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Hemos vivido tiempos, décadas, que parecía que todo el mundo deseaba ser notable y extraordinario, pero quizás, la normalidad, sea el mayor y mejor calificativo de una persona. Ya sé que en psicología y psiquiatría y en algunas ciencias sociales se pone en crisis o en duda el concepto de normalidad.
Como quiera que todo parte de nosotros, nos hallamos en una encrucijada de concurrencias, ante el inmenso efecto globalizador y los cambios generados por la revolución digital, impulsada sobre todo por la inteligencia artificial; atmósfera que ha de hacernos repensar sobre cuestiones existenciales, lo que nos demanda a meditar, con sentido responsable y discernimiento, el horizonte que vamos a tomar.
¿Puede alguien ser plenamente humano sin haber atravesado la tragedia? La pregunta parece evocar el camino del héroe, el aprendizaje forjado en el sufrimiento, o la sabiduría que nace de la herida. Sin embargo, Anthony De Mello, místico indio y maestro espiritual, da un giro radical a esta concepción: la única tragedia real no es el dolor, sino la inconsciencia. No es la muerte, sino no haber vivido.
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