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Gonzalo G. Velasco

"JVCD": El el corazón del mamporro

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A nada que uno se pare por un momento a pensar sobre ello, resulta francamente curioso como la mayor parte de los actores que trascienden su condición de meros intérpretes para conventirse en iconos culturales, están o han estado vinculados de alguna manera al cine de acción. Y en ocasiones, al cine de acción más mamporrero y marrullero, dos de mis palabras favoritas. Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Steven Seagal, Dolph Lundgren y Jean Claude Van Damme fueron en los años ochenta y noventa los epítomes de esta tendencia, y ahora que los viejos mitos de las testosterona parece que vuelven con ánimos renovados (Rambo, Rocky, John McClane, Indiana Jones etc…) se planta en la palestra un director frances prácticamente desconocido, de nombre Manrouk El Mechri, convence al muy maltrecho y talludito Jean Claude Van Damme, tal vez de entre todos los iconos arriba mentados el más decadente de todos (aunque Lundgren no se queda atrás) y lo convierte en eje narrativo de una lúcida película autoparódica cuya estrella es precisamente el músculo belga interpretándose a sí mismo en una trama irregular pero siempre interesante que bascula entre la realidad, la ficción y el homenaje cinéfilo.

Decir que JCVD viene a ser una especie de mezcla entre dos obras maestras del séptimo arte separadas por algo más que el tiempo como son Ocho y Medio y Takeshis, de Federico Fellini y Takeshi Kitano, respectivamente, tal vez suponga concederle a JCVD una importancia excesiva. Con todo, el film de El Mechri contiene una inspiradísima digresión cuyo mero visionado compensa todas sus posibles carencias, desde la aparatosidad dramática de la historia del atraco hasta la flojera de algunos gags carentes de toda gracia o la arritmia que, por momentos, aturulla el relato. Este momento describe una especie de epifanía metacinematográfica donde Van Damme, literalmente expulsado de la narración, se marca un monólogo de varios minutos sobre su propia vida, con lágrimas de por medio, y consigue lo que ni el mayor de sus fans podría haber llegado a imaginar jamás: conmover al personal como si de un personaje shakespeariano se tratase. De paso, actuando bien.

Es tras presenciar milagros como este cuando llega el momento de reconocer que, por mucho que a muchos nos fastidie decirlo, la posmodernidad es capaz de ofrecer algo más que collages, ironía e inanidad disfrazada de delirio formal. Ya ese enorme director que es Sylvester Stallone, (un Clint Eastwood en ciernes que más tarde o más temprano acabará eclosionando para incredulidad de la crítica internacional), demostró en Rocky Balboa hasta qué punto la autenticidad y la honestidad de lo que narra una película tiene el poder de redimirla. Jean Claude Van Damme y El Mechri han seguido su estela y, con esta insólita colaboración, inciden en la misma idea casi hasta el paroxismo. Una pena que haya quien no vaya a ver JCVD precisamente por lo que hay detrás de su título acrónimo, es decir, Jean Claude Van Damme. Por fortuna, también existe gente que no tiene absurdos prejuicios cinematográficos y que se lo pasará con un enano viendo como el viejo héroe se bate en duelo contra su peor y más encarnizado enemigo: la vida. Toda una lección, tanto de cine como de humanidad. Muy recomendable.

"JVCD": El el corazón del mamporro

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
sábado, 18 de abril de 2009, 11:13 h (CET)
A nada que uno se pare por un momento a pensar sobre ello, resulta francamente curioso como la mayor parte de los actores que trascienden su condición de meros intérpretes para conventirse en iconos culturales, están o han estado vinculados de alguna manera al cine de acción. Y en ocasiones, al cine de acción más mamporrero y marrullero, dos de mis palabras favoritas. Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Steven Seagal, Dolph Lundgren y Jean Claude Van Damme fueron en los años ochenta y noventa los epítomes de esta tendencia, y ahora que los viejos mitos de las testosterona parece que vuelven con ánimos renovados (Rambo, Rocky, John McClane, Indiana Jones etc…) se planta en la palestra un director frances prácticamente desconocido, de nombre Manrouk El Mechri, convence al muy maltrecho y talludito Jean Claude Van Damme, tal vez de entre todos los iconos arriba mentados el más decadente de todos (aunque Lundgren no se queda atrás) y lo convierte en eje narrativo de una lúcida película autoparódica cuya estrella es precisamente el músculo belga interpretándose a sí mismo en una trama irregular pero siempre interesante que bascula entre la realidad, la ficción y el homenaje cinéfilo.

Decir que JCVD viene a ser una especie de mezcla entre dos obras maestras del séptimo arte separadas por algo más que el tiempo como son Ocho y Medio y Takeshis, de Federico Fellini y Takeshi Kitano, respectivamente, tal vez suponga concederle a JCVD una importancia excesiva. Con todo, el film de El Mechri contiene una inspiradísima digresión cuyo mero visionado compensa todas sus posibles carencias, desde la aparatosidad dramática de la historia del atraco hasta la flojera de algunos gags carentes de toda gracia o la arritmia que, por momentos, aturulla el relato. Este momento describe una especie de epifanía metacinematográfica donde Van Damme, literalmente expulsado de la narración, se marca un monólogo de varios minutos sobre su propia vida, con lágrimas de por medio, y consigue lo que ni el mayor de sus fans podría haber llegado a imaginar jamás: conmover al personal como si de un personaje shakespeariano se tratase. De paso, actuando bien.

Es tras presenciar milagros como este cuando llega el momento de reconocer que, por mucho que a muchos nos fastidie decirlo, la posmodernidad es capaz de ofrecer algo más que collages, ironía e inanidad disfrazada de delirio formal. Ya ese enorme director que es Sylvester Stallone, (un Clint Eastwood en ciernes que más tarde o más temprano acabará eclosionando para incredulidad de la crítica internacional), demostró en Rocky Balboa hasta qué punto la autenticidad y la honestidad de lo que narra una película tiene el poder de redimirla. Jean Claude Van Damme y El Mechri han seguido su estela y, con esta insólita colaboración, inciden en la misma idea casi hasta el paroxismo. Una pena que haya quien no vaya a ver JCVD precisamente por lo que hay detrás de su título acrónimo, es decir, Jean Claude Van Damme. Por fortuna, también existe gente que no tiene absurdos prejuicios cinematográficos y que se lo pasará con un enano viendo como el viejo héroe se bate en duelo contra su peor y más encarnizado enemigo: la vida. Toda una lección, tanto de cine como de humanidad. Muy recomendable.

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