Querido Efraín: La acequia de Dios va llena de agua; prepara los trigales. No hay duda de qué acequia se trata, pues así dice el salmista: “El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios”. Y el mismo Señor dice en su evangelio: “El que beba del agua que yo le daré, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva, que salta hasta la vida eterna”. Y añade en otro lugar: “El que cree en mí, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva”. Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él. Así, pues, esta acequia está llena del agua de Dios. Pues, efectivamente, nos hallamos inundados por los dones del Espíritu Santo, y la corriente que rebosa del agua de Dios se derrama sobre nosotros desde aquella fuente de vida. También encontramos ya preparado nuestro alimento.
¿Y de qué alimento se trata? De aquel mediante el cual nos preparamos para la unión con Dios, ya que, mediante la comunión de su cuerpo y su sangre tendremos, más adelante, acceso a la unión con su cuerpo glorioso. Es lo que el salmo ha dado a entender cuando dice: Prepara los trigales; porque este alimento salva y nos dispone, además, para la eternidad.
A nosotros, los renacidos por el sacramento del bautismo, se nos concede ese gran gozo, ya que experimentamos en nuestro interior las primicias de los dones del Espíritu Santo; cuando penetra en nosotros la inteligencia de los misterios, el conocimiento de las profecías, la palabra de sabiduría, la firmeza de la esperanza, los carismas medicinales, y el dominio sobre el demonio sometido.
Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.