(Sigue el de ayer.)
– Querida, quiero que hablemos de esto (mostrándole el “orgasmófero” –por otro nombre, consolador- titular, aunque él, incauto, reputa suplente, que escondía hasta ese momento en su mano derecha, tras su espalda).
– Vaya, por Dios, mi vida; pues aún no lo he estrenado, corazón. Me lo compré, cariño, porque, estando tú, mi amor, en Tudela, la semana se me hace a veces bastante larga y cuesta arriba. Sabes que soy muy fogosa y te quiero tanto, tonto, que no deseo pegártela con otro. Así que, la semana pasada decidí adquirirlo. Una compañera de la “Uni”, en parecidas circunstancias a las mías, me habló maravillas de él, de que era una de las mejores compras que había hecho en toda su vida. Todo eran provechos y ningún inconveniente: no te contagia ni enfermedades de transmisión sexual ni el Sida; siempre está a punto; o sea, no tiene problemas de disfunción eréctil o esporádico “gatillazo”; no hay que chuparlo ni menearlo para que crezca y endurezca; me hace todo lo que le pido al ritmo que se lo solicito; no me dejará embarazada ni me pondrá los cuernos. Lo dicho, que todo eran ventajas. Así que el otro día me armé de valor, dejé la vergüenza en casa y en el sex-shop de la esquina me lo compré y regalé para hoy, mi cumpleaños. Todavía no lo he probado; puedes creerme.
El novio, persuadido (convencido –más que por ninguna otra cosa- por el interés, la buena cuenta que le traía, los numerosos polvos mágicos que su prenda le procuraba), dejando a un lado los celos absurdos y el color demudado, le entregó el instrumento, junto con otro ósculo (éste más amoroso); y, disculpándose, pareció darle pasaporte al mosqueo, sellar el armisticio y hasta ensalzar la compra.
Al año siguiente, acaso por el acoso del ocaso, por causa del eterno retorno o por otro caso o cosa, volvió a acontecer, poco más o menos, lo mismo. Lo único que varió fue el nombre y los apellidos del novio, encantado igualmente e ingenuo o cándido, que no vio (tampoco intuyó) que el adminículo, no sólo había sido usado en pluralísimas ocasiones, sino que llevaba varios años cumpliendo a plenos rendimiento y satisfacción con su cometido y las expectativas que había despertado y levantado en ciertos clítoris y vagina y demás zonas erógenas.
Nota bene (Observa bien)
Ésta es la proverbial ficción que suele acompañar al vibrador en cuestión, el clásico doble regalo que acostumbra (a) hacer servidor, E. S. O., un andoba de Cornago, a sus amigas que aún permanecen solteras y sin pareja, con ocasión de sus respectivas onomásticas o cumpleaños.
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