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Daniel Tercero

Preguntas sobre el sentido de igualdad

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Un reciente estudio que han realizado en la Universidad de California de San Diego, en Estados Unidos, concluye que la cooperación entre humanos podría haber evolucionado gracias al sentido de igualdad. El estudio en cuestión viene a decirnos que la conducta social humana está influida por motivaciones de equidad y se basa en el experimento que ha dirigido el científico James H. Fowler mediante un juego entre los participantes del estudio.

Las cobayas recibían de forma aleatoria distintas sumas de dinero que les conferían un estatus económico y podían utilizarlo para recompensar o castigar a los distintos jugadores dándoles o quitándoles dinero. Resulta que los jugadores más ricos fueron los más penalizados mientras que los más pobres fueron los que menos castigos recibieron por los compañeros. El estudio, publicado en Nature -y del que no conozco la letra pequeña- concluye que los cambios de ingresos se vieron fuertemente influidos por la desigualdad, el patrón de castigos se diseñó, entonces, para minimizar la desigualdad entre los más ricos y los más pobres.

Curioso estudio este que nada dice de la envidia, que no es otra cosa que el deseo de algo que no se tiene, y que es muy difícil que los estudios científicos puedan mesurar. ¿Acaso no es la envidia lo que mueve gran parte del mundo? Por estos lares sabemos mucho de todo esto y cualquier persona que triunfe es, inmediatamente, puesta en el punto de mira para el descarrío general y público. Pero, entonces, la cuestión que deberíamos plantearnos es si la obtención de riqueza es un triunfo. ¿Lo es?

Dando un repaso a la Historia de la humanidad no parece que la cooperación entre humanos hubiera evolucionado gracias al sentido de igualdad. Precisamente el deseo de desigualdad (o inferioridad, que suele ser lo mismo) es el que ha regido, y rige, la relación entre nuestros antepasados. La desigualdad, que trae consigo la dominación -económica o social- de unos sobre otros. Desde las culturas del Mediterráneo a las asiáticas, pasando por los imperios de la tierra fértil de lo que en algún momento fue Mesopotamia y ahora tierra devastada, y llegando a la cultura anglosajona que todo lo impregna. Nada hay de igualdad. El 1789 francés se convirtió en la victoria del rico sobre el rey, el clero y la clase intitulada; pero ricos, al fin y al cabo, fueron los que defendieron lo de “libertad, igualdad y fraternidad”, que ni se cumplió entonces ni se cumple hoy día.

Que los participantes de un estudio quieran -sin organizarse- que los que recibieron menos monedas se igualen con los que, por azar, fueron agraciados con un mejor botín, no debería ser suficiente como para que concluyamos que el hombre es bueno por naturaleza. ¿Caridad? ¿Pena? Es decir volvemos al hombre de Jean-Jacques Rousseau: bueno por naturaleza y es la sociedad la que le corrompe. Algo falla.

Y, finalmente, llegamos a la pregunta todavía no contestada: ¿cuándo, si fuera cierto, se corrompió la sociedad? El momento que el hombre busca la igualdad entre iguales podría ser el punto de partida en el que los hombres se dan cuenta de que la sociedad -que no existe sin el hombre- está corrompida. Y entonces ¿deberíamos preguntarnos por la igualdad entre humanos?

El sentido de la igualdad: tema de demasiada envergadura para dejarlo en manos, exclusivamente, de científicos.

Preguntas sobre el sentido de igualdad

Daniel Tercero
Daniel Tercero
jueves, 12 de abril de 2007, 23:51 h (CET)
Un reciente estudio que han realizado en la Universidad de California de San Diego, en Estados Unidos, concluye que la cooperación entre humanos podría haber evolucionado gracias al sentido de igualdad. El estudio en cuestión viene a decirnos que la conducta social humana está influida por motivaciones de equidad y se basa en el experimento que ha dirigido el científico James H. Fowler mediante un juego entre los participantes del estudio.

Las cobayas recibían de forma aleatoria distintas sumas de dinero que les conferían un estatus económico y podían utilizarlo para recompensar o castigar a los distintos jugadores dándoles o quitándoles dinero. Resulta que los jugadores más ricos fueron los más penalizados mientras que los más pobres fueron los que menos castigos recibieron por los compañeros. El estudio, publicado en Nature -y del que no conozco la letra pequeña- concluye que los cambios de ingresos se vieron fuertemente influidos por la desigualdad, el patrón de castigos se diseñó, entonces, para minimizar la desigualdad entre los más ricos y los más pobres.

Curioso estudio este que nada dice de la envidia, que no es otra cosa que el deseo de algo que no se tiene, y que es muy difícil que los estudios científicos puedan mesurar. ¿Acaso no es la envidia lo que mueve gran parte del mundo? Por estos lares sabemos mucho de todo esto y cualquier persona que triunfe es, inmediatamente, puesta en el punto de mira para el descarrío general y público. Pero, entonces, la cuestión que deberíamos plantearnos es si la obtención de riqueza es un triunfo. ¿Lo es?

Dando un repaso a la Historia de la humanidad no parece que la cooperación entre humanos hubiera evolucionado gracias al sentido de igualdad. Precisamente el deseo de desigualdad (o inferioridad, que suele ser lo mismo) es el que ha regido, y rige, la relación entre nuestros antepasados. La desigualdad, que trae consigo la dominación -económica o social- de unos sobre otros. Desde las culturas del Mediterráneo a las asiáticas, pasando por los imperios de la tierra fértil de lo que en algún momento fue Mesopotamia y ahora tierra devastada, y llegando a la cultura anglosajona que todo lo impregna. Nada hay de igualdad. El 1789 francés se convirtió en la victoria del rico sobre el rey, el clero y la clase intitulada; pero ricos, al fin y al cabo, fueron los que defendieron lo de “libertad, igualdad y fraternidad”, que ni se cumplió entonces ni se cumple hoy día.

Que los participantes de un estudio quieran -sin organizarse- que los que recibieron menos monedas se igualen con los que, por azar, fueron agraciados con un mejor botín, no debería ser suficiente como para que concluyamos que el hombre es bueno por naturaleza. ¿Caridad? ¿Pena? Es decir volvemos al hombre de Jean-Jacques Rousseau: bueno por naturaleza y es la sociedad la que le corrompe. Algo falla.

Y, finalmente, llegamos a la pregunta todavía no contestada: ¿cuándo, si fuera cierto, se corrompió la sociedad? El momento que el hombre busca la igualdad entre iguales podría ser el punto de partida en el que los hombres se dan cuenta de que la sociedad -que no existe sin el hombre- está corrompida. Y entonces ¿deberíamos preguntarnos por la igualdad entre humanos?

El sentido de la igualdad: tema de demasiada envergadura para dejarlo en manos, exclusivamente, de científicos.

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