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Durante la Edad Media y en diferentes países de Europa vinieron mujeres con la tarea de profetizar dentro de las Iglesias

Las tres santas que hicieron tambalear la Iglesia

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En los últimos 2000 años han venido a la tierra hombres y mujeres con una misión muy clara y definida, la de ser instrumentos de Dios en misión profética para actuar tanto fuera como dentro de las Iglesias. A estas personas no obstante se las persiguió, despreció y tachó de falsos maestros, algunos incluso fueron llevados a las hogueras destruyéndose también sus mensajes. A ninguno les fue bien, puesto que los obispos ya se habían auto-adjudicado la tarea de enseñar. En resumen se puede afirmar que ni dentro ni fuera de las instituciones eclesiásticas a los enviados de Dios de todas las épocas les ha ido bien, más bien han sido hostigados por los sacerdotes, encerrados, acallados y humillados de muchas maneras. Y por si esto fuera poco, sus enseñanzas han sido en muchas ocasiones deformadas y tergiversadas.

Durante la Edad Media y en diferentes países de Europa vinieron mujeres con la tarea de profetizar dentro de las Iglesias. En estas mujeres ardía el fuego del Espíritu profético, lo que tampoco importó para ser humilladas por la jerarquía eclesial masculina. Sin embargo ellas, a pesar de tener el poder de la Iglesia en contra, no cejaron en su esfuerzo de traer la verdad a este mundo. Aunque lo cierto es que la vida de las enviadas de Dios dentro de la Iglesia pendía de un hilo, pues ellas percibían el mensaje del Espíritu libre en sí y debían anunciarlo, lo que las situaba, a pesar de su valentía, en un continuo peligro pues corrían el riesgo de ser acusadas de herejes, ser apresadas, torturadas e incluso ejecutadas.

Pasados los siglos a algunas de estas mujeres se las beatificó y santificó. Dos de ellas, Teresa de Ávila y Catalina de Siena son las nombró doctoras de la Iglesia, cuando realmente fueron profetas de Dios. Estas portavoces de Dios, a pesar de la mordaza eclesiástica, expresaron palabras claras dirigidas a la casta sacerdotal, algo común a todos los verdaderos enviados de Dios del Antiguo Testamento y también a Jesús de Nazaret. Sabemos que Teresa de Ávila dijo: «Es bien cierto que temo más a aquellos que tanto temen al demonio que al demonio mismo, porque este no puede hacerme nada, empero aquellos siembran cizaña, especialmente si son padres confesores». De Catalina de Siena se sabe que dijo: «Hay que limpiar la Iglesia hasta sus fundamentos». Ella acusó a los clérigos de traición, y puso al descubierto irregularidades por cuyo motivo se vio confrontada con fuertes hostilidades. Si usted como lector se pregunta si las valientes palabras de estas mujeres sirvieron de algo, la respuesta es no.

La alemana Hidelgarda de Bingen fue canonizada con posterioridad, santificada y declarada también doctora de la iglesia. Fue una mujer sin pelos en la lengua y un verdadero azote para la casta sacerdotal. Ella se dirigió a los sacerdotes de la ciudad de Colonia diciendo: «Todos los profetas han preferido perder su vida a desatender su elevada tarea. Y vosotros, insensatos, estáis acumulando sufrimientos indecibles para el futuro, por mantener ahora vuestra tranquilidad sin ser molestados. Avaricia, riqueza y placeres, bajo estos signos está vuestra vida». Valientemente dirigió las siguientes palabras al Papa Anastasio IV: «Tú, oh hombre que estás sentado en el trono papal eres uno que desprecia a Dios». De estas palabras se deduce que Hildelgarda no veía al Papa como a un representante de Dios, tampoco a los sacerdotes, lo que fue un denominador común en estas tres mujeres.

El motivo por el que estas mujeres no fueron finalmente excomulgadas incluso ejecutadas lo podemos imaginar, ambas decisiones hubieran perjudicado aún más la imagen y los intereses de la propia Iglesia. Estimado lector en base a lo expuesto saque usted sus propias conclusiones.

Las tres santas que hicieron tambalear la Iglesia

Durante la Edad Media y en diferentes países de Europa vinieron mujeres con la tarea de profetizar dentro de las Iglesias
Vida Universal
martes, 14 de junio de 2016, 08:09 h (CET)
En los últimos 2000 años han venido a la tierra hombres y mujeres con una misión muy clara y definida, la de ser instrumentos de Dios en misión profética para actuar tanto fuera como dentro de las Iglesias. A estas personas no obstante se las persiguió, despreció y tachó de falsos maestros, algunos incluso fueron llevados a las hogueras destruyéndose también sus mensajes. A ninguno les fue bien, puesto que los obispos ya se habían auto-adjudicado la tarea de enseñar. En resumen se puede afirmar que ni dentro ni fuera de las instituciones eclesiásticas a los enviados de Dios de todas las épocas les ha ido bien, más bien han sido hostigados por los sacerdotes, encerrados, acallados y humillados de muchas maneras. Y por si esto fuera poco, sus enseñanzas han sido en muchas ocasiones deformadas y tergiversadas.

Durante la Edad Media y en diferentes países de Europa vinieron mujeres con la tarea de profetizar dentro de las Iglesias. En estas mujeres ardía el fuego del Espíritu profético, lo que tampoco importó para ser humilladas por la jerarquía eclesial masculina. Sin embargo ellas, a pesar de tener el poder de la Iglesia en contra, no cejaron en su esfuerzo de traer la verdad a este mundo. Aunque lo cierto es que la vida de las enviadas de Dios dentro de la Iglesia pendía de un hilo, pues ellas percibían el mensaje del Espíritu libre en sí y debían anunciarlo, lo que las situaba, a pesar de su valentía, en un continuo peligro pues corrían el riesgo de ser acusadas de herejes, ser apresadas, torturadas e incluso ejecutadas.

Pasados los siglos a algunas de estas mujeres se las beatificó y santificó. Dos de ellas, Teresa de Ávila y Catalina de Siena son las nombró doctoras de la Iglesia, cuando realmente fueron profetas de Dios. Estas portavoces de Dios, a pesar de la mordaza eclesiástica, expresaron palabras claras dirigidas a la casta sacerdotal, algo común a todos los verdaderos enviados de Dios del Antiguo Testamento y también a Jesús de Nazaret. Sabemos que Teresa de Ávila dijo: «Es bien cierto que temo más a aquellos que tanto temen al demonio que al demonio mismo, porque este no puede hacerme nada, empero aquellos siembran cizaña, especialmente si son padres confesores». De Catalina de Siena se sabe que dijo: «Hay que limpiar la Iglesia hasta sus fundamentos». Ella acusó a los clérigos de traición, y puso al descubierto irregularidades por cuyo motivo se vio confrontada con fuertes hostilidades. Si usted como lector se pregunta si las valientes palabras de estas mujeres sirvieron de algo, la respuesta es no.

La alemana Hidelgarda de Bingen fue canonizada con posterioridad, santificada y declarada también doctora de la iglesia. Fue una mujer sin pelos en la lengua y un verdadero azote para la casta sacerdotal. Ella se dirigió a los sacerdotes de la ciudad de Colonia diciendo: «Todos los profetas han preferido perder su vida a desatender su elevada tarea. Y vosotros, insensatos, estáis acumulando sufrimientos indecibles para el futuro, por mantener ahora vuestra tranquilidad sin ser molestados. Avaricia, riqueza y placeres, bajo estos signos está vuestra vida». Valientemente dirigió las siguientes palabras al Papa Anastasio IV: «Tú, oh hombre que estás sentado en el trono papal eres uno que desprecia a Dios». De estas palabras se deduce que Hildelgarda no veía al Papa como a un representante de Dios, tampoco a los sacerdotes, lo que fue un denominador común en estas tres mujeres.

El motivo por el que estas mujeres no fueron finalmente excomulgadas incluso ejecutadas lo podemos imaginar, ambas decisiones hubieran perjudicado aún más la imagen y los intereses de la propia Iglesia. Estimado lector en base a lo expuesto saque usted sus propias conclusiones.

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