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Opinión
Etiquetas | Cristianismo originario

¿Existe Dios?, ¿Dónde está Dios?, ¿Quién es Dios?

José Vicente Cobo
Vida Universal
martes, 26 de mayo de 2009, 02:02 h (CET)
Estas preguntas son tan antiguas como el ser humano y el hecho mismo de que éste se las plantee es un signo de nuestro origen divino, una consecuencia del destello divino en nuestra alma, sin el cual no se nos ocurriría siguiera la idea de buscar a Dios. Sobre esta búsqueda han narrado los mitos, religiones y filosofías de la humanidad desde un principio; ellos son las escrituras sobre lo que sucede en el alma del ser humano. Allí ha tenido su origen la pregunta sobre Dios y allí encuentra también la respuesta. Esto lo indicó Jesús de Nazaret de forma inequívoca cuando dijo: “El Reino de Dios está dentro de vosotros”; este es el motivo de que su demostración de forma tangible siga siendo imposible a pesar del esfuerzo de muchos durante generaciones. Tampoco las campañas publicitarias en las que unos intentan convencer a otros sobre la existencia o no existencia de Dios, consiguen llegar a ningún puerto, pues tan sólo uno puede demostrárselo a sí mismo.

A Dios no se le puede demostrar. A Dios tampoco se le puede describir. A Dios sólo se le puede experimentar, cada uno para sí mismo, por ejemplo, cuando intuimos que “alguien tiene Sus manos sobre nosotros”, cuando sentimos la ayuda recibida al atravesar una gran necesidad, o en la vivencia de la belleza de la naturaleza, en la tranquilidad del silencio, etc.

Que tan pocas veces nos hagamos conscientes de este anhelo, tiene muchas clases de causas: nuestra mirada se dirige hacia el exterior y no hacia el interior; los teólogos han dibujado a un Dios que reina por encima de las nubes y tiene más bien los rasgos de un inquisidor que castiga, que la faz de un Padre amoroso; y finalmente, a Dios se Le ha prohibido hablar: la palabra profética, que aún aparecía en las comunidades cristianas de los principios, enmudeció bajo la presión de una Iglesia externalizada. En el lugar de los profetas se situaron los cardenales. Sin embargo, el Espíritu de Dios a la larga no se deja proscribir. La Palabra profética ha existido una y otra vez de forma aislada también en los últimos 2000 años, pero actualmente la profecía de Dios se ha abierto paso como una corriente poderosa, y la humanidad es instruida desde el mundo espiritual sobre interrelaciones que Jesús de Nazaret indicó, pero cuya manifestación completa reservó para un tiempo posterior. Dios, el Eterno, habla con poder en esta época. Él no habla con las palabras de la Biblia.

Hace unos 2000 años Jesús de Nazaret dijo: Todavía tendría mucho que deciros, pero ahora no lo podéis captar. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, os conducirá a toda la verdad. Esto ha tenido lugar y sigue teniéndolo a través de Gabriele. En la palabra profética ella reproduce en nuestro lenguaje humano la lengua de luz universal omniabarcante del Espíritu eterno, en una profundidad, claridad, exactitud y riqueza que constituyen algo único en la historia de la humanidad. En el año 1996 Gabriele transmitió las siguientes palabras en uno de los mensajes dados desde el Infinito: “Dios es Espíritu. Dios es la Vida. Dios es omnipresente. En todos los universos está Dios. En cada componente de la materia está Dios. En cada célula del cuerpo físico está Dios. Dios es por tanto universal, eternamente donante, la Vida”.

Y en ese mismo año Dios habló a toda la humanidad a través de Gabriele con las siguientes palabras: “YO SOY el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. YO SOY el Dios de todos los verdaderos profetas. Yo Soy el Dios de los Cielos y de esta Tierra. YO no SOY el Dios de este mundo. A través de boca profética hablo Yo, el Dios de los Cielos, a este mundo, para que los hombres, que todavía creen que como seres humanos son Mis hijos, Me entiendan. Yo os digo empero: Mi hijo es lo más intrínseco en vuestras almas, en el fondo del alma. Es lo que proviene de Mi corazón, permanece en Mi corazón, y también regresará a Mi corazón.

En innumerables manifestaciones divinas Dios está tendiendo Su mano a todas las personas, dando enseñanzas e indicaciones para salir de la encrucijada en la que hemos convertido este mundo. El Dios que se manifiesta hoy en día de nuevo a través de un profeta no es el Dios castigador y colérico que encontramos en el Antiguo Testamento en la figura de las proyecciones de los hombres de aquel entonces o en textos bíblicos que surgieron de una casta sacerdotal que intentaba subyugar al pueblo con una imagen de Dios abstrusa y leyes crueles. El Dios que se manifiesta nuevamente a través de boca profética, tampoco tiene nada en común con el Dios que “condena eternamente” a una parte de Sus hijos, como determina la Iglesia católica romana para aquellos de sus miembros que rechazan sus “medios de gracia” o que incluso se separan de esta organización. Y este Dios no tiene nada que ver con aquel monstruo que se enseña cuando se dice que Él ha arrebatado su libre albedrío a los hijos que Él ha creado, convirtiéndolos en juguetes de un destino predeterminado.

El Dios que se manifiesta a la humanidad a través de la palabra profética para el tiempo actual, es el Dios del amor y de la libertad. No obliga a los hombres a alcanzar su salvación, sino que se la ofrece tanto en lo bueno como en lo malo. Dios no condena ni castiga. Dios, nuestro Padre, es un Padre amoroso, cuyo Espíritu vive en nosotros. El es el amor fluente en nosotros, la vida interna. A El podemos dirigirnos con todo. Él nos da Su apoyo en todo tiempo. Él nos ama. Ciertamente nosotros tenemos que responder de nuestros actos y, dado el caso, cargar con las consecuencias. Pero también en ello Él nos ayuda. Él no nos ayuda siempre de la forma en que nosotros queremos, sino del modo que es bueno para nuestra alma. Cuando ha llegado el tiempo, de pronto nos damos cuenta de que tal como ha sucedido, en último término fue bueno. Con Él, el Espíritu grande y poderoso, podemos conversar en todo momento: El nos escucha, El nos comprende y nos da respuesta de muchas maneras.

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