Al sur del Cáucaso, ubicada en el grueso brazo del continente eurasiático que separa el Caspio del mar Negro, la república de Georgia no tiene pozos de petróleo, y, sin embargo, es un país clave para el trasiego de gas natural y del preciado “oro liquido”. De repente, en este olímpico mes de Agosto, ha saltado a la actualidad de portadas y telediarios. Las antiguas “serpientes de verano” cada vez son menos necesarias en esta sociedad tan bien comunicada…
Con inusitada violencia se ha registrado entre sus fronteras un escandaloso chirrido, un fogonazo como consecuencia de las tensiones entre los grandes bloques en que se agrupan los diferentes intereses de este mundo, que no consigue con la globalización poco más que inestables equilibrios. En esta ocasión, un conflicto de altísimos niveles para asegurar el abastecimiento energético, o neutralizar encubiertamente nuevas rutas de distribución, ha sido el agente desestabilizador.
Con el derrumbamiento de la felizmente extinguida Unión Soviética sobrevino una escalada para obtener el control político y económico de esa parte del mundo. Y, con la reestructuración surgió el oleoducto que ha resultado ser el segundo del mundo en extensión, para transportar petróleo del mar Caspio hasta el Mediterráneo, sin pasar por Rusia. Es fácil seguir su trazado: desde Bakú se dirige hasta Tiflis, la capital de Georgia, y desde allí, en un señalado giro de casi noventa grados, atraviesa Turquía y ofrece sus bocas para la carga de petroleros en el impresionante complejo marítimo de Ceyhan, casi frente a Chipre. 1.768 kilómetros que fueron inaugurados el año 2005 y financiado su coste de 3.900 millones de dólares por una compleja red financiera internacional con la participación de importantes compañías petroleras, las mismas que andan por Irak y Afganistán. ¿Casualidad?
Rusia se opuso a este oleoducto que la “puenteaba” con su directo vertido al mar Mediterráneo. Más, Georgia quedó en el punto de mira ruso. Se comprende como, ahora, un aparente motivo independentista regional (Osetia del sur) haya desembocado en la masiva afluencia de tanques rusos. Ante esa amenaza, Georgia se ha sentido protegida por una alianza con EE.UU., y, recientemente, habían realizado maniobras militares conjuntas en ese mismo territorio. Claro, que, Rusia respondió con parecidos movimientos al otro lado de la frontera. La carga del “aparato eléctrico” en el ambiente se fue haciendo palmaria. La tormenta en este mes, solo han sido barruntos. Por fortuna.
Cuando surgen roces entre los bloques poderosos, y empiezan los disparos, son los civiles los que pagan los vidrios rotos, y una gran parte de la población georgiana ha visto destrozado patrimonios y viviendas. Los desplazados han provocado una oleada de solidaridad internacional. Mucho dinero está en juego, y no cuentan los inocentes de la población civil, sobre todo, si están situados en el centro de la contienda, en el “ojo del huracán” que se dice.
Es preciso entender de este abortado disturbio de la paz mundial, por la presión negociadora internacional, que el mundo –la Aldea Mundial-, se ha transformado en un tablero de ajedrez, como aquel sobre el que jugaban el Caballero y la Muerte en la película de Ingmar Bergman -El séptimo sello-, y con la intención de alargar el tiempo de vida; si gana la muerte se lo llevará consigo, y si gana el hombre, le dejará marcharse. Es sabido que siempre han de existir conflictos en la Tierra; más, mientras la energía fósil sea primordial para el desarrollo y bienestar de la humanidad, es deseable que los “chispazos” solo sean barruntos, aunque a mucho georgiano no le haya resultado este agosto, precisamente, “de vacaciones”.
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