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Cristóbal Villalobos

'All'alba vincerò!'

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Cuando un mito muere algo de ti se va con él. Nacerán otros, morirán otros, pero ya no serán los mismos que envejecieron mientras crecías. Aquellas leyendas eran parte de tu vida y, sin embargo, se observaban lejanas en el tiempo y en el espacio.

Luciano Pavarotti era una de esas estrellas. Cuando lo conocí sólo tenía cinco años y me alcé como pude sobre un sofá, de casa de mi tía, para verlo cantar junto a Plácido Domingo y José Carreras. Era el año 1990 en las termas de Caracalla. Mi padre me condujo, desde la terraza dónde cenábamos esa cálida noche de verano, hacia el tresillo donde, a su lado, pude observar un espectáculo que se quedaría grabado en mi tierna mente: la ópera. Anduve días canturreando “O sole mio” y llegué, a la semana siguiente, a casa de mi abuela entonando “La donna é mobile”.

Cuatro años después,“Los Tres Tenores”, volvieron a reunirse con motivo del Campeonato Mundial de Fútbol celebrado en los Estados Unidos, sí aquel en el que fuimos eliminados por Italia en cuartos de final, y yo volví a alucinar ante aquellas voces. El concierto se celebró en Los Ángeles, en el estadio de “Los Ángeles Dodgers”, y fue tan memorable que corrí con mi madre a comprar el CD del concierto para regalárselo a mi padre. Fue el primer “compact disc” que entró en mi casa. Yo tenía nueve años.

Desde entonces, y hasta ahora, ese CD ha seguido sonando, sin interrupción y algo rayado, en mi habitación. Muchas horas he pasado, iluso de mí, tratando de acercarme a alguna de las notas con las que el bueno de Luciano alegraba mi vecindario. De entre todas las canciones, incluyendo sus óperas y sus magníficos duetos con las principales estrellas de la música pop, la que más me emociona es, “Nessun dorma”, de la ópera de Puccini “Turandot”. Sé que no soy nada original, ya que él la convirtió en un auténtico himno mundial, pero, tras años escuchándola, me emociona cada día más y siempre la he considerado como la canción más bonita de la historia, aunque sólo si la canta Pavarotti.

Constituye la perfecta fusión entre la lírica y la épica. La lírica la puso Puccini con la belleza de unos versos que narran una legendaria y lejana historia de amor, la épica la puso Luciano con la fuerza de una voz inigualable que subía hasta los cielos cantándole a la noche, ordenándole desaparecer, y gritando que vencería al alba por amor.

Mientras derramo una furtiva lágrima algo de mí se va contigo, un pequeño pedazo de mi vida, pero tú sigues aquí, en este instante y por siempre, recitando el “Ave María”.

Venciste al alba Luciano, venciste al tiempo, venciste a la historia.

Dilegua, o notte!
Tramontate, stelle! Tramontate, stelle!...
All'alba vincerò!
vincerò! vincerò.

'All'alba vincerò!'

Cristóbal Villalobos
Cristóbal Villalobos
lunes, 10 de septiembre de 2007, 22:00 h (CET)
Cuando un mito muere algo de ti se va con él. Nacerán otros, morirán otros, pero ya no serán los mismos que envejecieron mientras crecías. Aquellas leyendas eran parte de tu vida y, sin embargo, se observaban lejanas en el tiempo y en el espacio.

Luciano Pavarotti era una de esas estrellas. Cuando lo conocí sólo tenía cinco años y me alcé como pude sobre un sofá, de casa de mi tía, para verlo cantar junto a Plácido Domingo y José Carreras. Era el año 1990 en las termas de Caracalla. Mi padre me condujo, desde la terraza dónde cenábamos esa cálida noche de verano, hacia el tresillo donde, a su lado, pude observar un espectáculo que se quedaría grabado en mi tierna mente: la ópera. Anduve días canturreando “O sole mio” y llegué, a la semana siguiente, a casa de mi abuela entonando “La donna é mobile”.

Cuatro años después,“Los Tres Tenores”, volvieron a reunirse con motivo del Campeonato Mundial de Fútbol celebrado en los Estados Unidos, sí aquel en el que fuimos eliminados por Italia en cuartos de final, y yo volví a alucinar ante aquellas voces. El concierto se celebró en Los Ángeles, en el estadio de “Los Ángeles Dodgers”, y fue tan memorable que corrí con mi madre a comprar el CD del concierto para regalárselo a mi padre. Fue el primer “compact disc” que entró en mi casa. Yo tenía nueve años.

Desde entonces, y hasta ahora, ese CD ha seguido sonando, sin interrupción y algo rayado, en mi habitación. Muchas horas he pasado, iluso de mí, tratando de acercarme a alguna de las notas con las que el bueno de Luciano alegraba mi vecindario. De entre todas las canciones, incluyendo sus óperas y sus magníficos duetos con las principales estrellas de la música pop, la que más me emociona es, “Nessun dorma”, de la ópera de Puccini “Turandot”. Sé que no soy nada original, ya que él la convirtió en un auténtico himno mundial, pero, tras años escuchándola, me emociona cada día más y siempre la he considerado como la canción más bonita de la historia, aunque sólo si la canta Pavarotti.

Constituye la perfecta fusión entre la lírica y la épica. La lírica la puso Puccini con la belleza de unos versos que narran una legendaria y lejana historia de amor, la épica la puso Luciano con la fuerza de una voz inigualable que subía hasta los cielos cantándole a la noche, ordenándole desaparecer, y gritando que vencería al alba por amor.

Mientras derramo una furtiva lágrima algo de mí se va contigo, un pequeño pedazo de mi vida, pero tú sigues aquí, en este instante y por siempre, recitando el “Ave María”.

Venciste al alba Luciano, venciste al tiempo, venciste a la historia.

Dilegua, o notte!
Tramontate, stelle! Tramontate, stelle!...
All'alba vincerò!
vincerò! vincerò.

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