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Eduardo Lago, escritor

'El arte consiste en sumergirse en zonas oscuras de la existencia, e indagar en ellas'

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Eduardo Lago (Madrid, 1954) es un reconocido y respetado literato que ha entregado una de las novelas más ricas y conmovedoras en lengua castellana de los últimos años, “Llámame Brooklyn” (Premio Nadal, 2006). En ella, Lago nos entrega una variopinta gama de personajes que nos llevan por un recorrido lleno de cuestionamientos y que a la vez solidifican lo que verdaderamente debe importar en la literatura: el placer de escribir, con todos los riesgos que éste encierra. En la siguiente entrevista conversamos exclusivamente de “Llámame Brooklyn”, una novela imprescindible.




Eduardo Lago.

Gabriel Ruiz-Ortega / Siglo XXI

Se nota que “Llámame Brooklyn” tuvo como asesor al tiempo. Esta novela refleja muchísima madurez.

Se cumplen ahora veinte años de mi llegada a Nueva York. 1987 divide mi peripecia vital en dos mitades asimétricas, pero la llegada, sin retorno, a Estados Unidos, la considero una suerte de segunda partida desde cero. Hace unos días, hurgando en el desván digital de un viejo ordenador, encontré un breve texto que contiene el germen de la novela. Allí está el Oakland, sus personajes, y los dos narradores, Gal y Néstor. Ese germen experimentó un viaje en el tiempo que duró casi veinte años. Los primeros quince o dieciséis son de fermentación, de ordenación espontánea de las ideas. En torno a 1999 me enfrento al material, destruyo lo escrito, y empiezo a trabajar con lo que llevo dentro, no escrito. Son seis años de labor de orfebrería, hasta que le entrego el texto a mi agente, en setiembre de 2005. En ese sentido, en la novela se condensa toda una vida de lectura y escritura.

Néstor Oliver Chapman es el encargado de ordenar los cuadernos de su amigo Gal Ackerman. Los cuadernos encierran argumentos incompletos. ¿Cuáles fueron los recursos literarios que utilizó para que terminaran ofreciendo un libro compacto?

El proceso fue en parte inconsciente, pero examinándolo con carácter retrospectivo, me doy cuenta de que de alguna manera todo estaba en mi cabeza. El problema principal, para mí, fue la estructura y la distribución del factor tiempo de manera coherente, incluyendo muchos intersticios hechos de silencios. La novela se fragmenta cronológicamente, y el lector, sin darse cuenta, completa los vacíos. Eso es lo que han visto bien algunos críticos, que han hablado de la implicación que exijo al lector. Necesitaba un juego entre dos narradores como fuentes originarias de una historia total que ordena, desde fuera, desde un tercer plano, el autor. En cuanto a Néstor, segundo narrador, para completar la novela de Gal, tiene que recurrir a personajes vivos, porque los cuadernos no son suficientes. Además, como se descubre hacia el final, Gal no era fiable: Hay todo un juego de elementos textuales que había excluido deliberadamente, y que se descubren muchos años después. Un poco, pero dicho con humildad, no soy quién para compararme con el más grande novelista de todos los tiempos, se produce un espejeo como el que se da entre la segunda y la primera parte del Quijote. Una vez más, la gran dificultad, fue aunar el factor tiempo, que narrativamente comprende casi un siglo.

Uno de los pasajes desgarradores y conmovedores de la novela está referido a Ben Ackerman, padre de Gal, cuando éste tiene que llevarse al hijo recién nacido de Teresa. ¿Éste es un suceso imaginado o tomó como referencia algo que realmente ocurrió?

Es un suceso imaginado, al que llegué muy lentamente, a través de revelaciones graduales. La novela cambió de forma muchas veces, a lo largo de los años. Gal fue el primer personaje en nacer, un escritor desarraigado, derrotado por la vida, que vive obsesionado por una pérdida amorosa, y tiene prisa por morir, para lo que recurre al alcohol. Néstor es un joven al principio de su peripecia vital, que descubre a Gal y se siente atraído hacia el misterio que lo rodea. Tardé mucho en darle a Néstor nacionalidad española, debido a que mi relación con Nueva York era inmadura, y no veía creíble a un español así, hoy ya me parece normalísimo. Gal fue hijo de republicanos exiliados durante muchos años, hasta que, no sé bien cómo, surgió de manera espontánea la conexión España-Estados Unidos a través de la guerra civil española. El tema se impuso inconscientemente, pero me proporcionó dos elementos esenciales: la orfandad de Gal explicaba mejor su desarraigo y su pesimismo. Además me permitió explorar el tema de la traición, cuando descubre el pasado de su padre biológico. Por detrás de todo ello, estaba hurgando en una herida de nuestra historia reciente, examinando contradicciones insolubles, salvo en el plano artístico. A Teresa la imaginé leyendo listas de milicianos y combatientes, como al brigadista negro de Brooklyn, Abe Lewis.

Tanto Gal como Ben son presas de la fascinación instantánea. Gal por Nadia, y Ben por Teresa. Y ésta también se proyecta en Néstor por Brooklyn Gouvy. Como que también “Llámame Brooklyn” es una novela del desamor.

Del desamor y del amor, entendido de manera total, el amour fou, irracional, incomprensible, que lo derrota a uno instantáneamente. Uno de los tres grandes ejes de la novela es el amor, los otros dos la amistad y la transmisión textual (un canto a la literatura, con mayúsculas). Gal vive una historia de amor trágica, porque el destino hace que se cruce en su destino una mujer inaccesible. Toda pasión es duradera, y él, al perder a Nadia, no logra recuperarse, pero transforma su anhelo en anhelo artístico (sólo que vuelve a perder). El interés de Ben por Teresa da la impresión de que es una forma de enamoramiento, pero no lo es. Se apiada de ella, y la arropa junto con su compañera, a quien llama por teléfono para decirle que ha encontrado a una joven miliciana, a la que ha decidido proteger. Cuando muere, adoptan al hijo de Teresa. Y tienes razón en cuanto al epílogo, cuando Néstor está delante de Brooklyn Gouvy. Pero lo que ocurre ahí, es que el espejismo de enamoramiento se debe a una doble identificación. Es una alucinación, una forma de locura pasajera. Néstor, que durante dos años borró su personalidad para transformarse en Gal y así terminar su novela, cumple el deseo de buscar a Nadia. Cuando, en un giro formidable del azar, se encuentra delante de su hija, siente que él es Gal y ella, Brooklyn, Nadia. De nuevo sin compararme con alguien que está galaxias por encima de mí, algo similar ocurre en el tomo final de Proust, “El tiempo recobrado”, cuando el narrador, en una fiesta, tiene ante sí a la hija de Odette, Gilberta, y confunde momentáneamente a la hija con la madre. Es el aspecto de “Llámame Brooklyn” en el que el tiempo se vuelve sobre sí mismo, en un intento por no haber sido vano, en un deseo de justificar, artísticamente, una existencia.

“Llámame Brooklyn” es una novela riquísima en personajes. De todos ellos, ¿cuál le demandó un mayor trabajo?

Gente muy querida, como mi editor, Malcolm Otero, que la revisó para su publicación, y otros muchos, me dijeron que había muchísimos personajes. No sé de dónde salían. Se presentaban solos y cobraban vida ante mí con gran facilidad. Cuando tomé la decisión de escribir la novela desde cero, el primer capítulo que compuse fue el que en el orden final es el segundo, “Deauville”. Cuando Gal llega a Deauville surgió ante mí el personaje de Sam Evans, un negro ciego que se sabe la Biblia de memoria. Se me apareció, lo atendí, y luego se fue de la novela para siempre. Muchos personajes están inspirados en gente real, que se paseaba por el bar Oakland, en Atlantic Avenue. Yo los vi, los traté, y aparecen de diversos modos en la novela. Otros, como Alfau, Pynchon, o Rothko, son artistas o escritores, con los que juego. Otros como míster T., puras ficciones intelectuales, abstracciones. Gal, Nadia y Brooklyn, son fruto de mi imaginación. Luego hay muchos que son claves secretas de mi vida, como Alston Hughes. Otros proceden de la historia de mi familia, oblicuamente. La verdad es que surgían con facilidad, no me daban más trabajo que ser fieles a su coherencia interna.

Los guiños a Onetti con “El astillero”, a Melville con “Moby Dick, a Pynchon con “V” y a Felipe Alfau nos remiten a escritores que vivieron, o viven, ante todo, un fuerte desgarro emocional. Lo cual se proyecta en Gal y Néstor. Si entendemos lo del desgarro como una veta de la distancia, entonces ¿cuán importante fue ésta en el proceso de escritura de la novela ya que Ud. vive desde hace muchos años en Nueva York?

Gonzalo Sobejano, el gran crítico, profesor de Columbia University, comentó en una entrevista que mi novela era una novela de la des-España, pero que era impensable sin Nueva York. Con su característica perspicacia, dio en el clavo. Esos escritores son distintas formas de encarnar el destierro, el desarraigo, el desgarramiento emocional, son personajes lejos de su centro de gravedad originario, y la distancia les da grandeza y vuelo trágico. Para mí el arte consiste en sumergirse en zonas oscuras de la existencia, e indagar en ellas, dentro de uno mismo, y en la realidad o en la historia. Sin mis dos décadas de vida lejos de España, sin Nueva York, no habría nacido esta novela, y posiblemente ninguna otra.

“Llámame Brooklyn” encierra también muchas novelas y tradiciones. ¿Qué novelas son las que estuvieron presentes en ella?

Cuando se le formula esta pregunta a un autor, olvida mucho, o no lo menciona porque no es consciente, o da importancia a legados que son menos importantes de lo que uno mismo cree, pero siendo el resultado de toda una vida de lectura, hay un sinnúmero de autores, y muchos pesan de manera invisible. Está Cervantes, de manera explícita. Está Proust (el nombre de Deauville, el cementerio marino). Está Rilke y su idea de la poesía y del amor. Está Melville, en el título (Henry Roth también está en el título). Están, de manera muy poderosa, Joyce y Don DeLillo. Está Malcolm Lowry (el mar de alcohol que ahoga al cónsul). No sé por dónde seguir, no sé a quién olvido… Están muchos poetas, como Ajmátova. Están los rusos, los maestros franceses del realismo. No sé, eso lo debe indagar alguien desde fuera. Onetti, con su tristeza insalvable.

Lo que sí queda por sentado es la implícita crítica en “Llámame Brroklyn” al éxito que se persigue en todo ambiente literario. Como si el mayor placer no fuera la publicación, sino el propio proceso de escritura.

Sí, Bolaño lo decía muy bien, la verdadera literatura no tiene nada que ver con los premios ni la engañifa de la fama, sino con una lluvia de sangre, sudor, lágrimas y semen. Y sobre todo, no tiene nada que ver con el márketing. Hay una frase contundente de Max Aub en “Jusep Torres Campalans”: Vender es venderse.

El hecho que Gal Ackerman haya escrito sus historias en una serie de cuadernos como que le da un valor agregado a los borradores, o sea, a la materia que acrisola los primeros impulsos de cuando se escribe.

Son la materia prima, en bruto, el punto de partida. Luego viene el dificilísimo proceso alquímico de búsqueda de lo que hay de valioso en todo ello, el proceso, siempre doloroso, de escribir. Doloroso en el sentido de que implica un trabajo muy arduo. En una entrevista que le hice a Philip Roth me dijo que llevaba treinta libros publicados y apenas le veía el lado gozoso a todo ello. Para él, escribir era bajar a las profundidades de una mina, y cada mañana lo afrontaba con terror renovado. No tiene por qué ser siempre así, pero sí hay siempre algo de descenso a los infiernos.

Seguramente ya se lo han preguntado, pero ¿qué siente cuando le dicen que “Llámame Brooklyn” pertenece al rubro de libros que nos reconcilian con la vida?

No, nunca me lo habían dicho así, pero no puedo pensar en una recompensa mayor: que lo que has dejado tras años de silencio, soledad y trabajo, le ha llegado a alguien que nunca has visto ni conocido. La existencia queda entonces justificada.

'El arte consiste en sumergirse en zonas oscuras de la existencia, e indagar en ellas'

Eduardo Lago, escritor
Redacción
miércoles, 20 de febrero de 2008, 01:00 h (CET)
Eduardo Lago (Madrid, 1954) es un reconocido y respetado literato que ha entregado una de las novelas más ricas y conmovedoras en lengua castellana de los últimos años, “Llámame Brooklyn” (Premio Nadal, 2006). En ella, Lago nos entrega una variopinta gama de personajes que nos llevan por un recorrido lleno de cuestionamientos y que a la vez solidifican lo que verdaderamente debe importar en la literatura: el placer de escribir, con todos los riesgos que éste encierra. En la siguiente entrevista conversamos exclusivamente de “Llámame Brooklyn”, una novela imprescindible.




Eduardo Lago.

Gabriel Ruiz-Ortega / Siglo XXI

Se nota que “Llámame Brooklyn” tuvo como asesor al tiempo. Esta novela refleja muchísima madurez.

Se cumplen ahora veinte años de mi llegada a Nueva York. 1987 divide mi peripecia vital en dos mitades asimétricas, pero la llegada, sin retorno, a Estados Unidos, la considero una suerte de segunda partida desde cero. Hace unos días, hurgando en el desván digital de un viejo ordenador, encontré un breve texto que contiene el germen de la novela. Allí está el Oakland, sus personajes, y los dos narradores, Gal y Néstor. Ese germen experimentó un viaje en el tiempo que duró casi veinte años. Los primeros quince o dieciséis son de fermentación, de ordenación espontánea de las ideas. En torno a 1999 me enfrento al material, destruyo lo escrito, y empiezo a trabajar con lo que llevo dentro, no escrito. Son seis años de labor de orfebrería, hasta que le entrego el texto a mi agente, en setiembre de 2005. En ese sentido, en la novela se condensa toda una vida de lectura y escritura.

Néstor Oliver Chapman es el encargado de ordenar los cuadernos de su amigo Gal Ackerman. Los cuadernos encierran argumentos incompletos. ¿Cuáles fueron los recursos literarios que utilizó para que terminaran ofreciendo un libro compacto?

El proceso fue en parte inconsciente, pero examinándolo con carácter retrospectivo, me doy cuenta de que de alguna manera todo estaba en mi cabeza. El problema principal, para mí, fue la estructura y la distribución del factor tiempo de manera coherente, incluyendo muchos intersticios hechos de silencios. La novela se fragmenta cronológicamente, y el lector, sin darse cuenta, completa los vacíos. Eso es lo que han visto bien algunos críticos, que han hablado de la implicación que exijo al lector. Necesitaba un juego entre dos narradores como fuentes originarias de una historia total que ordena, desde fuera, desde un tercer plano, el autor. En cuanto a Néstor, segundo narrador, para completar la novela de Gal, tiene que recurrir a personajes vivos, porque los cuadernos no son suficientes. Además, como se descubre hacia el final, Gal no era fiable: Hay todo un juego de elementos textuales que había excluido deliberadamente, y que se descubren muchos años después. Un poco, pero dicho con humildad, no soy quién para compararme con el más grande novelista de todos los tiempos, se produce un espejeo como el que se da entre la segunda y la primera parte del Quijote. Una vez más, la gran dificultad, fue aunar el factor tiempo, que narrativamente comprende casi un siglo.

Uno de los pasajes desgarradores y conmovedores de la novela está referido a Ben Ackerman, padre de Gal, cuando éste tiene que llevarse al hijo recién nacido de Teresa. ¿Éste es un suceso imaginado o tomó como referencia algo que realmente ocurrió?

Es un suceso imaginado, al que llegué muy lentamente, a través de revelaciones graduales. La novela cambió de forma muchas veces, a lo largo de los años. Gal fue el primer personaje en nacer, un escritor desarraigado, derrotado por la vida, que vive obsesionado por una pérdida amorosa, y tiene prisa por morir, para lo que recurre al alcohol. Néstor es un joven al principio de su peripecia vital, que descubre a Gal y se siente atraído hacia el misterio que lo rodea. Tardé mucho en darle a Néstor nacionalidad española, debido a que mi relación con Nueva York era inmadura, y no veía creíble a un español así, hoy ya me parece normalísimo. Gal fue hijo de republicanos exiliados durante muchos años, hasta que, no sé bien cómo, surgió de manera espontánea la conexión España-Estados Unidos a través de la guerra civil española. El tema se impuso inconscientemente, pero me proporcionó dos elementos esenciales: la orfandad de Gal explicaba mejor su desarraigo y su pesimismo. Además me permitió explorar el tema de la traición, cuando descubre el pasado de su padre biológico. Por detrás de todo ello, estaba hurgando en una herida de nuestra historia reciente, examinando contradicciones insolubles, salvo en el plano artístico. A Teresa la imaginé leyendo listas de milicianos y combatientes, como al brigadista negro de Brooklyn, Abe Lewis.

Tanto Gal como Ben son presas de la fascinación instantánea. Gal por Nadia, y Ben por Teresa. Y ésta también se proyecta en Néstor por Brooklyn Gouvy. Como que también “Llámame Brooklyn” es una novela del desamor.

Del desamor y del amor, entendido de manera total, el amour fou, irracional, incomprensible, que lo derrota a uno instantáneamente. Uno de los tres grandes ejes de la novela es el amor, los otros dos la amistad y la transmisión textual (un canto a la literatura, con mayúsculas). Gal vive una historia de amor trágica, porque el destino hace que se cruce en su destino una mujer inaccesible. Toda pasión es duradera, y él, al perder a Nadia, no logra recuperarse, pero transforma su anhelo en anhelo artístico (sólo que vuelve a perder). El interés de Ben por Teresa da la impresión de que es una forma de enamoramiento, pero no lo es. Se apiada de ella, y la arropa junto con su compañera, a quien llama por teléfono para decirle que ha encontrado a una joven miliciana, a la que ha decidido proteger. Cuando muere, adoptan al hijo de Teresa. Y tienes razón en cuanto al epílogo, cuando Néstor está delante de Brooklyn Gouvy. Pero lo que ocurre ahí, es que el espejismo de enamoramiento se debe a una doble identificación. Es una alucinación, una forma de locura pasajera. Néstor, que durante dos años borró su personalidad para transformarse en Gal y así terminar su novela, cumple el deseo de buscar a Nadia. Cuando, en un giro formidable del azar, se encuentra delante de su hija, siente que él es Gal y ella, Brooklyn, Nadia. De nuevo sin compararme con alguien que está galaxias por encima de mí, algo similar ocurre en el tomo final de Proust, “El tiempo recobrado”, cuando el narrador, en una fiesta, tiene ante sí a la hija de Odette, Gilberta, y confunde momentáneamente a la hija con la madre. Es el aspecto de “Llámame Brooklyn” en el que el tiempo se vuelve sobre sí mismo, en un intento por no haber sido vano, en un deseo de justificar, artísticamente, una existencia.

“Llámame Brooklyn” es una novela riquísima en personajes. De todos ellos, ¿cuál le demandó un mayor trabajo?

Gente muy querida, como mi editor, Malcolm Otero, que la revisó para su publicación, y otros muchos, me dijeron que había muchísimos personajes. No sé de dónde salían. Se presentaban solos y cobraban vida ante mí con gran facilidad. Cuando tomé la decisión de escribir la novela desde cero, el primer capítulo que compuse fue el que en el orden final es el segundo, “Deauville”. Cuando Gal llega a Deauville surgió ante mí el personaje de Sam Evans, un negro ciego que se sabe la Biblia de memoria. Se me apareció, lo atendí, y luego se fue de la novela para siempre. Muchos personajes están inspirados en gente real, que se paseaba por el bar Oakland, en Atlantic Avenue. Yo los vi, los traté, y aparecen de diversos modos en la novela. Otros, como Alfau, Pynchon, o Rothko, son artistas o escritores, con los que juego. Otros como míster T., puras ficciones intelectuales, abstracciones. Gal, Nadia y Brooklyn, son fruto de mi imaginación. Luego hay muchos que son claves secretas de mi vida, como Alston Hughes. Otros proceden de la historia de mi familia, oblicuamente. La verdad es que surgían con facilidad, no me daban más trabajo que ser fieles a su coherencia interna.

Los guiños a Onetti con “El astillero”, a Melville con “Moby Dick, a Pynchon con “V” y a Felipe Alfau nos remiten a escritores que vivieron, o viven, ante todo, un fuerte desgarro emocional. Lo cual se proyecta en Gal y Néstor. Si entendemos lo del desgarro como una veta de la distancia, entonces ¿cuán importante fue ésta en el proceso de escritura de la novela ya que Ud. vive desde hace muchos años en Nueva York?

Gonzalo Sobejano, el gran crítico, profesor de Columbia University, comentó en una entrevista que mi novela era una novela de la des-España, pero que era impensable sin Nueva York. Con su característica perspicacia, dio en el clavo. Esos escritores son distintas formas de encarnar el destierro, el desarraigo, el desgarramiento emocional, son personajes lejos de su centro de gravedad originario, y la distancia les da grandeza y vuelo trágico. Para mí el arte consiste en sumergirse en zonas oscuras de la existencia, e indagar en ellas, dentro de uno mismo, y en la realidad o en la historia. Sin mis dos décadas de vida lejos de España, sin Nueva York, no habría nacido esta novela, y posiblemente ninguna otra.

“Llámame Brooklyn” encierra también muchas novelas y tradiciones. ¿Qué novelas son las que estuvieron presentes en ella?

Cuando se le formula esta pregunta a un autor, olvida mucho, o no lo menciona porque no es consciente, o da importancia a legados que son menos importantes de lo que uno mismo cree, pero siendo el resultado de toda una vida de lectura, hay un sinnúmero de autores, y muchos pesan de manera invisible. Está Cervantes, de manera explícita. Está Proust (el nombre de Deauville, el cementerio marino). Está Rilke y su idea de la poesía y del amor. Está Melville, en el título (Henry Roth también está en el título). Están, de manera muy poderosa, Joyce y Don DeLillo. Está Malcolm Lowry (el mar de alcohol que ahoga al cónsul). No sé por dónde seguir, no sé a quién olvido… Están muchos poetas, como Ajmátova. Están los rusos, los maestros franceses del realismo. No sé, eso lo debe indagar alguien desde fuera. Onetti, con su tristeza insalvable.

Lo que sí queda por sentado es la implícita crítica en “Llámame Brroklyn” al éxito que se persigue en todo ambiente literario. Como si el mayor placer no fuera la publicación, sino el propio proceso de escritura.

Sí, Bolaño lo decía muy bien, la verdadera literatura no tiene nada que ver con los premios ni la engañifa de la fama, sino con una lluvia de sangre, sudor, lágrimas y semen. Y sobre todo, no tiene nada que ver con el márketing. Hay una frase contundente de Max Aub en “Jusep Torres Campalans”: Vender es venderse.

El hecho que Gal Ackerman haya escrito sus historias en una serie de cuadernos como que le da un valor agregado a los borradores, o sea, a la materia que acrisola los primeros impulsos de cuando se escribe.

Son la materia prima, en bruto, el punto de partida. Luego viene el dificilísimo proceso alquímico de búsqueda de lo que hay de valioso en todo ello, el proceso, siempre doloroso, de escribir. Doloroso en el sentido de que implica un trabajo muy arduo. En una entrevista que le hice a Philip Roth me dijo que llevaba treinta libros publicados y apenas le veía el lado gozoso a todo ello. Para él, escribir era bajar a las profundidades de una mina, y cada mañana lo afrontaba con terror renovado. No tiene por qué ser siempre así, pero sí hay siempre algo de descenso a los infiernos.

Seguramente ya se lo han preguntado, pero ¿qué siente cuando le dicen que “Llámame Brooklyn” pertenece al rubro de libros que nos reconcilian con la vida?

No, nunca me lo habían dicho así, pero no puedo pensar en una recompensa mayor: que lo que has dejado tras años de silencio, soledad y trabajo, le ha llegado a alguien que nunca has visto ni conocido. La existencia queda entonces justificada.

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