No está de más ponerse algo a la defensiva cuando se es el adicto en jefe.
"Pensáis que es correcto preguntarme por mi tabaquismo como si estar dejándolo fuera relevante para mi nueva ley," saltaba el Presidente Obama cuando un periodista le preguntaba con toda razón durante una rueda de prensa qué tal le va dejando de fumar -- y si la legislación histórica que introdujo en vigor y que obliga a la Agencia del Medicamento a regular la industria del tabaco le sería de ayuda o no.
Recuperando su compostura, el presidente explicaba que está "curado en un 95%" del hábito de fumar, que no fuma delante de su familia y que no fuma todos los días. En una palabra, es un fumador avergonzado -- igual que millones de estadounidenses que intentan dejarlo, cuyas familias están preocupadas porque no lo hayan hecho, y que se arriesgan al oprobio público cuando admiten que aún están enganchados al tabaco.
"Una vez que has empezado este camino, pues, ya sabe, es algo con lo que se lucha todo el tiempo, que es precisamente el motivo de que la legislación aprobada sea tan importante, porque lo que no queremos son menores que se inicien por esta vía," explicaba el presidente. "¿De acuerdo?"
De acuerdo, de acuerdo.
Excepto en un punto. Obama no debería cabrearse ni avergonzarse porque le sigan preguntando -- "una vez al mes o así," dice -- por su lucha con los cigarrillos. Resulta que él es, sin pretenderlo, el mejor portavoz que se puede encontrar de la nueva regulación de la agencia del medicamento. Debería aceptar el papel.
El presidente debería hacer anuncios de interés público, describiendo su adicción a los cigarrillos, que empezó a fumar siendo adolescente, y sus esfuerzos infructuosos hasta la fecha por prescindir de ellos por completo. Porque después de todo, si un hombre tan inteligente, astuto e incontestablemente exitoso está teniendo tantos problemas para abandonar el hábito, ¿qué esperanza hay para el estadounidense medio que no tiene preocupaciones por una prensa cotilla ni por el aura negativa de una imagen manchada de nicotina?
"Un montón de gente tiene la impresión errónea de que un cigarrillo es un trozo de papel con algo de tabaco apilado en su interior, y un filtro en un extremo," dice Erika Sward, la directora de difusión nacional de la Asociación Norteamericana del Pulmón. "En realidad, se trata de uno de los productos más sofisticados y pensados del mercado. Las tabaqueras lo han manipulado todo."
Eso incluye, según Sward, el tamaño de las partículas que inhala el fumador, ajustado para proporcionar "el torrente de nicotina que necesita." La industria solía utilizar la valoración del consumidor para manipular hasta el color de las cenizas que se depositan en el cenicero: Tras determinar que las cenizas de color oscuro servían de revulsivo, se tomaron medidas para darles un tono más claro.
Estas ilusiones se encuentran entre los motivos de que, tras décadas de intentar que los estadounidenses dejen de fumar advirtiéndoles de las crudas consecuencias para su salud, millones de personas sigan fumando. Lo que es peor, alrededor de 1.100 adolescentes al día se convierten en fumadores "habituales," dice Sward.
Los jóvenes serían los beneficiarios más destacados de la regulación de la agencia del medicamento. Por ley, los cigarrillos con sabor a caramelos y frutas estarán prohibidos, al igual que los patrocinios de programas de entretenimiento y acontecimientos deportivos por parte de la industria del tabaco que han sobrevivido a pesar de las restricciones impuestas por los acuerdos de conciliación de las demandas civiles presentadas contra las tabaqueras. Las máquinas expendedoras y los mostradores de autoservicio -- los puntos de venta que sirven de publicidad entre los jóvenes que las tabaqueras explotaron después de que las demandas cerrasen otras formas de promoción -- se restringirían ahora a locales exclusivos para adultos.
Una vez que la agencia del medicamento obligue a la industria del tabaco a revelar qué es exactamente lo que pone en los cigarrillos -- no lo sabemos seguro aún -- la agencia tendría competencias para exigir cambios en la composición de los productos del tabaco actuales y futuros reduciendo o eliminando los ingredientes dañinos y probablemente retirando por completo las sustancias adictivas que enganchan a muchos a un hábito que pueden llegar a odiar.
Sin duda, una industria ducha en el arte de crear imágenes y argumentos para promocionarse a pesar de todas las pruebas de que sus productos matan encontrará formas -- ya se está amenazando con llevar a los tribunales las nuevas restricciones publicitarias de la ley -- de confundir el debate público. Es aquí donde las considerables dotes de persuasión de Obama pueden entrar en juego.
"El presidente ya ha destacado lo adictivos que son los productos del tabaco y lo considerable que es la necesidad de esta legislación," dice Sward.
La dificultad personal de Obama dejando el hábito no refleja solamente los formidables obstáculos que tienen los adultos a la hora de superar la adicción a la nicotina. El presidente es la prueba viviente para los jóvenes cuyas esperanzas alimentaron su candidatura, y para los que él es un modelo atractivo, de que hasta los más disciplinados de entre nosotros pueden engancharse.
Es la mejor publicidad que se puede encontrar para contrarrestar la maquinaria del marketing de la industria del tabaco.
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