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La verdadera fe es la fe activa

José Vicente Cobo
Vida Universal
domingo, 15 de julio de 2007, 21:40 h (CET)
Una mirada al mundo sirve para demostrar que la fe ciega, es decir la fe eclesial o también llamada fe pasiva no produce nada positivo y que por eso no puede ser la verdadera fe.

¿Qué se ha lle­vado a cabo en los últimos 2.000 años en nombre de Jesús, el Cristo, en esta Tierra? ¿Se ha acercado con ello la humanidad quizás un solo paso a aquello que Jesús anunció en el tiempo en el que estuvo en la Tierra? ¿No era acaso su meta ya en aquel enton­ces la creación del Reino de Paz?

El estado de este mundo demuestra muy claramente que hoy las co­sas están peor que nunca. Observemos la natura­le­za, miremos cómo viven los seres humanos: nada de todo eso ha mejorado con la fe institucional en los dos mil años posteriores a Jesús de Nazaret, si no que todo se ha vuelto muchísimo peor. En ello se puede reconocer claramente que la fe eclesial ins­titucional no puede ser la fe verdadera, pues si lo fuese, algo habría tenido que cambiar para bien. Otro indicio de ello es que las preguntas fundamen­tales del ser humano, a raíz de la fe institucional hasta ahora han quedado sin respuesta. La inmensa mayoría de las personas se pregunta en vano: ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Cuál es el sentido de mi vida? – Ningún sacerdote, ningún cura puede dar a estas personas una respuesta esclarecedora, ni mucho menos una información satisfactoria o que les ayude a seguir buscando respuesta.

Jesús, el Cristo, dijo con Su Palabra para la época actual: «La verdadera fe es la fe activa, el cumplimiento paulatino de Mis enseñanzas », es decir, de la ense­ñanza de Dios. ¿Y no se dice también: «Por sus obras los reconoceréis»? Consideremos por una vez a dón­de ha conducido y sigue conduciendo a sus fieles la casta sacerdotal, y entonces podremos ver qué espíritu reina en ella. ¿De qué han servido las innume­rables misas y las muchas oraciones de los fieles de la Iglesia? Poco o nada si se considera el aumento de lo negativo en el mundo actual. Pero Jesús, el Cris­to, nos enseñó algo muy diferente hace ya 2000 años. Él no fundó ni instituciones llamadas Iglesias ni catedrales.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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