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Experiencias positivas

Estaríamos hablando de cincuenta y seis mil pensamientos negativos diarios
José J. Rivero
lunes, 29 de febrero de 2016, 08:44 h (CET)
Sabias que generamos más de cuarenta pensamientos por minuto, es decir unos setenta mil pensamientos por día, según nos plantean diferentes estudios realizados por la Universidad de California. De esos casi el setenta o el ochenta por ciento según Russ Harris en su libro “La Trampa de la Felicidad” tienen una negativo, es decir van a potenciar en nuestras vidas malestar, ya que se conforman de nuestras inquietudes o de nuestra desconfianza. Estaríamos hablando de cincuenta y seis mil pensamientos negativos diarios.

Pero sin duda alguna el potencial de nuestras neuronas es increible: ¿sabías que cuanto más tiempo puedan experimentar las sensaciones que se producen al disparar emociones positivas como la gratitud o la felicidad?

Estas emociones quedan almacenadas más intensamente en nuestro cerebro y así de alguna manera están impregnando de manera positiva nuestra mente, lo que nos hace potenciar nuestro bienestar.

El neurocientifico Rick Hanson nos plantea que a más tiempo permitimos a nuestras neuronas que logren disparar emociones como la felicidad, la gratitud, la esperanza, están van a dejar una huella cada vez más intensa.

Pero claro que esa tendencia natural que tenemos a quedarnos enganchados a las experiencias negativas, genera sufrimiento y nos ancla en esa sensación negativa ya que no potenciamos un gestión que nos permita experimentar esa capacidad de brindarles más tiempo en nuestra vida a esas situaciones positivas para que se fijen en nuestra memoria a largo plazo.

El cerebro tiende a reaccionar de una manera muy intensa ante las malas noticias, mientras que las buenas las dejamos pasar sin prestarles atención. Este fantástico órgano está preparado para garantizar nuestra supervivencia, y lo hace de forma espectacular, pero eso sacrifica en múltiples ocasiones nuestro potencial de felicidad, ya que se ha acostumbrado a detectar amenazas y por ello debemos de potenciar la posibilidad de que aprendamos a gestionar herramientas que nos ayuden a sacarle partido a esas buenas experiencias que en ocasiones pasan por nuestra vida sin pena ni gloria y sin duda eso hace que nos construyamos acostumbrados a movernos en terrenos que entendemos no peligrosos, algunos denominan a esta forma de auto-protección, zona de confort. Esta auto-protección o zona de confort es útil en situaciones de miedo real. El miedo es una de nuestras emociones primarias, y aunque desagradable, en ocasiones es muy necesaria para no actuar temerariamente.

Debemos de entrenar a nuestro cerebro a que se acostumbre a experimentar la felicidad, para ello debemos de aprender a focalizar nuestra percepción y así poder disfrutar el presente potenciando la vivencia de las emociones positivas. Atesorando así experiencias positivas en nuestra memoria. Por esa razón al experimentar cotidianamente dichas experiencias nos permiten aventurarnos a salir de la zona confort lo que nos permite crecer como personas.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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