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Necesitamos más jueces con sentido común

Remedios Falaguera
Remedios Falaguera
domingo, 30 de marzo de 2008, 04:48 h (CET)
Es evidente que los padres, primeros responsables de la educación de nuestros hijos, necesitamos toda la ayuda que puedan ofrecernos los centros escolares, la administración educativa y, visto como está el patio, parece ser que también la judicial.

La semana pasada, la Audiencia de Sevilla condenó a la madre de un joven de 14 años a pagar 14.000 euros para la reconstrucción de la dentadura que su hijo rompió a un compañero de instituto. En el juicio la madre alegó que la responsabilidad era del centro educativo por no hacer "labores suficientes de vigilancia" de los alumnos. Pero según la sentencia, la causa es la "incorrecta educación" de los padres que "permiten o no se preocupan de controlar que sus hijos no lleven al centro escolar objetos que puedan resultar en sí mismo peligrosos", además de que "la brutalidad e intensidad" de la agresión evidencian "una falta de inculcación o asimilación de educación y moderación de costumbres en el agresor para la convivencia en valores".

Así pues, la "conducta violenta y excesiva significa que las tareas educativas ejercidas por los padres no han fructificado, bien por la laxitud a la hora de inculcarlas o bien por la tolerancia en corregir sus manifestaciones violentas", afirma la sentencia.

Se dice que el sentido común es el menos común de los sentidos. Es más, podríamos añadir, no es este el caso, que muchas actuaciones judiciales no tienen sentido. Solo hay que ver lo que está pasando en Huelva con el asesino de MariLuz. Pero menos mal, que existen excepciones que confirman la regla y son un soplo de aire fresco para los que esperamos tener la satisfacción de que la justicia aporte algo al acervo común.

Debe ser por esta razón, que Emilio Calatayud, Magistrado de Menores de Granada, ha saltado a la fama por emitir penas que favorecen una justicia que no sólo vela por los derechos de reinserción del menor, sino que apuesta por la posibilidad de cambio del ser humano.

Según este magistrado, “la sociedad actual ha perdido el norte. Ya que no ha interesado transmitir a los chavales que, además de derechos, también tienen deberes. Y los menores, son menores pero no tontos. Y lo que muchos están haciendo es un abuso de sus derechos y una dejadez de sus deberes”.

De tal manera que el problema fundamental es que muchos de nosotros “hemos pasado de ser esclavos de nuestros padres a ser esclavos de nuestros hijos” y nos hemos dejado en el camino el principio de autoridad que nos recuerda que esa misma autoridad, en este caso Estado-Padres-Profesorado, es la capacidad de orientar y dirigir con un propósito concreto, generalmente bueno, a los menores.

Una autoridad que disponga de atractivo suficiente como para motivar la obediencia y que nos ayude a tomar las decisiones correctas para ayudar a nuestros hijos a madurar . No vaya a tener razón el juez cuando afirma que “nos ha dado miedo hablar de autoridad y decir que no a los hijos porque parece que volvemos a tiempos pasados o al autoritarismo, pero no tiene nada que ver con eso. El principio de autoridad es un elemento fundamental en un estado democrático y de derecho”.

Por lo tanto, es evidente que padres, profesores y administración nos estamos olvidando de transmitir cosas tan sencillas como que “los hijos no emancipados están bajo la potestad de los padres y que la patria potestad se ejercerá siempre en beneficio de los hijos, de acuerdo con su personalidad, y con respeto a su integridad física y psicológica”, como nos recuerda el Código Civil.

Es más, “los hijos deben obedecer a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad, y respetarles siempre, además de, contribuir equitativamente, según sus posibilidades, al levantamiento de las cargas de la familia mientras convivan con ella.”

En fin, no estaría mal que recordásemos que “el respeto es algo importante que te enseñan cuando eres pequeño”. Por ello, los padres, al traer a nuestros hijos al mundo, tenemos la obligación de convertirles, como mínimo, en personas que sepan apreciar a los demás por lo que son y luchen , minuto a minuto, por respetarlos, que sean responsables de sus actos y de las consecuencias, a veces lamentables, como es el caso.

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