“Si al día siguiente de la muerte de Franco se hubieran celebrado elecciones hubiera salido elegido presidente Arias Navarro, que es lo que había”, dijo la semana pasada en Barcelona Fernando Savater, durante unas jornadas para hablar de la Transición española y su relación con los nacionalismos actuales.
Ahora, que se habla tanto de derechos de autodeterminación en el País Vasco y de la posibilidad de que los vascos decidan su futuro, es importante recordar palabras como las que se pudieron escuchar en esas conferencias que organizó la asociación que preside María Teresa Giménez Barbat.
¿Alguien puede pensar que si mañana se celebrase un referendo de autodeterminación en la comunidad vasca las condiciones democráticas serían las idóneas? Es evidente que no se puede votar en el País Vasco -y las últimas elecciones municipales lo demuestran: acoso y humillación a los diversos candidatos en el momento de votar- en las condiciones mínimas que exigen un proceso democrático. ¿Por qué se preparó a la población española durante los meses que siguieron a la muerte de Franco para poder votar en las mejores condiciones democráticas y de libertad?
“Hace treinta años, en España, hubo un pequeñito milagro, justo después de que muriera Franco”, comentó Hermann Tertsch, pero pese a este modelo -nuestra Transición- a imitar por otros países “la Transición en el País Vasco ha fracasado”, apuntilló Carlos Martínez Gorriarán. Y ambos tienen razón.
España pasó de una dictadura, fenecida motu proprio, a una democracia, débil pero voluntariosa, en apenas siete años: de 1975 a 1982. Eso sí, la desaparición de un nacionalismo español, centralista, dio lugar a, por lo menos, dos nacionalismos aprendices de aquel y que hoy, más de treinta años después, todavía ejercen sin rubor alguno el recorte de libertades que ellos consideran oportunos para la “construcción de la patria”. Más de lo mismo. Y exactamente igual si a estos nacionalismos se le añade la muerte física, como ocurre en el País Vasco, por pensar diferente al exclusivismo radical y decirlo en voz alta.
El proceso que conocemos como la Transición española ha sido traicionado por los nacionalismos, desde el momento en que una vez en el poder aplican sin complejos todos los postulados de su supuesto ideario, sin reparar en que la Transición consistió, entre otras muchas cosas, en renunciar todos los grupos políticos a una parte de sus objetivos para que la convivencia fuera posible, sin excluidos. ¿Qué pensaríamos si al PSOE le diese ahora por nacionalizar la banca, prohibir las escuelas religiosas o retirar las licencias de televisión privadas para convertirlas en públicas? Es más, ha sido con gobiernos socialistas cuando más licencias de televisiones privadas se han concedido y más empresas de titularidad pública se privatizaron.
¿Qué podríamos pensar si, en esta Europa del estado del bienestar, algún gobierno del PP hubiera decidido acabar con al seguridad social pública, las prestaciones al desempleo u obligase a rezar el ángelus cada día en todas las escuelas públicas? Todo lo contrario, fue un gobierno del PP el que acabó, definitivamente, con la prestación militar obligatoria y saneó las arcas de la seguridad social.
¿A qué han renunciado los nacionalismos vasco y catalán? Es como la lluvia fina, los nacionalismos “han conseguido que la gente no se ponga en conflicto con lo que ellos deciden que es inevitable”, comentaba Tertsch. España es el único país de Europa, a excepción de los Balcanes y la zona del Cáucaso, donde las libertades están en peligro.
El profesor Gabriel Tortella, en las mismas jornadas de conferencias, se preguntó por qué la juventud de hoy día era tan antifranquista, más incluso que los que sufrieron el franquismo, y, sin embargo, esta misma juventud no se oponía a los nacionalismos actuales -vasco, catalán y gallego-, “cuando se parecen muchísimo”. La respuesta es evidente. Arcadi Espada: “hoy, ser antifranquista, sale gratis”.
¿Sale gratis ser no nacionalista en el País Vasco?