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Etiquetas | Familia y educación

¡A jugar!

Emili Avilés
Emili Avilés
viernes, 10 de agosto de 2007, 02:55 h (CET)
Qué estupendo es jugar un partido de fútbol o tenis, pero qué lamentable si por jugarlo dejamos de visitar a un familiar enfermo o atrasamos una tarea de servicio necesaria en ese momento.

Recordemos que, ya desde Aristóteles, es de común conocimiento que el buen obrar se consigue con esfuerzo. Es necesario el hábito, conseguido con la repetición de actos, para formar la voluntad. No es suficiente tener sólo información, se precisa una voluntad entrenada en la toma de decisiones para poder superar los impulsos irracionales que a todas las edades nos pueden sorprender.

Para ello, creo que vale la pena ejercitarnos más, en el entorno familiar y de amistades, en juegos lúdicos, deportivos y de sobremesa, tradicionales y modernísimos, artísticos e intelectuales, que pueden ser medio de sana diversión y crecimiento. No veamos la diversión como un compartimento estanco de nuestra vida. Puede y debe ser una oportunidad diferente, nueva, creativa, para conocer y conocernos más y ampliar nuestras capacidades y habilidades.

El momento y lugar no lo dejemos siempre a la improvisación. Pongamos el querer y el conocer en marcha. Según qué juegos sean los elegidos, vamos a entrenarnos más en nuestra capacidad de convivencia, espíritu de superación, trabajo en equipo, esfuerzo paciente y continuado, comprensión mutua, saber ganar y saber perder, conocimiento propio y ajeno, situación espacial, habilidades sociales, razonamiento lógico, expresión artística, capacidades físicas y deportivas, respeto a las reglas establecidas, etc.

Sea como sea, las actividades para el ocio han de completar la formación humana de pequeños y mayores. Esa variedad de juegos, bien seleccionados, seguro que motivarán su desarrollo y buen acabamiento, a pesar de posibles dificultades técnicas o algún esfuerzo personal para perder con dignidad o ganar con elegancia.

Identificar núcleos de aficiones comunes o individuales en la familia nos puede ser de gran ayuda para conocernos mejor entre nosotros y como grupo. Eso, a los adultos nos puede exigir poner grandes dosis de creatividad y generosidad. Sí, por supuesto. Pero está claro que el ejercitar virtudes como el orden, la constancia, la humildad, la sinceridad, la espontaneidad, la fortaleza, el compañerismo, el respeto, etc. y el disfrute de todos, nos aportarán una gratificación añadida que es la unidad familiar, medio imprescindible para afrontar con serenidad las dificultades cotidianas, que esas sí irán en serio.

Hemos de ser capaces de jugar y hacer jugar. Aprovechemos este observatorio maravilloso para conocer mejor a las criaturas e incluso a nosotros mismos. Descubramos cómo chicas y chicos pueden crecer en obediencia, abnegación, ingenio o lealtad. Comprobemos sus maneras de decir espontáneas, su fino humor, sus modales y sus preferencias.

Pero, podríamos replicar, ¿Sabemos jugar con nuestros hijos? Seguro que sí. Planeemos y organicemos con frecuencia unas buenas sesiones de juegos divertidos, amables, variados, adaptados a su forma de ser y que les motive. Ese es nuestro reto y nuestra ilusión: facilitarles y hacerles atractivo –junto a nosotros y hermanos o amigos- el ser protagonistas, más o menos reales, que buscan superarse y mejorar en aventuras, cuentos, competiciones deportivas, juegos de mesa y gymkhanas.

Y, efectivamente, jugaremos un maravilloso partido de tenis o fútbol después de atender nuestras obligaciones. De esta manera, valores estupendos como la tolerancia serán además respeto; la libertad… responsabilidad; la solidaridad… comprensión; la justicia… benevolencia y la ciencia… humildad.

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