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El abrazo de la serpiente es la gran sensación del cine latinoamericano reciente

Hacia el corazón de las tinieblas

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En 1909, Theodor Koch-Grünberg (Jan Bijvoet), un etnógrafo alemán gravemente enfermo, viaja hasta un lugar recóndito del Amazonas en busca de Karamakate (Nilbio Torres), un chamán solitario que puede guiarlo hasta la yakruna, planta sagrada que, según las creencias del lugar, posee extraordinarias propiedades curativas. Años más tarde, hacia 1940, otro científico, el etnobotánico estadounidense Evan Schultes (Brionne Davis), recurre asimismo a Karamakate (Antonio Bolívar) para que la yakruna le otorgue la capacidad de soñar.

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El abrazo de la serpiente, como el propio Amazonas, en cuyas espectaculares localizaciones ha sido rodada en un impresionante blanco y negro, nos envuelve con su exuberancia natural, sus sonidos, sus mitos y sus leyendas. La película, un relato de aventuras cocido a fuego lento, expone las nefastas consecuencias del colonialismo en América; el etnocidio (si utilizamos el término acuñado por el etnólogo francés Robert Jaulin) de las culturas indígenas llevado a cabo por la civilización occidental en virtud de lo que Rudyard Kipling denominaba La carga del hombre blanco. Esto es, una supuesta superioridad de la raza blanca sobre las demás, que la obligaría, en un sentido casi misional, a dominarlas para conducirlas hasta el estadio evolutivo que Lewis Henry Morgan definió como civilización.

Hay en el filme que nos ocupa una referencia literaria obvia, la de El corazón de las tinieblas (Heart of darkness, 1899), de Joseph Conrad. Y derivadas de ésta, otras referencias cinematográficas más o menos evidentes como las de Apocalypse Now (ídem, 1979), de Francis Ford Coppola; Aguirre, la cólera de dios (Aguirre, der Zorn Gottes, 1972), de Werner Herzog; o Fitzcarraldo (ídem, 1982), también de Werner Herzog. El abrazo de la serpiente comparte con todas ellas el tema de la travesía sobre el curso de un río para completar una misión suicida, aunque quizá carezca de ese punto de delirio enfermizo que las hace geniales, a excepción de la secuencia de la segunda visita a la misión católica. Inspirándose en los diarios de los científicos y exploradores Theodor Koch-Grünberg y Richard Evans Schultes, el director colombiano Ciro Guerra, que obtuvo por su trabajo el Art Cinema Award de la Quincena de Realizadores de Cannes, narra en su película un doble viaje en el tiempo a través de un mismo espacio, reforzando así el concepto de memoria en el personaje de Karamakate. Y lo hace de manera paralela, con una gran sutilidad en las transiciones gracias al hábil manejo de la cámara y los espacios.

El contraste, como elemento básico de contraposición, resulta clave a lo largo de toda la cinta: el contraste entre los dos viajes; entre el pasado y la modernidad; entre el materialismo de la cultura occidental y la espiritualidad de la cultura indígena; entre el conocimiento que repara y el conocimiento que destruye; entre el Karamakate joven, enérgico e irreverente, y el Karamakate viejo, tranquilo y desencantado; entre los dos científicos, que buscan la yakruna por razones muy diferentes; entre Manduca, el indio “domesticado” que sirve fielmente a Theodor, y el propio Karamakate, un espíritu libre imposible de domesticar; entre la música que emana del tocadiscos de Evan y los sonidos naturales de la selva…

Magnífica siempre, y a ratos fascinante, El abrazo de la serpiente se eleva como una de las propuestas fílmicas más singulares y valientes del cine latinoamericano de los últimos tiempos.

Hacia el corazón de las tinieblas

El abrazo de la serpiente es la gran sensación del cine latinoamericano reciente
Ricardo Pérez
viernes, 26 de febrero de 2016, 12:31 h (CET)
En 1909, Theodor Koch-Grünberg (Jan Bijvoet), un etnógrafo alemán gravemente enfermo, viaja hasta un lugar recóndito del Amazonas en busca de Karamakate (Nilbio Torres), un chamán solitario que puede guiarlo hasta la yakruna, planta sagrada que, según las creencias del lugar, posee extraordinarias propiedades curativas. Años más tarde, hacia 1940, otro científico, el etnobotánico estadounidense Evan Schultes (Brionne Davis), recurre asimismo a Karamakate (Antonio Bolívar) para que la yakruna le otorgue la capacidad de soñar.

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El abrazo de la serpiente, como el propio Amazonas, en cuyas espectaculares localizaciones ha sido rodada en un impresionante blanco y negro, nos envuelve con su exuberancia natural, sus sonidos, sus mitos y sus leyendas. La película, un relato de aventuras cocido a fuego lento, expone las nefastas consecuencias del colonialismo en América; el etnocidio (si utilizamos el término acuñado por el etnólogo francés Robert Jaulin) de las culturas indígenas llevado a cabo por la civilización occidental en virtud de lo que Rudyard Kipling denominaba La carga del hombre blanco. Esto es, una supuesta superioridad de la raza blanca sobre las demás, que la obligaría, en un sentido casi misional, a dominarlas para conducirlas hasta el estadio evolutivo que Lewis Henry Morgan definió como civilización.

Hay en el filme que nos ocupa una referencia literaria obvia, la de El corazón de las tinieblas (Heart of darkness, 1899), de Joseph Conrad. Y derivadas de ésta, otras referencias cinematográficas más o menos evidentes como las de Apocalypse Now (ídem, 1979), de Francis Ford Coppola; Aguirre, la cólera de dios (Aguirre, der Zorn Gottes, 1972), de Werner Herzog; o Fitzcarraldo (ídem, 1982), también de Werner Herzog. El abrazo de la serpiente comparte con todas ellas el tema de la travesía sobre el curso de un río para completar una misión suicida, aunque quizá carezca de ese punto de delirio enfermizo que las hace geniales, a excepción de la secuencia de la segunda visita a la misión católica. Inspirándose en los diarios de los científicos y exploradores Theodor Koch-Grünberg y Richard Evans Schultes, el director colombiano Ciro Guerra, que obtuvo por su trabajo el Art Cinema Award de la Quincena de Realizadores de Cannes, narra en su película un doble viaje en el tiempo a través de un mismo espacio, reforzando así el concepto de memoria en el personaje de Karamakate. Y lo hace de manera paralela, con una gran sutilidad en las transiciones gracias al hábil manejo de la cámara y los espacios.

El contraste, como elemento básico de contraposición, resulta clave a lo largo de toda la cinta: el contraste entre los dos viajes; entre el pasado y la modernidad; entre el materialismo de la cultura occidental y la espiritualidad de la cultura indígena; entre el conocimiento que repara y el conocimiento que destruye; entre el Karamakate joven, enérgico e irreverente, y el Karamakate viejo, tranquilo y desencantado; entre los dos científicos, que buscan la yakruna por razones muy diferentes; entre Manduca, el indio “domesticado” que sirve fielmente a Theodor, y el propio Karamakate, un espíritu libre imposible de domesticar; entre la música que emana del tocadiscos de Evan y los sonidos naturales de la selva…

Magnífica siempre, y a ratos fascinante, El abrazo de la serpiente se eleva como una de las propuestas fílmicas más singulares y valientes del cine latinoamericano de los últimos tiempos.

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