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Sergio Brosa

Invertir en humo

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Se acabó la inversión en hipotecas subprime con todas las consecuencias desgraciadamente bien conocidas en todo el planeta. La esperada reordenación del sistema financiero nos ofrece ahora la inversión en humo.

En efecto, es ya un hecho la bolsa internacional del humo, cuyos interesados agentes intermediarios afirman que puede ser refugio de capitales y una opción de inversión posible no sólo para las empresas, sino para los fondos de inversión y los particulares.

Como expuse en esta sección el 28 de enero de 2008, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durấo Barroso, había presentado un paquete de medidas para contener las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por el hombre, en la errónea creencia que son el origen del calentamiento global, con el objetivo final de llegar a la convergencia de lo convenido en el protocolo de Kioto.

Entre las medidas, todas ellas extraordinariamente costosas para las empresas, en beneficio de las grandes multinacionales que les venderán los dispositivos para la reducción de sus emisiones, está la de subastar los derechos de emisión de gases. La CE aprobó entonces que se pueda comerciar con tales derechos.

Al amparo de la normativa europea, los gobiernos asignan a las empresas unos cupos de emisión de CO2 a la atmósfera. Quien emita más de lo que le hayan asignado podrá comprar el derecho a polucionar de otra empresa que no haya cubierto ese cupo. Ya está el negocio inventado. Y si esto no es mercadear con humo, las hipotecas subprime eran también un producto excelente para la inversión.

Cualquiera que esté en sus cabales ha de entender que o bien hay que evitar las emisiones de gases de efecto invernadero o que cada uno haga lo que estime conveniente a sus intereses. Pero comprar una bula para seguir emitiendo polución a la atmósfera perfecciona este sistema “capitalista” que parecía haberse agotado con la crisis financiera y económica. Y al amparo de los gobiernos de la CE crea un producto de inversión tan ficticio, virtual y evanescente como las propias emisiones de humo.

Se parece a la prohibición a todos los vehículos de superar los 80 Km. por hora en los alrededores de Barcelona, a fin de reducir la contaminación de la zona. Si bien es cierto que ante el clamor popular por lo absurdo e inusitado de la norma, el gobierno se afanó en añadir que era también para la reducción de los accidentes. Pero con independencia de que los sensores de contaminación estén situados en lugares tan alejados de las vías de circulación afectadas por esta norma y que sus lecturas sean tergiversadas para dar la razón al gobierno, carecería de sentido comerciar con el derecho a circular a 80.

Por ejemplo: si usted circula a 90 Km. por hora en el tramo limitado a 80, puede comprar el derecho de otro automovilista que circula a 70 Km. y así ambos se benefician: uno circula por encima de la velocidad permitida y el otro obtiene un beneficio económico por la venta de algo tan intangible como es el derecho a circular a 80 y hacerlo a 70 Km. por hora. Parece el negocio de Roberto y las cabras.

Abstracción hecha de la histeria del calentamiento global, si se decide que hay que reducir hasta determinada cantidad la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera debe respetarse la norma. Quien contamine por debajo de su cupo que sea beneficiado con incentivos fiscales, por ejemplo. Y quien contamine por encima de su cupo que sea sancionado. Pero este chalaneo de la compraventa de derechos de emisión de CO2 parece muy poco serio y viene a confirmar los múltiples negocios que surgen a la sombra del cambio climático, cuyo estandarte ostenta el oscarizado y nobelizado Al Gore, para vergüenza y oprobio de concesionarios de Óscar y galardonados con el Nobel.

Para más INRI, los propios gobiernos son quienes fijan los niveles de emisión, de manera que viene a ser como si fijaran la cantidad de producto en el mercado. A menor cantidad de producto, mayor será el valor del derecho de emisión de CO2.

La pregunta es: si con una regulación tan arbitraria del mercado, el refugio para capitales, fondos de inversión y particulares es una verdadera oportunidad de inversión o una nueva forma de subprime.

Invertir en humo

Sergio Brosa
Sergio Brosa
lunes, 11 de mayo de 2009, 08:23 h (CET)
Se acabó la inversión en hipotecas subprime con todas las consecuencias desgraciadamente bien conocidas en todo el planeta. La esperada reordenación del sistema financiero nos ofrece ahora la inversión en humo.

En efecto, es ya un hecho la bolsa internacional del humo, cuyos interesados agentes intermediarios afirman que puede ser refugio de capitales y una opción de inversión posible no sólo para las empresas, sino para los fondos de inversión y los particulares.

Como expuse en esta sección el 28 de enero de 2008, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durấo Barroso, había presentado un paquete de medidas para contener las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por el hombre, en la errónea creencia que son el origen del calentamiento global, con el objetivo final de llegar a la convergencia de lo convenido en el protocolo de Kioto.

Entre las medidas, todas ellas extraordinariamente costosas para las empresas, en beneficio de las grandes multinacionales que les venderán los dispositivos para la reducción de sus emisiones, está la de subastar los derechos de emisión de gases. La CE aprobó entonces que se pueda comerciar con tales derechos.

Al amparo de la normativa europea, los gobiernos asignan a las empresas unos cupos de emisión de CO2 a la atmósfera. Quien emita más de lo que le hayan asignado podrá comprar el derecho a polucionar de otra empresa que no haya cubierto ese cupo. Ya está el negocio inventado. Y si esto no es mercadear con humo, las hipotecas subprime eran también un producto excelente para la inversión.

Cualquiera que esté en sus cabales ha de entender que o bien hay que evitar las emisiones de gases de efecto invernadero o que cada uno haga lo que estime conveniente a sus intereses. Pero comprar una bula para seguir emitiendo polución a la atmósfera perfecciona este sistema “capitalista” que parecía haberse agotado con la crisis financiera y económica. Y al amparo de los gobiernos de la CE crea un producto de inversión tan ficticio, virtual y evanescente como las propias emisiones de humo.

Se parece a la prohibición a todos los vehículos de superar los 80 Km. por hora en los alrededores de Barcelona, a fin de reducir la contaminación de la zona. Si bien es cierto que ante el clamor popular por lo absurdo e inusitado de la norma, el gobierno se afanó en añadir que era también para la reducción de los accidentes. Pero con independencia de que los sensores de contaminación estén situados en lugares tan alejados de las vías de circulación afectadas por esta norma y que sus lecturas sean tergiversadas para dar la razón al gobierno, carecería de sentido comerciar con el derecho a circular a 80.

Por ejemplo: si usted circula a 90 Km. por hora en el tramo limitado a 80, puede comprar el derecho de otro automovilista que circula a 70 Km. y así ambos se benefician: uno circula por encima de la velocidad permitida y el otro obtiene un beneficio económico por la venta de algo tan intangible como es el derecho a circular a 80 y hacerlo a 70 Km. por hora. Parece el negocio de Roberto y las cabras.

Abstracción hecha de la histeria del calentamiento global, si se decide que hay que reducir hasta determinada cantidad la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera debe respetarse la norma. Quien contamine por debajo de su cupo que sea beneficiado con incentivos fiscales, por ejemplo. Y quien contamine por encima de su cupo que sea sancionado. Pero este chalaneo de la compraventa de derechos de emisión de CO2 parece muy poco serio y viene a confirmar los múltiples negocios que surgen a la sombra del cambio climático, cuyo estandarte ostenta el oscarizado y nobelizado Al Gore, para vergüenza y oprobio de concesionarios de Óscar y galardonados con el Nobel.

Para más INRI, los propios gobiernos son quienes fijan los niveles de emisión, de manera que viene a ser como si fijaran la cantidad de producto en el mercado. A menor cantidad de producto, mayor será el valor del derecho de emisión de CO2.

La pregunta es: si con una regulación tan arbitraria del mercado, el refugio para capitales, fondos de inversión y particulares es una verdadera oportunidad de inversión o una nueva forma de subprime.

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