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Gabriel Ruiz-Ortega

'El enigma de París', de Pablo De Santis

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Lamentablemente, los buenos escritores a veces están confinados a una modesta difusión. No pocas veces, para salir de esa parcela, los premios literarios terminan ofreciendo una posibilidad apreciable para que esas obras de los buenos escritores tengan el alcance que se merecen. Por eso, es necesario celebrar que “El enigma de París” se haya alzado con el Premio Planeta–Casamérica 2007. Es saludable también porque la novela es buena, y doblemente saludable porque a través de la difusión de la misma se podrá conocer lo anteriormente escrito por Pablo De Santis, notable narrador argentino que uno no sabe por qué gozaba del reconocimiento en círculos reducidos de escritores, cuando lo justo es que su obra debe de haberse conocido desde hace muchísimo tiempo. Muy bien por la megaeditorial que convocó este concurso, esta vez no metieron la pata, no hay hedor a premio arreglado.

Como lo señala el mismo título, “El enigma de París” es una novela de corte policial. Por suerte, la novela se escapa de las nomenclaturas temáticas que tanto están calando en la narrativa policial hispanoamericana: drogas, trata de blancas, sicarios a sueldo, caza recompensas, etc., las cuales apelan casi siempre a un lenguaje somático que afiance más la realidad ficcionalizada, ya que en esta clase de policiales, la historia cruda es tan importante a la crudeza de su lenguaje, una sin otra no pueden vivir, ni mucho menos llegar a ser relativamente aceptables, teniendo que cargar con el conocimiento responsable del contexto social representado, ya que el policial puede permitirse todo, menos la inverosimilitud.

Ahora, ¿qué de especial tiene “El enigma de París”? La respuesta es una: un gran canto a los logros de la imaginación, un ejemplo de cómo narrar sin ser burdo, de lo importante que es usar la inteligencia para mantener una historia que en apariencia amenaza con perderse en digresiones. Ergo, Pablo De Santis no sólo es un muy buen fabulador, sino que a esta cualidad se suma a que en cada página puede rastrearse esa condición esencial que tienen los narradores de raza: huida del talento para ampararse en la formación literaria que sólo se logra, aún así suene obvio, leyendo, leyendo mucho, torrencialmente.

Esta novela de De Santis está enmarcada en la tradición del policial – enigma que tiene mucha raigambre en la tradición anglosajona, la cual, paradójicamente, tiene como su máximo representante al norteamericano Edgar Allan Poe. Novela ambientada en 1889, narrada en primera persona por quien fuera el aprendiz de detective Sigmundo Salvatrio, quien da cuenta de su mentor Renato Craig y de los pormenores del oficio de las pesquisas. Craig fallece y Salvatrio viaja a París para el congreso de Los Doce Detectives, en el cual los integrantes de este cónclave debatirán sus métodos de investigación, sin embargo, la muerte de uno de ellos en la entonces incipiente construcción de la torre Eiffel obliga a los otros miembros a dar con el asesino. Salvatrio y el detective polaco Víktor Arzaky, amigo de Craig, son quienes más empuje le ponen al misterio muy relacionado con una secta de fanáticos que están en contra de la culminación de la hoy famosa torre francesa.

Como todo buen policial, ya sea en la onda del hard boiled o del enigma, lo que interesa, aún más que el caso por resolver, es la composición de la fisonomía moral de sus personajes, de la relación que entre ellos existe y que a través de sus vasos comunicantes podamos conocer las pasiones y los motivos razonables que los mueven. En este punto, De Santis se vale de su basta experiencia para mantenernos en vilo porque cuando la novela parece caer, sale a flote un detalle, un diálogo, una opinión, un pensamiento que reencaucha el interés real del eje de la investigación: encontrar al culpable, o sea, gozar más del conflicto de sus sui generis protagonistas.

Como implícitamente escribí líneas arriba: “El enigma de París” es una muy buena novela, pero no es la mejor de este narrador argentino. Sin embargo, que la difusión comercial que la novela tiene a raíz de este importante premio sirva para que los lectores puedan acercarse a joyas apreciables de De Santis, anteriormente publicadas, como “El calígrafo de Voltaire”, “Filosofía y Letras” y la maravillosa “La traducción”.

Editorial: Planeta.

'El enigma de París', de Pablo De Santis

Gabriel Ruiz-Ortega
Gabriel Ruiz Ortega
viernes, 4 de enero de 2008, 03:53 h (CET)
Lamentablemente, los buenos escritores a veces están confinados a una modesta difusión. No pocas veces, para salir de esa parcela, los premios literarios terminan ofreciendo una posibilidad apreciable para que esas obras de los buenos escritores tengan el alcance que se merecen. Por eso, es necesario celebrar que “El enigma de París” se haya alzado con el Premio Planeta–Casamérica 2007. Es saludable también porque la novela es buena, y doblemente saludable porque a través de la difusión de la misma se podrá conocer lo anteriormente escrito por Pablo De Santis, notable narrador argentino que uno no sabe por qué gozaba del reconocimiento en círculos reducidos de escritores, cuando lo justo es que su obra debe de haberse conocido desde hace muchísimo tiempo. Muy bien por la megaeditorial que convocó este concurso, esta vez no metieron la pata, no hay hedor a premio arreglado.

Como lo señala el mismo título, “El enigma de París” es una novela de corte policial. Por suerte, la novela se escapa de las nomenclaturas temáticas que tanto están calando en la narrativa policial hispanoamericana: drogas, trata de blancas, sicarios a sueldo, caza recompensas, etc., las cuales apelan casi siempre a un lenguaje somático que afiance más la realidad ficcionalizada, ya que en esta clase de policiales, la historia cruda es tan importante a la crudeza de su lenguaje, una sin otra no pueden vivir, ni mucho menos llegar a ser relativamente aceptables, teniendo que cargar con el conocimiento responsable del contexto social representado, ya que el policial puede permitirse todo, menos la inverosimilitud.

Ahora, ¿qué de especial tiene “El enigma de París”? La respuesta es una: un gran canto a los logros de la imaginación, un ejemplo de cómo narrar sin ser burdo, de lo importante que es usar la inteligencia para mantener una historia que en apariencia amenaza con perderse en digresiones. Ergo, Pablo De Santis no sólo es un muy buen fabulador, sino que a esta cualidad se suma a que en cada página puede rastrearse esa condición esencial que tienen los narradores de raza: huida del talento para ampararse en la formación literaria que sólo se logra, aún así suene obvio, leyendo, leyendo mucho, torrencialmente.

Esta novela de De Santis está enmarcada en la tradición del policial – enigma que tiene mucha raigambre en la tradición anglosajona, la cual, paradójicamente, tiene como su máximo representante al norteamericano Edgar Allan Poe. Novela ambientada en 1889, narrada en primera persona por quien fuera el aprendiz de detective Sigmundo Salvatrio, quien da cuenta de su mentor Renato Craig y de los pormenores del oficio de las pesquisas. Craig fallece y Salvatrio viaja a París para el congreso de Los Doce Detectives, en el cual los integrantes de este cónclave debatirán sus métodos de investigación, sin embargo, la muerte de uno de ellos en la entonces incipiente construcción de la torre Eiffel obliga a los otros miembros a dar con el asesino. Salvatrio y el detective polaco Víktor Arzaky, amigo de Craig, son quienes más empuje le ponen al misterio muy relacionado con una secta de fanáticos que están en contra de la culminación de la hoy famosa torre francesa.

Como todo buen policial, ya sea en la onda del hard boiled o del enigma, lo que interesa, aún más que el caso por resolver, es la composición de la fisonomía moral de sus personajes, de la relación que entre ellos existe y que a través de sus vasos comunicantes podamos conocer las pasiones y los motivos razonables que los mueven. En este punto, De Santis se vale de su basta experiencia para mantenernos en vilo porque cuando la novela parece caer, sale a flote un detalle, un diálogo, una opinión, un pensamiento que reencaucha el interés real del eje de la investigación: encontrar al culpable, o sea, gozar más del conflicto de sus sui generis protagonistas.

Como implícitamente escribí líneas arriba: “El enigma de París” es una muy buena novela, pero no es la mejor de este narrador argentino. Sin embargo, que la difusión comercial que la novela tiene a raíz de este importante premio sirva para que los lectores puedan acercarse a joyas apreciables de De Santis, anteriormente publicadas, como “El calígrafo de Voltaire”, “Filosofía y Letras” y la maravillosa “La traducción”.

Editorial: Planeta.

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