Querido Efraín: Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas, y, cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres, y curar a contritos de corazón, como médico corporal y espiritual, como Mediador entre Dios y los hombres. De este modo, su misma humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación. Por esto, en Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación con el Padre, y se nos otorgó la plenitud.
Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, cuyo preludio habían sido las maravillas divinas llevadas a cabo en el pueblo de Israel en el antiguo Testamento, Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión. Por este misterio; muriendo, destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida. Ya que, el admirable sacramento de la salvación entera brotó del costado de Cristo consumido en la cruz.
Por esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo, a su vez, envió a los apóstoles llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte y nos condujo al reino del Padre, sino también a que realizaran la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida ritual. Así, por el Bautismo, los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo; mueren con él, son sepultados con él y resucitan con él, y reciben el espíritu de hijos adoptivos que les permite gritar en verdad: "¡Abba!” (Padre), y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca y desea el Padre. Del mismo modo, cuantas veces se reúnen para comer la cena del Señor proclaman su muerte hasta que vuelva. Por eso, precisamente el mismo día de Pentecostés en que estando los Apóstoles reunidos, el Espíritu Santo se manifestó al mundo, los que aceptaron las palabras de Pedro se bautizaron. Y eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones, alabando a Dios, y eran bien vistos de todo el pueblo. Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo lo que se refiere a él en toda la Escritura, celebrando la eucaristía, en la cual se hace de nuevo presente la victoria y el triunfo de su muerte, y dando gracias, al mismo tiempo a Dios, por su don inexpresable en Cristo Jesús, para alabanza de su gloria.
Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.