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Muerte y exhumación de Lorca II

Ana Morilla
Ana Morilla
viernes, 3 de octubre de 2008, 22:19 h (CET)
“El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre”.

Lorca se refería así al Teatro en 1.936, poco antes de morir. En su muerte, tanto o más que su homosexualidad y sus amistades y simpatías republicanas, influyeron sus obras, y muy especialmente, por oscuras rencillas familiares, “La casa de Bernarda Alba”.

Lorca consiguió radiografiar en ella todas las miserias de la España de la época: clasismo y jerarquización opresivos, ignorancia y analfabetismo, distinciones sociales y burdos privilegios segando todo brote intelectual o liberal, moral conservadora con sus cerriles obsesiones religiosas, apariencias y rancio concepto del honor como permanente vigía social. Y sobrevolando entre odios y envidias, el más sombrío autoritarismo, encarnado en el carácter dominante y cruel de Bernarda, que trasciende el despotismo matriarcal para simbolizar el yugo hecho Ley en la España sobre la que ya se cernía la Guerra Civil.

Lorca plasmó también en su obra, junto a tantas sombras, el deseo de libertad, una constante en la Generación del 27, representado en mujeres vitalistas y oprimidas por una realidad aplastante, como Adela, la hija menor de Bernarda, o en heroínas ansiosas de reformas como Mariana Pineda, y siempre envuelto en realismo poético, urdido además con la cultura popular que elevó, depuró y combinó con las vanguardias del momento.

Cuando al calor de las nuevas ideas Republicanas creó en 1.932 la compañía de teatro universitario ambulante La Barraca, quiso acercar la cultura y el teatro a las gentes del pueblo en las que se inspiraba “Si el teatro está en decadencia, para volver a adquirir su fuerza debe volver al pueblo del que se ha apartado”.

Lorca decía: “El concepto del arte por el arte es una cosa que sería cruel si no fuera afortunadamente cursi”. “Ningún hombre verdadero cree ya en esa zarandaja del arte puro, arte por el arte mismo. En este momento dramático del mundo el artista debe llorar y reír con su pueblo. Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que las buscan”.

Antes de morir asesinado por orden de Queipo de Llano, poco después del golpe militar que inició la Guerra Civil, fue acusado de “Hacer más daño con la pluma que con las pistolas”. Y sí, dañó con su obra y su muerte a la eterna España inmovilista y opresora de Bernalda Alba, que siguió a la luminosa y efímera atmósfera intelectual de la España del 27. « Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos».

La muerte de Lorca fue también la victoria de Millán Astrai y de la CEDA, con su célebre lema “¡Muera la inteligencia, Viva la muerte¡”, proclamado contra Unamuno en la Universidad, e inauguró el exilio de toda una generación creadora: Rafael Alberti, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Jorge Guillen, Rosa Chacel o María Zambrano dejaron España. La poesía de ésta Generación se volvió más temporal, más reflexiva, pero el país que hubieran alimentado sus mentes y sus letras dejó de existir para ser ya otro.

La muerte y la obra de Lorca, en la España que fuimos, nos siguen obligando a traspasar los límites del olvido, a no exiliar nuestros recuerdos y a regar de memoria histórica, de sentido, que no de rencor, nuestra historia y nuestra identidad.

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