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Ariel Magnus, escritor

“En el libro traté de meter todo lo chino que estuviera en mi imaginario, como quien tira verduras en un wok”

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Hasta el momento, no conozco lector que se haya quejado de este libro galardonado con el prestigioso premio internacional La Otra Orilla, en su versión 2007, de la editorial Norma. Inspirada en un hecho real, “Un chino en bicicleta” es una novela que se lee con muchísimo gusto y complicidad, en ella tenemos a Ramiro Valestra y a su secuestrador Li, los muy bien perfilados personajes que también pueden representar el encuentro de dos culturas que empiezan a conocerse: la comunidad china en Argentina. Su autor, Ariel Magnus (Buenos Aires, 1975), está considerado, y con toda razón porque es de otro lote, como uno de los principales narradores latinoamericanos de hoy.




Ariel Magnus. / Foto: www.moleskinebogota39.blogspot.com


Gabriel Ruiz-Ortega / Siglo XXI

Lo primero que resalta de tu novela es el uso del humor.

La idea al principio era escribir un libro serio, periodístico, sobre la inmigración china en Argentina. Pero como a ninguna editorial le interesó y yo ya había empezado a investigar, me mandé, casi a modo de venganza, por el lado de lo cómico/absurdo. El absurdo es de todas formas el lugar hacia donde derrapa mi pensamiento y mi imaginación cuando escribo, subvencionado en este caso por lo insólito de la historia real del chino pirómano que sirve de disparador de la novela (una historia que en el fondo es bastante trágica, como suele ocurrir con las comedias). En el libro traté de meter todo lo chino que estuviera en mi imaginario, como quien tira verduras en un wok, y de ahí que el humor funcione un poco como la salsa de soja que amalgama y le da gusto al conjunto. Sólo en ese tono sentí que podía explorar este imaginario sobre lo chino, que es personal pero a la vez bastante extendido, no sólo en Argentina sino también en otros países.

Hace un tiempo le escuché decir a César Aira que los escritores deben huir del humor como si tratara de la peste. Te lo comento porque él fue integrante del jurado que premió tu novela. Es un dato curioso.

Muy curioso, es verdad. Aira reniega del humor, aunque sus libros se valen mucho de él (tal vez en contra de su voluntad). Borges hacía otro tanto, aunque tiene relatos netamente humorísticos (Pierre Menard, por ejemplo). Creo que hay razones para por lo menos desconfiar del humor (y de Aira, y de Borges). Una de ellas es que se trata de un arma de doble filo, porque por un lado genera una rápida empatía en el lector, pero por el otro le impide, o digamos dificulta, tomarse en serio lo que lee. El humor, sobre todo si se da el gusto de no ser todo el tiempo "inteligente", crea enseguida suspicacias acerca de la "seriedad" de su autor (cosa que no le sucede al autor solemne, por más de que la solemnidad sea la fuente más importante de humor). El que se vale del humor siempre corre el riesgo de caer en la humorada tonta. Pero yo creo que es un riesgo que hay que asumir, si te gusta el humor. Y a mí me gusta. Y por ahora no reniego.

La empatía entre los protagonistas, Ramiro Palestra y su secuestrador Li, es casi inmediata.

Ramiro hace empatía con Li desde el momento en que tiene que salir de testigo de su detención, así como yo (y otros) hicimos empatía con el Li real cuando nos enteramos por el diario de su detención. Me parece que la simpatía corre en esa dirección (lo que piensa Li es insondable, al fin y al cabo es chino), y es necesaria para que Ramiro se meta dentro de la cultura china. Busqué un personaje perdido en la vida y con (por así decirlo) un grado cero de chinitud, a fin de justificar que se quedara con gusto en el barrio chino y nos lo contara desde adentro.

Me llamó la atención que haya un fuerte desarrollo cultural chino en Argentina. ¿Es así?

Es que no sé si lo hay. Los chinos (de China, no japoneses o coreanos) empezaron a llegar en masa hace relativamente poco a Argentina, su barrio es relativamente pequeño y aunque tienen muchos restaurantes y no hay argentino que no compre en sus minimercados varias veces a la semana, no parecen estar muy integrados a la cultura vernácula, que de por sí ya es un rejunte de otras culturas. Quizá sus hijos se estén integrando en este momento o lo hagan en un futuro cercano. Lo que sí está muy arraigado a nuestra cultura (y creo que a todas) es un cierto imaginario sobre lo chino, mucho más amplio de lo que uno podría pensar en un principio. Casi no hay persona que me haya hablado del libro sin agregar algún dato que me faltó meter, ya sea un personaje de novela, un juguete o una canción. Eso, ver hasta qué punto lo oriental es parte de nuestro occidente, fue para mí el verdadero descubrimiento al escribir la historia de Ramiro y Li (y Yintai).

¿Cómo nació tu interés por esta cultura?

Siempre me fascinaron las culturas antiguas, no sólo la china. Antes de estudiar literatura lo intenté con griego, latín y hasta sánscrito. Además estuve en China de viaje hace una década, y siempre me sentí muy bien en los barrios chinos de las distintas ciudades que visité. El disparador de la novela fue el caso de Li, pero está claro que estos contactos previos con esa cultura milenaria estaban pidiendo ser volcados en un libro.

¿Cómo hiciste para que el humor no termine traicionando la historia de la novela?

Para mí la de Ramiro es una historia de amor, y el amor es algo serio. Tal vez fue eso lo que me salvó de escribir un largo chiste y nada más. Creo igual que la clave está en que mi idea no fue hacer una novela humorística, sino que el libro me fue llevando para ese lado. Lo humorístico está en la forma de ver y de contar del narrador, pero no es ni el tema ni la búsqueda del libro.

¿Y qué fue lo que te costó más al escribirla?

Lo que más me cuesta, acá y siempre, es corregir una vez que el libro ya está escrito, y sobre todo recortar. En este caso, la parte "teórica" de los últimos capítulos, donde Li expone su teoría sobre la cultura china y la cultura judía, era mucho más larga. El problema es que esas partes, que son las que a mí más me gustan, suelen coincidir con las más aburridas e innecesarias.

Algunos referentes literarios...

Leí todo lo que me cayó en las manos sobre China (incluidos autores argentinos como Aira, que tiene "Una novela china", y cuentos de Borges con chinos, como "El jardín de senderos que se bifurcan"). También releí lo que tenía en la biblioteca (por ejemplo novelas chinas antiguas en las traducciones de Franz Kuhn al alemán). También vi películas y navegué por Internet. Durante el periodo de escritura estuve sumergido por completo en el mundo chino, al punto de que me compré un wok y un libro de recetas (que nunca usé). Referentes literarios directos para este libro no tuve ninguno en especial. Es decir que me nutrí de todos.

La novela tiene un espíritu clarísimo: el descubrimiento por medio de deslumbramiento.

Es que desde el principio no me lo imaginé como un choque problemático, sino como ese proceso de "descubrimiento por medio del deslumbramiento" al que hacés referencia. Aunque no la pensé como novela de aprendizaje, creo que acabó siendo un poco eso, una suerte de viaje quieto desde el prejuicio sobre lo chino hasta la fascinación y el enamoramiento. Y a su vez, una forma de mirar mi propia cultura, la argentina, desde un afuera que está adentro. Porque eso es el barrio chino, ¿no?, una sucursal de otra cultura (y en este caso LA otra cultura, la cultura más opuesta según el imaginario occidental) dentro de tu propia ciudad.

¿Algún comentario sobre “Un chino en bicicleta” que recuerdes de manera especial?

En una entrevista conjunta con un medio colombiano, a César Aira y a Santiago Gamboa les preguntaron por qué habían premiado esta novela, y aunque podrían haber empezado a dar razones más o menos técnicas que justificaran su decisión, ambos prefirieron decir que porque la habían leído con placer. Lo sentí como un gran halago.

“En el libro traté de meter todo lo chino que estuviera en mi imaginario, como quien tira verduras en un wok”

Ariel Magnus, escritor
Redacción
martes, 25 de noviembre de 2008, 12:07 h (CET)
Hasta el momento, no conozco lector que se haya quejado de este libro galardonado con el prestigioso premio internacional La Otra Orilla, en su versión 2007, de la editorial Norma. Inspirada en un hecho real, “Un chino en bicicleta” es una novela que se lee con muchísimo gusto y complicidad, en ella tenemos a Ramiro Valestra y a su secuestrador Li, los muy bien perfilados personajes que también pueden representar el encuentro de dos culturas que empiezan a conocerse: la comunidad china en Argentina. Su autor, Ariel Magnus (Buenos Aires, 1975), está considerado, y con toda razón porque es de otro lote, como uno de los principales narradores latinoamericanos de hoy.




Ariel Magnus. / Foto: www.moleskinebogota39.blogspot.com


Gabriel Ruiz-Ortega / Siglo XXI

Lo primero que resalta de tu novela es el uso del humor.

La idea al principio era escribir un libro serio, periodístico, sobre la inmigración china en Argentina. Pero como a ninguna editorial le interesó y yo ya había empezado a investigar, me mandé, casi a modo de venganza, por el lado de lo cómico/absurdo. El absurdo es de todas formas el lugar hacia donde derrapa mi pensamiento y mi imaginación cuando escribo, subvencionado en este caso por lo insólito de la historia real del chino pirómano que sirve de disparador de la novela (una historia que en el fondo es bastante trágica, como suele ocurrir con las comedias). En el libro traté de meter todo lo chino que estuviera en mi imaginario, como quien tira verduras en un wok, y de ahí que el humor funcione un poco como la salsa de soja que amalgama y le da gusto al conjunto. Sólo en ese tono sentí que podía explorar este imaginario sobre lo chino, que es personal pero a la vez bastante extendido, no sólo en Argentina sino también en otros países.

Hace un tiempo le escuché decir a César Aira que los escritores deben huir del humor como si tratara de la peste. Te lo comento porque él fue integrante del jurado que premió tu novela. Es un dato curioso.

Muy curioso, es verdad. Aira reniega del humor, aunque sus libros se valen mucho de él (tal vez en contra de su voluntad). Borges hacía otro tanto, aunque tiene relatos netamente humorísticos (Pierre Menard, por ejemplo). Creo que hay razones para por lo menos desconfiar del humor (y de Aira, y de Borges). Una de ellas es que se trata de un arma de doble filo, porque por un lado genera una rápida empatía en el lector, pero por el otro le impide, o digamos dificulta, tomarse en serio lo que lee. El humor, sobre todo si se da el gusto de no ser todo el tiempo "inteligente", crea enseguida suspicacias acerca de la "seriedad" de su autor (cosa que no le sucede al autor solemne, por más de que la solemnidad sea la fuente más importante de humor). El que se vale del humor siempre corre el riesgo de caer en la humorada tonta. Pero yo creo que es un riesgo que hay que asumir, si te gusta el humor. Y a mí me gusta. Y por ahora no reniego.

La empatía entre los protagonistas, Ramiro Palestra y su secuestrador Li, es casi inmediata.

Ramiro hace empatía con Li desde el momento en que tiene que salir de testigo de su detención, así como yo (y otros) hicimos empatía con el Li real cuando nos enteramos por el diario de su detención. Me parece que la simpatía corre en esa dirección (lo que piensa Li es insondable, al fin y al cabo es chino), y es necesaria para que Ramiro se meta dentro de la cultura china. Busqué un personaje perdido en la vida y con (por así decirlo) un grado cero de chinitud, a fin de justificar que se quedara con gusto en el barrio chino y nos lo contara desde adentro.

Me llamó la atención que haya un fuerte desarrollo cultural chino en Argentina. ¿Es así?

Es que no sé si lo hay. Los chinos (de China, no japoneses o coreanos) empezaron a llegar en masa hace relativamente poco a Argentina, su barrio es relativamente pequeño y aunque tienen muchos restaurantes y no hay argentino que no compre en sus minimercados varias veces a la semana, no parecen estar muy integrados a la cultura vernácula, que de por sí ya es un rejunte de otras culturas. Quizá sus hijos se estén integrando en este momento o lo hagan en un futuro cercano. Lo que sí está muy arraigado a nuestra cultura (y creo que a todas) es un cierto imaginario sobre lo chino, mucho más amplio de lo que uno podría pensar en un principio. Casi no hay persona que me haya hablado del libro sin agregar algún dato que me faltó meter, ya sea un personaje de novela, un juguete o una canción. Eso, ver hasta qué punto lo oriental es parte de nuestro occidente, fue para mí el verdadero descubrimiento al escribir la historia de Ramiro y Li (y Yintai).

¿Cómo nació tu interés por esta cultura?

Siempre me fascinaron las culturas antiguas, no sólo la china. Antes de estudiar literatura lo intenté con griego, latín y hasta sánscrito. Además estuve en China de viaje hace una década, y siempre me sentí muy bien en los barrios chinos de las distintas ciudades que visité. El disparador de la novela fue el caso de Li, pero está claro que estos contactos previos con esa cultura milenaria estaban pidiendo ser volcados en un libro.

¿Cómo hiciste para que el humor no termine traicionando la historia de la novela?

Para mí la de Ramiro es una historia de amor, y el amor es algo serio. Tal vez fue eso lo que me salvó de escribir un largo chiste y nada más. Creo igual que la clave está en que mi idea no fue hacer una novela humorística, sino que el libro me fue llevando para ese lado. Lo humorístico está en la forma de ver y de contar del narrador, pero no es ni el tema ni la búsqueda del libro.

¿Y qué fue lo que te costó más al escribirla?

Lo que más me cuesta, acá y siempre, es corregir una vez que el libro ya está escrito, y sobre todo recortar. En este caso, la parte "teórica" de los últimos capítulos, donde Li expone su teoría sobre la cultura china y la cultura judía, era mucho más larga. El problema es que esas partes, que son las que a mí más me gustan, suelen coincidir con las más aburridas e innecesarias.

Algunos referentes literarios...

Leí todo lo que me cayó en las manos sobre China (incluidos autores argentinos como Aira, que tiene "Una novela china", y cuentos de Borges con chinos, como "El jardín de senderos que se bifurcan"). También releí lo que tenía en la biblioteca (por ejemplo novelas chinas antiguas en las traducciones de Franz Kuhn al alemán). También vi películas y navegué por Internet. Durante el periodo de escritura estuve sumergido por completo en el mundo chino, al punto de que me compré un wok y un libro de recetas (que nunca usé). Referentes literarios directos para este libro no tuve ninguno en especial. Es decir que me nutrí de todos.

La novela tiene un espíritu clarísimo: el descubrimiento por medio de deslumbramiento.

Es que desde el principio no me lo imaginé como un choque problemático, sino como ese proceso de "descubrimiento por medio del deslumbramiento" al que hacés referencia. Aunque no la pensé como novela de aprendizaje, creo que acabó siendo un poco eso, una suerte de viaje quieto desde el prejuicio sobre lo chino hasta la fascinación y el enamoramiento. Y a su vez, una forma de mirar mi propia cultura, la argentina, desde un afuera que está adentro. Porque eso es el barrio chino, ¿no?, una sucursal de otra cultura (y en este caso LA otra cultura, la cultura más opuesta según el imaginario occidental) dentro de tu propia ciudad.

¿Algún comentario sobre “Un chino en bicicleta” que recuerdes de manera especial?

En una entrevista conjunta con un medio colombiano, a César Aira y a Santiago Gamboa les preguntaron por qué habían premiado esta novela, y aunque podrían haber empezado a dar razones más o menos técnicas que justificaran su decisión, ambos prefirieron decir que porque la habían leído con placer. Lo sentí como un gran halago.

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