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Los experimentos en animales son una aberración inútil

José Vicente Cobo
Vida Universal
martes, 12 de febrero de 2008, 02:06 h (CET)
Estimado Director, el pasado sábado tuvo lugar en la Monumental de Barcelona una cita importante. Se convocó una protesta contra el sufrimiento provocado en los animales que son victimas de los laboratorios de experimentación.

Es imposible precisar cuántos animales son maltratados, torturados, mutilados y asesinados anualmente en nombre de la ciencia. Resulta imposible porque muchos científicos, sabedores de que sus actividades son inútiles e impopulares, mantienen el secreto y rechazan facilitar detalles acerca de los animales que utilizan, aunque se podría decir que alrededor de 125.000 experimentos son realizados al día en todo el mundo.

Según el interesante libro de Vernon Coleman titulado "¿Por qué debe cesar el genocidio de animales?", deducimos que la mayor parte del dinero que la industria gasta en experimentos con animales proviene de las empresas farmacéuticas y de la industria cosmética. Entre ambas se gastan una fortuna en la investigación de nuevos ingredientes y productos potenciales. Aunque ninguna de las organizaciones implicadas (tampoco los gobiernos y las asociaciones benéficas) están preparadas para admitir que los experimentos con animales no tienen valor, porque si lo hacen sus trabajos anteriores quedarán desacreditados, sus logros permanentemente devaluados y los productos deberán volverse a comprobar, o retirarse. Más aún, sabrán que han gastado sus vidas en labores moralmente inexcusables, indefendibles e inútiles.

René Descartes fue uno de los pensadores más brillantes de la historia del siglo diecisiete, pero tenía ciertas lagunas y puntos débiles. La más importante fue su creencia de que los animales no tenían vida consciente, ni deseos, ni sentimientos, ni emociones. Los gritos de dolor de los animales, declaraba Descartes con la seguridad de un hombre inspirado por prejuicios religiosos, eran comparables al chirriar de máquinas.

Hoy día muchos animales son criados para fines de investigación, porque los científicos son de la opinión de que los animales no poseen la capacidad de sentir. Sin embargo ellos sienten de forma similar a los hombres sufrimiento, dolor y también miedo ante la muerte antinatural, ¿qué decir de los indescriptibles y aberrantes experimentos a los que son sometidos? Habría que decir que hoy la realidad supera con creces a la ficción.

¿Pueden servir de algo los experimentos con animales cuando las causas de la enfermedad del hombre no se encuentran en su cuerpo, sino en su alma, que es desde donde fluye la enfermedad? Un medicamento que ha sido probado en el cuerpo de un animal y ha sido aceptado como bueno, no puede curar la causa en el alma del hombre. Por ello ninguna medicina proporcionará ayuda de trascendencia para el cuerpo, puesto que las causas se encuentran en el alma.

Mientras se siga matando animales, se les extraigan partes del cuerpo, y se les use para fines de experimentación, el hombre seguirá yendo a la "mesa del carnicero", es decir a la mesa de operaciones, ya que según la Ley Universal de causa y efecto, el asesinato de los animales es la muerte de los hombres.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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