Querido Efraín: El mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado y que pueden aplastarlo o salvarlo. Por ello se interroga sobre sí mismo.
En realidad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano.
Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. Por ser criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, desmedido en sus deseos y llamado a una vida superior.
Atraído por muchas incitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como débil y pecador, no es raro que haga lo que no quiere y deje de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad.
Son muchísimos los que, tarados en su vida por el materialismo práctico, oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Muchos piensan hallar su descanso en una interpretación de la realidad, propuesta de múltiples maneras. Otros esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad y abrigan el convencimiento de que el futuro reino del hombre sobre la tierra saciará plenamente todos sus deseos.
Y no faltan, por otra parte, quienes, desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la audacia de quienes piensan que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo.
¿Qué es él hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan elevado precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después dé esta vida temporal?
Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por medio de la acción sobre cada uno del Espíritu Santo.
Igualmente, la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se hallan en su Señor y Maestro.
Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA