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Educar para el éxito

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Cuando miro a mi hija pequeña mientras juega, la veo feliz, observo entonces su sonrisa y como se mueve por el mundo danzando con el aire sin preocupaciones. En ocasiones intento dibujarla en esa sociedad tan compleja donde tendrá que desarrollar su vida de persona adulta. Esa que parece que venir diseñada entendiendo que lo importante viene marcado por todo aquello que el niño es capaz de hacer. Un mundo que pide al niño que aprenda competencias claves para la vida, donde el conocimiento prima por encima de las personas.

Llevo muchos años desarrollando procesos de crecimiento personal con grupos de jóvenes y siempre he escuchado que los jóvenes tienen derecho a un futuro mejor. Y me pregunto ¿a qué tienen derecho? ¿A trabajar duramente, como nunca se ha hecho para conseguir un mínimo salario?. ¿A vivir modelos de felicidad postergada? Es decir a entender que su felicidad estará hipotecada durante muchos años.

Todo ello entra en contradicción con ese modelo de éxito rápido que te proporcionan en la televisión conduciéndoles hacía modelos de superestrella al uso, en ocasiones traspasando la linea de lo moralmente permitido. Lo importante al final es el dinero, la felicidad hedónica y carente de sentido ante todo.

Nosotros padres y madres hacemos tantas cosas para aumentar la probabilidad de éxito de nuestros hijos e hijas: desde matricularles en los colegios más duro y con mayor probabilidad de éxito, a meterlos en actividades extraescolares que potencien su rendimiento académico. Pero además nos empeñamos en ocasiones en diseñarles su propio ocio con actividades que en la gran mayoría de las ocasiones ni conectan con las necesidades de nuestros más pequeños, construyéndoles así agendas muy estrictas. En ocasiones con el fin de que sean los mejores en el colegio y en otras respondiendo a un diseño que a veces responde a nuestras propias necesidades ya que entiendo que mi hijo o mi hija deben de estar en un deporte o un grupo determinados pues a mi me vino bien para mi desarrollo personal.

Dejando de lado lo que la sociedad y muchos padres entienden como habilidades blandas como jugar, estar con amigos y amigas con el único objetivo de reír. Y por otro lado todas aquellas que van destinadas a fomentar en nuestros hijos e hijas todas aquellas fortalezas que les ayuden a ser simplemente mejores personas con los otros, a poder gestionar mejor sus relaciones personales, a conocer sus emociones, a implementar las emociones positivas en su vida, es decir, todo aquello que les ayude a ser felices en sus vidas.

Por último, y para mí una de las habilidades que todo padre debe de poner en práctica en muchos momentos de su vida como educador, tan simple pero tan compleja como ser capaz de escuchar a nuestros hijos e hijas, prestando atención a su vida desde sus necesidades y potenciando la autonomía y la confianza personal. Tan simple pero tan complejo como conectar con nuestro hijo o hija.

Educar para el éxito

José J. Rivero
martes, 23 de agosto de 2016, 09:49 h (CET)
Cuando miro a mi hija pequeña mientras juega, la veo feliz, observo entonces su sonrisa y como se mueve por el mundo danzando con el aire sin preocupaciones. En ocasiones intento dibujarla en esa sociedad tan compleja donde tendrá que desarrollar su vida de persona adulta. Esa que parece que venir diseñada entendiendo que lo importante viene marcado por todo aquello que el niño es capaz de hacer. Un mundo que pide al niño que aprenda competencias claves para la vida, donde el conocimiento prima por encima de las personas.

Llevo muchos años desarrollando procesos de crecimiento personal con grupos de jóvenes y siempre he escuchado que los jóvenes tienen derecho a un futuro mejor. Y me pregunto ¿a qué tienen derecho? ¿A trabajar duramente, como nunca se ha hecho para conseguir un mínimo salario?. ¿A vivir modelos de felicidad postergada? Es decir a entender que su felicidad estará hipotecada durante muchos años.

Todo ello entra en contradicción con ese modelo de éxito rápido que te proporcionan en la televisión conduciéndoles hacía modelos de superestrella al uso, en ocasiones traspasando la linea de lo moralmente permitido. Lo importante al final es el dinero, la felicidad hedónica y carente de sentido ante todo.

Nosotros padres y madres hacemos tantas cosas para aumentar la probabilidad de éxito de nuestros hijos e hijas: desde matricularles en los colegios más duro y con mayor probabilidad de éxito, a meterlos en actividades extraescolares que potencien su rendimiento académico. Pero además nos empeñamos en ocasiones en diseñarles su propio ocio con actividades que en la gran mayoría de las ocasiones ni conectan con las necesidades de nuestros más pequeños, construyéndoles así agendas muy estrictas. En ocasiones con el fin de que sean los mejores en el colegio y en otras respondiendo a un diseño que a veces responde a nuestras propias necesidades ya que entiendo que mi hijo o mi hija deben de estar en un deporte o un grupo determinados pues a mi me vino bien para mi desarrollo personal.

Dejando de lado lo que la sociedad y muchos padres entienden como habilidades blandas como jugar, estar con amigos y amigas con el único objetivo de reír. Y por otro lado todas aquellas que van destinadas a fomentar en nuestros hijos e hijas todas aquellas fortalezas que les ayuden a ser simplemente mejores personas con los otros, a poder gestionar mejor sus relaciones personales, a conocer sus emociones, a implementar las emociones positivas en su vida, es decir, todo aquello que les ayude a ser felices en sus vidas.

Por último, y para mí una de las habilidades que todo padre debe de poner en práctica en muchos momentos de su vida como educador, tan simple pero tan compleja como ser capaz de escuchar a nuestros hijos e hijas, prestando atención a su vida desde sus necesidades y potenciando la autonomía y la confianza personal. Tan simple pero tan complejo como conectar con nuestro hijo o hija.

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