“¡Alégrate, María, porque tu Hijo ha resucitado!”.
Ángel (Amaya García Ridruejo)
Desde tiempos inmemoriales, unos y otros vienen sosteniendo la idea incontrovertible de que las y los ángeles no tienen sexo. Mañana, 23 de marzo, por fin, dicha verdad o axioma tendrá su correspondiente corolario congruente en la realidad irrefutable de la atestada Plaza de los Fueros (o Nueva) de la capital de la ribera ibera de Navarra. Ya que, si todo se hace según recoge y dispone el guión, si todo resulta y sale a pedir de boca (Dios quiera que así sea), Amaya García Ridruejo entrará a formar parte de la historia de la “Bajada del Ángel”, al convertirse, dentro de unas cuantas horas, Domingo de Pascua o Resurrección, en la primera niña en protagonizar la mentada ceremonia religiosa, una tradición tudelana que se remonta al siglo XIV.
Si de vez en cuando (o de cuando en vez) al menda le produce una lata, larga y profunda satisfacción que quienes tienen la autoridad y la potestad de hacer y deshacer hagan y deshagan lo que deben, sabiamente; hoy, trenzando esta urdidura o “urdiblanda”, su seguro servidor de usted, desocupado lector, está más contento de lo acostumbrado, porque quienes tenían la capacidad, el don, la facultad o la virtud de hacer y deshacer, independientemente de que tuvieran en cuenta lo que este fulano les recomendó que hicieran y deshicieran otrora, lo que fuera, decidieron llevar a buen término lo que debían. En pocas palabras, aquello, que acertó a sentenciar Anne Dudley Bradstreet, de que “la autoridad sin sabiduría es como un pesado cincel sin filo; sólo sirve para abollar, no para esculpir”.
Ergo, bienvenido, bienhadado y bienhallado será este otro nuevo botón o dechado de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Otras muestras merecerán idéntico ditirambo, parecido elogio o semejante panegírico. Por lo tanto, superada y olvidada la discusión y hasta la disquisición bizantina del sexo de las y los ángeles, acaso convenga considerar el asunto de la raza o la piel de las y los tales y hacerle caso a la reivindicación que Antonio Machín aireara hace un buen puñado de años en una de sus canciones, “Angelitos negros”; y así, dentro de unas cuantas (pocas) temporadas, siempre que ése sea el anhelo preferido y proferido por los susodichos interesados, podrán interpretar el papel protagonista de la “Bajada del Ángel” un niño con la epidermis negra o una niña con los ojos achinados, o viceversa. Así sea.
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