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Pelayo López

'Candy': poder y no querer, o querer y no poder

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Esta semana visitan nuestros cines “el asesino del zodiaco” y “el petiso orejudo”, dos asesinos en serie, para más INRI basados en hechos reales, ubicados en San Francisco y Buenos Aires respectivamente y en fechas extemporáneas. Aunque un servidor prefiere centrarse, en esta ocasión, en algo que considero aún más espeluznante. El azote mortal quebrantador por parte de cualquier extraño siempre es una tragedia, pero ¿qué sucede cuando uno mismo es quien pierde el control de su propia vida inconscientemente y se conduce sin remedio hacia el final?

Viajamos en este recorrido hasta nuestras antípodas. Sí, a tierras australianas, las mismas de las que han salido estrellas como Nicole Kidman o Russel Crowe. Pero la cantera artística no termina ahí. Hay otro mucho talento interpretativo -aprovechando la plena temporada taurina en la que poco a poco vamos inmiscuyéndonos- más allá de las dos cabezas de cartel. Aquí tenemos al seductor y Casanova Heath Ledger –se aparta, no sabemos si momentáneamente, de su papel de cowboy homosexual en Brokeback Mountain-, a la arrebatadora y bella Abbie Cornish –quien ya sedujo al propio Crowe en Un buen año y que hará lo propio dentro de poco con Daniel Craig en lo nuevo de 007- y al fuera de serie Geoffrey Rush –recordar que le descubrimos en su casa gracias al desequilibrante papel de Shine-. En el caso de los actores, tanto uno como otro regresan a su país natal puede que para desintoxicarse de la fama y meterse en la piel de personajes que es más que posible que no les ofrezcan en Estados Unidos y que les permiten demostrar la madera que llevan dentro. En el caso de la actriz, aún no ha salido de la isla pero, visto lo visto en lo que a dotes de todo tipo se refiere, no tardará mucho en hacerlo. Ella es la sorpresa y lo mejor de la cinta, nada que ver por cierto con lo que dieron de si hace tiempo algunos como Gus Van Sant.

Este trío se mueve en el metraje a disposición de Neil Armfield, un afamado director teatral por medio mundo, oriundo de aquellos lugares, quien, sin embargo, aquí permanecía inédito y del que ahora presenciamos en nuestras pantallas su tercer título como realizador cinematográfico. Así que referencias ninguna para calibrar su evolución. Ciñéndonos a esta película, se defiende. Rodada con un estilo cercano a esas tv movies que nos llegan desde aquellas latitudes, la factura es correcta y el estilismo fotográfico no tiene nada que reprochar. Algunos dirán que no tiene una presencia lo suficientemente sucia como para que nos la creamos. Creo que se equivocan, porque me da la impresión de que precisamente lo que se busca es que la clase media común encontremos un espejo sin fondo en el que poder mirarnos y no los ambientes marginales propios de esas adicciones. Sí que es posible que falte algo de emoción que conecte con el público en algunos momentos concretos, pero el conjunto creo que, en circunstancias como la presente, es lo importante. La narración planea en muchos puntos, incluso podría decir que durante todo el metraje, aunque lo hace de manera convincente según lo que podemos intuir ocurre en situaciones como la expuesta. La fría distancia establecida es la misma que deben sentir en sus cuerpos los protagonistas, unos personajes que encuentran una especie de aletargamiento aislante y salvador en el agua de una piscina. La ruleta de atracción en el inicio ya nos anuncia el devenir, un futuro de fotogramas en el que la muerte está a punto de alcanzarles nada más comenzar.

Aunque con dos años de retraso –algo que deja de ser ya la excepción para convertirse casi en la norma-, la historia, igualmente siguiendo la corriente actual, está basada en una premiada novela cuyo título es aún más expresivo puesto que da ya más pistas sobre el contenido: amor y adicción. Así de simple y categórico. Esas son las dos palabras que resumen el argumento de esta historia. Un aspirante a poeta y una candidata a pintora se embarcarán en una tempestuosa relación de amor marcada por su adicción a las drogas, una realidad que les envuelve en una espiral de deterioro dividida en cielo, tierra e infierno. Curiosamente, cada una de estas 3 partes, al otro lado de la pantalla, el del espectador, refleja la percepción inversa pasando, en esa transición, de la oscuridad más aterradora a una luz peudo-esperanzadora.

Ya se lo recuerda el personaje de Rush a la pareja protagonista: “Cuando puedes dejarlo, no quieres. Cuando quieres hacerlo, no puedes”. Y, siguiendo los paralelismos entre el argumento y lo que sucede tras las cámaras, da la dubitativa sensación por parte del director, intencionadamente o no, de poder y no querer, o querer y no poder.

Calificación: 2,5
Director: Neil Armfield
Reparto: Heath Ledger, Abbie Cornish y Geoffrey Rush

'Candy': poder y no querer, o querer y no poder

Pelayo López
Pelayo López
miércoles, 11 de julio de 2007, 23:19 h (CET)
Esta semana visitan nuestros cines “el asesino del zodiaco” y “el petiso orejudo”, dos asesinos en serie, para más INRI basados en hechos reales, ubicados en San Francisco y Buenos Aires respectivamente y en fechas extemporáneas. Aunque un servidor prefiere centrarse, en esta ocasión, en algo que considero aún más espeluznante. El azote mortal quebrantador por parte de cualquier extraño siempre es una tragedia, pero ¿qué sucede cuando uno mismo es quien pierde el control de su propia vida inconscientemente y se conduce sin remedio hacia el final?

Viajamos en este recorrido hasta nuestras antípodas. Sí, a tierras australianas, las mismas de las que han salido estrellas como Nicole Kidman o Russel Crowe. Pero la cantera artística no termina ahí. Hay otro mucho talento interpretativo -aprovechando la plena temporada taurina en la que poco a poco vamos inmiscuyéndonos- más allá de las dos cabezas de cartel. Aquí tenemos al seductor y Casanova Heath Ledger –se aparta, no sabemos si momentáneamente, de su papel de cowboy homosexual en Brokeback Mountain-, a la arrebatadora y bella Abbie Cornish –quien ya sedujo al propio Crowe en Un buen año y que hará lo propio dentro de poco con Daniel Craig en lo nuevo de 007- y al fuera de serie Geoffrey Rush –recordar que le descubrimos en su casa gracias al desequilibrante papel de Shine-. En el caso de los actores, tanto uno como otro regresan a su país natal puede que para desintoxicarse de la fama y meterse en la piel de personajes que es más que posible que no les ofrezcan en Estados Unidos y que les permiten demostrar la madera que llevan dentro. En el caso de la actriz, aún no ha salido de la isla pero, visto lo visto en lo que a dotes de todo tipo se refiere, no tardará mucho en hacerlo. Ella es la sorpresa y lo mejor de la cinta, nada que ver por cierto con lo que dieron de si hace tiempo algunos como Gus Van Sant.

Este trío se mueve en el metraje a disposición de Neil Armfield, un afamado director teatral por medio mundo, oriundo de aquellos lugares, quien, sin embargo, aquí permanecía inédito y del que ahora presenciamos en nuestras pantallas su tercer título como realizador cinematográfico. Así que referencias ninguna para calibrar su evolución. Ciñéndonos a esta película, se defiende. Rodada con un estilo cercano a esas tv movies que nos llegan desde aquellas latitudes, la factura es correcta y el estilismo fotográfico no tiene nada que reprochar. Algunos dirán que no tiene una presencia lo suficientemente sucia como para que nos la creamos. Creo que se equivocan, porque me da la impresión de que precisamente lo que se busca es que la clase media común encontremos un espejo sin fondo en el que poder mirarnos y no los ambientes marginales propios de esas adicciones. Sí que es posible que falte algo de emoción que conecte con el público en algunos momentos concretos, pero el conjunto creo que, en circunstancias como la presente, es lo importante. La narración planea en muchos puntos, incluso podría decir que durante todo el metraje, aunque lo hace de manera convincente según lo que podemos intuir ocurre en situaciones como la expuesta. La fría distancia establecida es la misma que deben sentir en sus cuerpos los protagonistas, unos personajes que encuentran una especie de aletargamiento aislante y salvador en el agua de una piscina. La ruleta de atracción en el inicio ya nos anuncia el devenir, un futuro de fotogramas en el que la muerte está a punto de alcanzarles nada más comenzar.

Aunque con dos años de retraso –algo que deja de ser ya la excepción para convertirse casi en la norma-, la historia, igualmente siguiendo la corriente actual, está basada en una premiada novela cuyo título es aún más expresivo puesto que da ya más pistas sobre el contenido: amor y adicción. Así de simple y categórico. Esas son las dos palabras que resumen el argumento de esta historia. Un aspirante a poeta y una candidata a pintora se embarcarán en una tempestuosa relación de amor marcada por su adicción a las drogas, una realidad que les envuelve en una espiral de deterioro dividida en cielo, tierra e infierno. Curiosamente, cada una de estas 3 partes, al otro lado de la pantalla, el del espectador, refleja la percepción inversa pasando, en esa transición, de la oscuridad más aterradora a una luz peudo-esperanzadora.

Ya se lo recuerda el personaje de Rush a la pareja protagonista: “Cuando puedes dejarlo, no quieres. Cuando quieres hacerlo, no puedes”. Y, siguiendo los paralelismos entre el argumento y lo que sucede tras las cámaras, da la dubitativa sensación por parte del director, intencionadamente o no, de poder y no querer, o querer y no poder.

Calificación: 2,5
Director: Neil Armfield
Reparto: Heath Ledger, Abbie Cornish y Geoffrey Rush

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