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José Antonio Jato

Heiligendamm en stand bye

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A poco de que comience la cumbre del G8 en la bella localidad litoral alemana de Heiligendamm, los ocho países más industrializados del planeta calientan motores, en momentos en los que ya cabría esperar lo contrario.

Especialmente las propuestas defendidas por la anfitriona Alemania y lideradas por la canciller Angela Merkel, chocan con el rechazo radical de la administración estadounidense que las ha calificado por anticipado de inaceptables. Según un documento filtrado por Greenpeace, George Bush se niega en rotundo a fijar objetivos concretos, vinculantes y globales que ayuden a reducir las emisiones de gas de los países industrializados, causantes del efecto invernadero.

Bush está convencido de que si Estados Unidos hubiera ratificado los acuerdos de Kyoto sobre cambio climático en 1997, la economía estadounidense se hubiera ido al garete. Dudo que de en el clavo en sus apreciaciones, pero lo realmente absurdo es su propuesta de limitar la lucha contra el calentamiento global del planeta incrementando únicamente las inversiones en revolucionarias tecnologías “limpias”, caso de que estas existan. Dejando a un lado a la energía nuclear y sus apologetas, proponer a estas alturas la producción de un coche a base de hidrógeno es un pecado de ingenuidad, poco ingenioso, y desfasado. Principalmente si todo ha de quedar en mera retórica tal como sucedió con los acuerdos de Kyoto.

Seguirán habiendo incrédulos seculam seculorum que nieguen la evidencia corroborada por buena parte de los expertos internacionales de que principalmente la quema de combustibles fósiles, los humos de las fábricas y de los autos son la causa principal de que la tierra se esté convirtiendo poco a poco en una desagradable parrilla. Están en su derecho, si bien la parrilla la pagaremos todos, la comunidad de crédulos y la de incrédulos.

La solución como los gases que rodean el planeta y evitan que escape el calor, lo que eleva las temperaturas, generando el llamado "efecto invernadero" no puede ser unilateral, sino basada en un acuerdo internacional que especialmente los países más contaminantes deben acatar. Cabe recordar que por ejemplo Estados Unidos es el mayor contaminante ambiental con una cuarta parte de la producción de los gases nocivos.

A fin de cuentas lo que pide Angela Merkel no una cosa del otro mundo: evitar que la temperatura del planeta no suba más de dos grados hasta finales de siglo, reducir a la mitad las emisiones de CO2 en un plazo de 40 años y combatir el derroche energético. Ante tales propuestas no hay excusa que valga para dejar el desarrollo sostenible en stand bye.

Heiligendamm en stand bye

José Antonio Jato
José Antonio Jato
martes, 29 de mayo de 2007, 22:22 h (CET)
A poco de que comience la cumbre del G8 en la bella localidad litoral alemana de Heiligendamm, los ocho países más industrializados del planeta calientan motores, en momentos en los que ya cabría esperar lo contrario.

Especialmente las propuestas defendidas por la anfitriona Alemania y lideradas por la canciller Angela Merkel, chocan con el rechazo radical de la administración estadounidense que las ha calificado por anticipado de inaceptables. Según un documento filtrado por Greenpeace, George Bush se niega en rotundo a fijar objetivos concretos, vinculantes y globales que ayuden a reducir las emisiones de gas de los países industrializados, causantes del efecto invernadero.

Bush está convencido de que si Estados Unidos hubiera ratificado los acuerdos de Kyoto sobre cambio climático en 1997, la economía estadounidense se hubiera ido al garete. Dudo que de en el clavo en sus apreciaciones, pero lo realmente absurdo es su propuesta de limitar la lucha contra el calentamiento global del planeta incrementando únicamente las inversiones en revolucionarias tecnologías “limpias”, caso de que estas existan. Dejando a un lado a la energía nuclear y sus apologetas, proponer a estas alturas la producción de un coche a base de hidrógeno es un pecado de ingenuidad, poco ingenioso, y desfasado. Principalmente si todo ha de quedar en mera retórica tal como sucedió con los acuerdos de Kyoto.

Seguirán habiendo incrédulos seculam seculorum que nieguen la evidencia corroborada por buena parte de los expertos internacionales de que principalmente la quema de combustibles fósiles, los humos de las fábricas y de los autos son la causa principal de que la tierra se esté convirtiendo poco a poco en una desagradable parrilla. Están en su derecho, si bien la parrilla la pagaremos todos, la comunidad de crédulos y la de incrédulos.

La solución como los gases que rodean el planeta y evitan que escape el calor, lo que eleva las temperaturas, generando el llamado "efecto invernadero" no puede ser unilateral, sino basada en un acuerdo internacional que especialmente los países más contaminantes deben acatar. Cabe recordar que por ejemplo Estados Unidos es el mayor contaminante ambiental con una cuarta parte de la producción de los gases nocivos.

A fin de cuentas lo que pide Angela Merkel no una cosa del otro mundo: evitar que la temperatura del planeta no suba más de dos grados hasta finales de siglo, reducir a la mitad las emisiones de CO2 en un plazo de 40 años y combatir el derroche energético. Ante tales propuestas no hay excusa que valga para dejar el desarrollo sostenible en stand bye.

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