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Al maestro Juan Serrano, "Finito de Córdoba"
Destreza y sabiduría,
un capote de etiqueta,
filigrana en la muleta,
majestad y torería.
Tiene nobleza, hidalguía
y empaque de cortesano;
con el percal en la mano,
proporciona escalofrío.
Y es que le sobra tronío
al maestro Juan Serrano.
Al quinto califa, Manuel Benitez "El Cordobés"
Un Califa nos llega refulgente,
con la fuerza que antaño poseía,
pues ya es el quinto de una dinastía,
que el jurado ha elegido complaciente.
Se introdujo en la “Fiesta” bravamente,
y entregó el corazón con bizarría;
entrega que tornó en sabiduría,
y Pemán lo cantó magistralmente.
Hoy compartimos el feliz momento,
de hacer justicia a una trayectoria,
que merece nuestro agradecimiento.
Córdoba, al fin, recobra la memoria,
y tras el paso de este grato evento,
¡¡“El Cordobés” ya vivirá en la historia!!
En una casona antigua y desolada, en el centro de la sala se encontraba un espejo de un metro de alto y cincuenta centímetros de ancho, montado y sostenido por una linda mesita antigua. En él convergían las articulaciones de todos los espacios.
Cuenta Irene Vallejo que San Agustín se quedó absolutamente perplejo al ver al obispo de Milán leyendo para sí mismo, al ver cómo “sus ojos transitaban por las páginas, pero su lengua callaba”. La anécdota la usa la escritora —siempre elegante, delicada y tensa— para argumentar que, hasta bien entrada la Edad Media, la lectura se hacía solo en voz alta, de ahí la extrañeza del filósofo, que veía, por primera vez, un lector tal como nosotros lo imaginamos.
Me veo en el espejo y veo el tiempo, que en el silencio, ya no muere. Mi rostro lleno de quebrantos, arrugas en mis ojos, en mis labios.
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