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Etiquetas | El arte de la guerra

No existe una vida digna si no se puede morir dígnamente

Santi Benítez
Santi Benítez
jueves, 18 de octubre de 2007, 03:54 h (CET)
El médico entra en la sala donde varios familiares directos del paciente esperan. Les enseña algunas radiografías y otras pruebas médicas mientras explica que poco más se puede hacer, excepto alargar un sufrimiento inútil e inmisericorde al enfermo mediante técnicas terapéuticas que, lejos de paliar ese sufrimiento, lo alargan. La mayoría de las veces los familiares optan por esta segunda opción, es su prerrogativa en el caso de que el enfermo no pueda decidir por si mismo, es más, es muy humano pretender que nuestros familiares y seres queridos sigan con nosotros incluso a costa de que sufran. Esta disyuntiva se plantea todos los días, en varias ocasiones, en los hospitales de nuestro país. Es decir, voy a repetirlo por sino ha quedado claro, hoy día, en los hospitales de nuestro país, ya se le plantea a los familiares del enfermo si prefieren alargar el sufrimiento del paciente, o permitir que la enfermedad siga su curso, eso sí, con la máxima comodidad para el enfermo. Es una disyuntiva que viví en carne propia con mi padre. Y, aunque tenía mi propia opinión, es evidente que mi madre decidió por todos. Fue una suerte que la enfermedad no diera tiempo a alargar un sufrimiento que habría degenerado, más aún si cabía, la calidad de vida de un enfermo de cáncer de esófago.

Históricamente, si nos trasladamos a principios del siglo XX, habrá que convenir que poco podía hacer el facultativo por el paciente, cuando este se enfrentaba a la muerte. La mayoría de los enfermos morían por infecciones intratables. Es evidente que la situación ha cambiado de forma abismal. El control de aquellas enfermedades es casi total, y ahora la mayoría de los pacientes mueren de enfermedades crónicas, degenerativas o tumorales. Estas enfermedades suelen ser progresivas y son susceptibles de tratamientos que prolongan la vida por largos periodos. La existencia en el ámbito hospitalario de enfermos terminales produce nuevas situaciones en la praxis médica que pueden y deben ser reguladas dentro de nuestro ordenamiento jurídico. En nuestro país no existe una ley que regule la eutanasia como tal, pero, sin embargo, es algo que ya se plantea de forma habitual a los parientes directos del enfermo, al mismo paciente, si puede decidir por si mismo, y sino el propio médico decide. Es más, no hacer ese planteamiento, no colocar esa disyuntiva ante el enfermo o sus familiares sería faltar a su obligación, vulnerando la ética de la propia profesión médica, que no sólo es proteger la vida, sino hacerlo por una vida digna, que también incluye una muerte digna - por mucho que no le guste al nazionalcatolicismo que nos queda-. Y aunque dentro de la praxis médica ese enfrentamiento con la muerte es algo habitual - recordemos que ser médico es luchar en una guerra en la que siempre se pierde; nadie vence a la muerte porque es una cabrona perseverante-, en el seno de nuestra sociedad la sola mención de que ese planteamiento vital fuera de las paredes de los hospitales crea un verdadero reguero de tinta y una escandalización maniquea e hipócrita.

Tiene su lógica. Vivimos en una sociedad que no logra sobreponer la ética a la religión. Una sociedad en la que la religión pretende seguir imponiendo sus postulados a la ciencia, la ley y nuestras conciencias, por no hablar de sus estúpidos intentos de usurpar espacios que no le corresponden. Un ejemplo claro de esto es Profesionales por la Ética. Bajo este nombre existe un grupo fundamentalista católico que cuelga en su página web, en su apartado sobre Derecho, la opinión de Carol Wojtyla (¿...?) sobre la Carta de Derechos Humanos de la UE - que imagino interesará a cualquiera, menos a un abogado que debe limitar su práctica profesional a la ley, no a su religión-. Nadie podrá negar que, por ejemplo, la ley sobre el aborto, así como los supuestos que permiten realizarlo de forma legal, está hecha a medida de un consenso declarado con la iglesia católica. Es evidente que otro tema muy diferente es la práctica médica habitual. Desde este punto de vista, los Justnaturalistas dicen a las claras no a la eutanasia, al igual que dicen no al aborto, planteándolo desde el "no matarás" que se encuentra en los mandamientos. Pero no todas las religiones opinan de esta forma, ni siquiera dentro de la religión cristiana. Frente al "Iura et bona", documento de declaración de intenciones de la iglesia católica sobre este tema, o los documentos en contra publicados por la iglesia luterana, episcopaliana y evangelista, nos encontramos con que la iglesia unida de cristo, la metodista o la universalista se declaran a favor de una muerte digna y asistida para los enfermos terminales, sorprendentemente también hacen una declaración - con límites, eso sí-, sobre el mal llamado suicidio asistido. Aunque en general la mayoría de las agrupaciones religiosas no se oponen a la eutanasia pasiva.

¿Es necesaria la regulación legal? Los mismos profesionales de la medicina opinan que esa regulación debe tender no tanto a limitar los supuestos, sino a proteger los derechos del paciente terminal. Y creo que son los facultativos los que han de plantear, siempre con la aquiescencia de paciente, o los familiares del paciente, que es lo mejor para el enfermo terminal, en cada caso. Aunque sí es posible que sea necesaria una cierta regulación legal que proteja al profesional médico en cuanto a las decisiones del paciente, de sus familiares, o, en último término, las suyas propias. Hoy día, en los casos de los que hablo, la regulación existente es insuficiente.

Uno de los problemas a los que se enfrenta esta regulación sobre la eutanasia, es que, en general, aquellos que se oponen a ella no hacen distinción con lo que se ha dado en mal llamar suicidio asistido. Y hay que dejar muy claro que no es lo mismo. Es más, su regulación legal, si es que algún día se hace para el segundo caso, tendría que ser completamente diferente.

Permítanme, en el caso del mal llamado suicidio asistido, ejercer un poco de aquello para lo que primero estudié. Filosóficamente, en donde no entra ningún tipo de planteamiento religioso - la filosofía nada tiene que ver con la religión-, el derecho a morir con dignidad, o a decidir que se quiere morir dígnamente ante una enfermedad que provoca sufrimientos indecibles, o una situación física de menoscabo de la calidad de vida, se podría hacer a través del uso de la autoconciencia, es decir, que la determinación sobre la muerte es una cuestión de reconocimiento propio y autoconciencia. Es más, la libertad y la dignidad, tanto en la vida como en la muerte, van más allá de definirse como necesidades básicas para el ser humano. Es evidente que una regulación legal de este supuesto, si es que finalmente es abordada, será farragosa, difícil y tremendamente compleja en su aplicación. Aunque no creo que eso sea impedimento.

Esta regulación legal, tanto para la eutanasia pasiva, como para la eutanasia activa, son supuestos jurídicos que se han convertido en la asignatura pendiente de un Estado de Derecho que pretende, ante todo, lograr una vida digna para las personas. Y no puede haber vida digna sino se tiene derecho a morir con dignidad... ¿No creen?

Suena de fondo "Return to innocence", de Enigma.

Buenas noches, y buena suerte...

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