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Crítica cinematográfica

El ferroviario

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«Il ferroviere», así se titula la película del director Pietro Germi, estrenada en 1956 y que ahora he tenido la suerte de volver a disfrutar gracias al buen hacer de la Filmoteca española.


Volver al cine Doré es como trasladarse en el tiempo. Sumergirse en un mundo confeccionado por esperanzas truncadas, por ilusiones de juventud, por un renacer de ideales que uno creía perdidos y de una ética adormecida.


Adentrarse en el cine Doré y sentarse en una de sus butacas de sky de color corinto implica volver a atiborrarse de confianza y pensar que todas las injusticias del mundo pueden cambiarse desde el interior del celuloide.


El cine te lleva a creerte parte de una historia donde siempre triunfa la justicia y el honor. O al menos se intenta hasta el último minuto de la película. Por medio del discurrir de los dulces o amargos sucesos uno termina por interpretar la entereza de los personajes, la honradez que consigue por ganar el pulso a los trileros y los mentirosos, y por supuesto ese ahínco por hacer prevalecer la dignidad de la persona. Valores que tanto se echan de menos en nuestro tiempo.


El cine y las películas nos permiten analizar las vidas y costumbres de otras épocas, en blanco y negro, como en El ferroviario. Hábitos que hoy en día se nos hacen impensables como el machismo instaurado en la sociedad de los años 50 y años 60, donde el hombre era el que trabajaba y el que llevaba el dinero a casa, mientras que la mujer se dedicaba a las tareas del hogar y a cuidar de sus hijos. En el filme de Pietro Germi, perfectamente aderezado por la música de Carlo Rustichelli, tanto el director como el músico, nos embarcan en un flujo emocional de sucesos. Un trabajador, un conductor de trenes, se nos muestra ante los ojos del espectador como un hombre trabajador, de manos grandes y gruesas como las de los hombres del campo o de las fábricas de la época.

Robusto y atractivo, de lo plateado, bigote canoso y un cigarro perpetuo entre sus dedos. Un cigarro que, al fin de la película, veremos como deja el rastro de su nicotina entre los dientes del protagonista.


El ferroviario, que está interpretado por el propio Pietro Germi, tiene una vida supuestamente tranquila. Goza de un trabajo, de una bella mujer, de una hija en edad de casarse, de un mozo que está más pendiente de trapichear con la mafia que de buscarse un buen porvenir, y de un pequeño que es igual de ágil con las picardías como con la inteligencia en determinadas situaciones. Esta escena en sepia viene condicionada por ese machismo intrínseco donde el hombre pasa más tiempo en el bar bebiendo con sus amigos que con su familia. Donde la hija mayor está obligada a casarse con un chico del que no está enamorada por el hecho de haberse quedado embarazada y no existir la posibilidad de abortar por ser algo inimaginable. Y donde el padre, suelta la mano, alguna que otra vez, a su mujer y su propia hija cuando la bebida ya ha hecho estragos.


Sin embargo, la película no refleja la imagen de un ogro egoísta que piensa únicamente en sí mismo. Hay determinadas escenas en las que dicho personaje se muestra protector del clan familiar y amante tierno de su mujer. Sin alejarnos mucho, hay una escena en la que el ferroviario sale a comer con sus amigos y es la propia mujer quien le da el dinero al ser ella quien lo administra.


La película tiene un alto ritmo en cuanto a circunstancias tiernas y dramáticas que nos revelan abiertamente lo que es el significado de la vida. Un hecho trágico como el atropellar a un suicida que se lanza a las vías del tren provocará que el protagonista descienda a los infiernos y la familia, esa típica familia italiana de la Bolonia de los años 60, unida y feliz, se descose por las actitudes de un hombre que no es capaz de superar el hecho de haber arrollado con su locomotora a un hombre y haberse dado a la bebida para intentar olvidar un remordimiento continuo.


El protagonista buscará apoyo en el sindicato para evitar que le degraden por ese terrible accidente. Treinta años conduciendo trenes y nunca tuvo ningún contratiempo. Él no tuvo la culpa, dirá. Se arrojó justo en la curva. No le vi a tiempo y no pude frenar. Sin embargo, ese sindicato del Partido Comunista Italiano le dará la espalda, hasta el punto de que le echará en cara el haber dejado de pagar la cuota, sin haber movido un solo papel en su defensa. Una prebenda que le es imposible pagar al haber sido degradado y por tanto obtener un sueldo mucho más bajo del que solía ingresar con anterioridad. Una de las escenas de la película deja entrever como el esfuerzo de su trabajo se termina yendo en impuestos, contribuciones y tasas al Estado para los políticos, quedando su sueldo reducido a una miseria.


Solamente la pícara inocencia del hijo menor, Sandro, hará ver al protagonista de la película la cruda necesidad de reconducir la situación. Alegremente, la película se cierra con un final relativamente feliz, pues antes de que el protagonista muera por una enfermedad es capaz de ver a toda su familia reunida el día de navidad.


Pero lo que me queda después de visionar esta gran película de tintes neorrealistas es que hemos mejorado y mucho en determinadas actuaciones con respecto a una sociedad donde la mujer era el colchón mullido del hombre en las noches frías. Somos, sin duda, una sociedad más justa en cuanto a la igualdad de géneros y las oportunidades de las mujeres.


Lo que, a mí, personalmente, me queda después de ver esta película es que hay cosas que no han cambiado y que parece que no cambiarán nunca. Como son la imagen de esos sindicatos tan cercanos a una mafia legalizada cuyos representantes solo se preocupan de liberarse y de malgastar el dinero de la cuota de sus afiliados. De esos proletarios, o mejor no usemos la terminología marxista, de esos trabajadores que malviven por un sueldo que no les llega ni para pagar la hipoteca de una miserable casa. De gentes humildes que entregan su vida a un trabajo para que todo su esfuerzo se vaya en cuotas, impuestos estatales y autonómicos para que siga siendo la misma casta de políticos y sindicalistas los que, cada vez, vivan mejor a costa del verdadero trabajador.


Por supuesto, ni que decir tiene, que este filme, en su tiempo, sufrió duras críticas por parte del Partido Comunista Italiano. ¡Qué pena! Cómo se pierden las grandezas de miras. Qué rápido se diluyen esos honorables y dignos sentimientos que nos transmite el celuloide gracias a una gran película como esta.


Arrivederci. Buonanotte.

El ferroviario

Crítica cinematográfica
Vicente Manjón Guinea
martes, 21 de noviembre de 2023, 09:15 h (CET)

«Il ferroviere», así se titula la película del director Pietro Germi, estrenada en 1956 y que ahora he tenido la suerte de volver a disfrutar gracias al buen hacer de la Filmoteca española.


Volver al cine Doré es como trasladarse en el tiempo. Sumergirse en un mundo confeccionado por esperanzas truncadas, por ilusiones de juventud, por un renacer de ideales que uno creía perdidos y de una ética adormecida.


Adentrarse en el cine Doré y sentarse en una de sus butacas de sky de color corinto implica volver a atiborrarse de confianza y pensar que todas las injusticias del mundo pueden cambiarse desde el interior del celuloide.


El cine te lleva a creerte parte de una historia donde siempre triunfa la justicia y el honor. O al menos se intenta hasta el último minuto de la película. Por medio del discurrir de los dulces o amargos sucesos uno termina por interpretar la entereza de los personajes, la honradez que consigue por ganar el pulso a los trileros y los mentirosos, y por supuesto ese ahínco por hacer prevalecer la dignidad de la persona. Valores que tanto se echan de menos en nuestro tiempo.


El cine y las películas nos permiten analizar las vidas y costumbres de otras épocas, en blanco y negro, como en El ferroviario. Hábitos que hoy en día se nos hacen impensables como el machismo instaurado en la sociedad de los años 50 y años 60, donde el hombre era el que trabajaba y el que llevaba el dinero a casa, mientras que la mujer se dedicaba a las tareas del hogar y a cuidar de sus hijos. En el filme de Pietro Germi, perfectamente aderezado por la música de Carlo Rustichelli, tanto el director como el músico, nos embarcan en un flujo emocional de sucesos. Un trabajador, un conductor de trenes, se nos muestra ante los ojos del espectador como un hombre trabajador, de manos grandes y gruesas como las de los hombres del campo o de las fábricas de la época.

Robusto y atractivo, de lo plateado, bigote canoso y un cigarro perpetuo entre sus dedos. Un cigarro que, al fin de la película, veremos como deja el rastro de su nicotina entre los dientes del protagonista.


El ferroviario, que está interpretado por el propio Pietro Germi, tiene una vida supuestamente tranquila. Goza de un trabajo, de una bella mujer, de una hija en edad de casarse, de un mozo que está más pendiente de trapichear con la mafia que de buscarse un buen porvenir, y de un pequeño que es igual de ágil con las picardías como con la inteligencia en determinadas situaciones. Esta escena en sepia viene condicionada por ese machismo intrínseco donde el hombre pasa más tiempo en el bar bebiendo con sus amigos que con su familia. Donde la hija mayor está obligada a casarse con un chico del que no está enamorada por el hecho de haberse quedado embarazada y no existir la posibilidad de abortar por ser algo inimaginable. Y donde el padre, suelta la mano, alguna que otra vez, a su mujer y su propia hija cuando la bebida ya ha hecho estragos.


Sin embargo, la película no refleja la imagen de un ogro egoísta que piensa únicamente en sí mismo. Hay determinadas escenas en las que dicho personaje se muestra protector del clan familiar y amante tierno de su mujer. Sin alejarnos mucho, hay una escena en la que el ferroviario sale a comer con sus amigos y es la propia mujer quien le da el dinero al ser ella quien lo administra.


La película tiene un alto ritmo en cuanto a circunstancias tiernas y dramáticas que nos revelan abiertamente lo que es el significado de la vida. Un hecho trágico como el atropellar a un suicida que se lanza a las vías del tren provocará que el protagonista descienda a los infiernos y la familia, esa típica familia italiana de la Bolonia de los años 60, unida y feliz, se descose por las actitudes de un hombre que no es capaz de superar el hecho de haber arrollado con su locomotora a un hombre y haberse dado a la bebida para intentar olvidar un remordimiento continuo.


El protagonista buscará apoyo en el sindicato para evitar que le degraden por ese terrible accidente. Treinta años conduciendo trenes y nunca tuvo ningún contratiempo. Él no tuvo la culpa, dirá. Se arrojó justo en la curva. No le vi a tiempo y no pude frenar. Sin embargo, ese sindicato del Partido Comunista Italiano le dará la espalda, hasta el punto de que le echará en cara el haber dejado de pagar la cuota, sin haber movido un solo papel en su defensa. Una prebenda que le es imposible pagar al haber sido degradado y por tanto obtener un sueldo mucho más bajo del que solía ingresar con anterioridad. Una de las escenas de la película deja entrever como el esfuerzo de su trabajo se termina yendo en impuestos, contribuciones y tasas al Estado para los políticos, quedando su sueldo reducido a una miseria.


Solamente la pícara inocencia del hijo menor, Sandro, hará ver al protagonista de la película la cruda necesidad de reconducir la situación. Alegremente, la película se cierra con un final relativamente feliz, pues antes de que el protagonista muera por una enfermedad es capaz de ver a toda su familia reunida el día de navidad.


Pero lo que me queda después de visionar esta gran película de tintes neorrealistas es que hemos mejorado y mucho en determinadas actuaciones con respecto a una sociedad donde la mujer era el colchón mullido del hombre en las noches frías. Somos, sin duda, una sociedad más justa en cuanto a la igualdad de géneros y las oportunidades de las mujeres.


Lo que, a mí, personalmente, me queda después de ver esta película es que hay cosas que no han cambiado y que parece que no cambiarán nunca. Como son la imagen de esos sindicatos tan cercanos a una mafia legalizada cuyos representantes solo se preocupan de liberarse y de malgastar el dinero de la cuota de sus afiliados. De esos proletarios, o mejor no usemos la terminología marxista, de esos trabajadores que malviven por un sueldo que no les llega ni para pagar la hipoteca de una miserable casa. De gentes humildes que entregan su vida a un trabajo para que todo su esfuerzo se vaya en cuotas, impuestos estatales y autonómicos para que siga siendo la misma casta de políticos y sindicalistas los que, cada vez, vivan mejor a costa del verdadero trabajador.


Por supuesto, ni que decir tiene, que este filme, en su tiempo, sufrió duras críticas por parte del Partido Comunista Italiano. ¡Qué pena! Cómo se pierden las grandezas de miras. Qué rápido se diluyen esos honorables y dignos sentimientos que nos transmite el celuloide gracias a una gran película como esta.


Arrivederci. Buonanotte.

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