Rawlinson en 1835, pero no fue completamente descifrada hasta casi un siglo después. Confundía el hecho de que este tipo de escritura había ido evolucionando con las distintas culturas que habían dominado la cuenca de los ríos Tigris y Éufrates, cuna de donde nació y se asentó la civilización sumeria, siendo heredada de éstos por los acadios y luego por los babilonios. Vale apuntar aquí que Abrahán, padre de la cultura semita y del pueblo más tarde conocido como hebreo, era de origen sumerio, pues que su nacimiento se produjo en Ur, importante ciudad sumeria desde varios milenios antes de Cristo.

No sabemos oficialmente cuánto y quiénes saben sobre los sumerios de entre los miembros de la Iglesia Católica, pero desde el mismo descubrimiento de esas tablillas sus mejores expertos y exegetas estuvieron investigando en la zona, lo mismo practicando excavaciones en distintos asentamientos que trabajando afanosamente en desentrañar un idioma del cual se supo no mucho más tarde que se remontaba al menos entre cuatro y cinco milenios antes del nacimiento de Cristo. Fue, sin embargo, Zecharia Sitchin (1922-2007), sin duda el mayor erudito seglar en aquellas lenguas muertas, y quien más y mejor dio a conocer la cultura sumeria, editando varios libros atiborrados de conocimientos verdaderamente perturbadores, los cuales no eran sino traducciones literales de esas tablillas que durante siglos utilizaron los habitantes del desierto para construir hornos en los que cocer el pan o tejas con las que cubrir sus techumbres. Pero no está traducida ni la milésima parte de lo encontrado, entre ello la enorme biblioteca de Asurbanipal.

Por lo que se sabe, los sumerios no sólo nos legaron conocimientos como el sistema sexagesimal, la división del año en 365 días, cada día en 24 horas, cada hora en 60 minutos y cada minuto en sesenta segundos, sino que también lo hicieron con elementos para ellos matemático-espirituales como el zodíaco o elementos organizativos como la Justicia y los jueces, e incluso funcionales o científicos como la rueda, los ciclos lunares, los números (y con ellos las Matemáticas y la Geometría), la construcción, el regadío, la democracia, la farmacopea, la cirugía, la astronomía, la contabilidad y, cómo no, la escritura. No se ha mencionado todo, por supuesto, pero basta con esta muestra para comprender su grado de desarrollo, y especialmente teniendo en cuenta que no se han encontrado todavía (o no se han traducido) elementos tecnológicos que justificaran esos avances. Pocas cosas modernas, hoy, no fueron iniciadas y tal vez mucho más desarrolladas de lo que creemos por aquella cultura que, contra todas las leyes de la lógica, había nacido superdesarrollada de la noche a la mañana, entretanto las culturas que la rodeaban estaban todavía lejos de la Edad de Piedra.

Pero si esto mismo es perturbador, lo es mucho más que una de las primeras obras que fueron traducidas puede ser considerada la primera obra poético-literaria de la Historia, el épico-lírico Poema de Gilgamesh, y un Génesis sumerio que tenía tantos y tan firmes similitudes con el Génesis Bíblico, que no pocos eruditos consideran a éste último una copia del primero, siguiendo lo que era costumbre en aquellas primeras culturas, que cuando una conquistaba a otra absorbía y hacía suyos los panteones de los dioses, su tradiciones y costumbres, integrándolos como genuinos en la misma sociedad mixta que nacía tras la conquista. Y los semitas convivieron con los sumerios, acadios y babilonios durante siglos, hasta que por fin formaron su patria en Palestina. Así lo creen los eruditos, porque el Génesis sumerio es ni más ni menos que 4000 años anterior al bíblico, y si bien los nombres de los personajes son diferentes –Noé por Ut.Napistim, etc.-, los hechos y tiempos en que acaecen son exactamente idénticos: la creación del hombre, el Edén, el Diluvio…

Esto es todavía más perturbador, como lo es que los primeros ocho reyes sumerios, o reyes antediluvianos, se remontaban en 222600 años al Diluvio, gobernando el que menos, un tal Meduranki de Sippar, la friolera de 7200 años, y el que más, un tal Alalgar de Eridu, nada más y nada menos que 42200 años. Nada inventado, sino traducido de las tablillas, por más que los arqueólogos lo hayan tildado de exageración, mitología, parábola o simple cuento de hadas. Y si esto nos deja un poco fuera de combate, aún lo hace más el hecho de que sus conocimientos astronómicos eran de tal magnitud que ni siquiera hoy podemos corroborar de todos ellos más que la precisa exactitud de algunos, tales como la existencia de los ciclos solares o la ubicación de estrellas y constelaciones que apenas si hemos descubierto en el último siglo, o aun la composición y ciclo de rotación de la misma Vía Láctea, la galaxia que habitamos. Ellos no sólo lo sabían hace 6000 años, sino que ya nos informaron incluso de lo que hoy se nombra como música de las esferas, del color de los planetas de sistema solar (recién descubiertos por las Voyager) o de la existencia de planetas en nuestro sistema que existen y de otros que han desaparecido... o no han sido descubiertos hasta hace muy poco y sólo en ámbitos políticamente muy restringidos, como Nibiru.

Según esas mismas tablillas, traducidas magistralmente por Sitchin y editadas en su obra “El duodécimo planeta”, los sumerios tenían ese grado de desarrollo porque ellos fueron la especie creada por los dioses nibirúes, los iggigi (Nefilim), quienes a sí mismos y a su especie se nombraban con el gentilicio de “dioses”, y quienes crearon al hombre por simple y sencilla ingeniería genética, a través de En.ki, su especialista en esto, lo que justifica el grado de desarrollo de los sumerios, entretanto los demás humanoides de la época eran poco más que simples cromañones.

Pero no es esto lo que interesa a nuestro artículo, por más que sea apasionante. Lo que nos ocupa y preocupa, todavía lo es más, mucho más que esto, y, desde luego, si esto parece perturbador, propio de un guionista un tanto desquiciado de Hollywood, lo que sigue en los próximos artículos estoy seguro que pondrán los pelos de punta a más de uno. A los escépticos, incluso.

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