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Traición

Daniel Tercero
Daniel Tercero
viernes, 9 de febrero de 2007, 10:47 h (CET)
Aparece la definición en un diccionario escolar: violación de la fidelidad debida. Es traición. Y, en esta ocasión, son los niños los que están siendo traicionados. No se dice nada nuevo, lamentablemente, cuando se afirma que la educación, la escuela en general, es de una pésima calidad.

Uno de los primeros errores en esta aseveración tan contundente: que la enseñanza es prácticamente nula en las escuelas, es equiparar los centros públicos con los privados, pasando por los concertados. No son lo mismo, aunque las diferencias entre concertados y públicos se acorten cada día. Es evidente que un centro privado -y, en ocasiones, concertado- dispone de los mecanismos de exigencia al alumno y, ¡ojo!, a los padres para que el esfuerzo tenga, al menos, una recompensa: aprender. El esfuerzo, ese objetivo despreciado por los políticos en todas y cada una de las reformas educativas desde la ya, tristemente, famosa LOGSE.

Es sencillo y duro. El niño que no se esfuerza es apartado del sistema privado de educación. Antaño las escuelas públicas igualaban a los pobres (realmente pobres en la posguerra española) con los niños de familias de clase media. Todos eran iguales ante el profesor de la escuela pública, y a todos se les exigía lo mismo -el sistema lo permitía- para superar los ciclos educativos. Y el que era incapaz de cumplir con las exigencias del sistema educativo público tenía que buscar hueco (y dinero) en el sistema privado o en los ciclos formativos de oficios. ¡Cómo han cambiado las cosas! Hemos llegado, no ya a menospreciar y, en ocasiones, agredir al maestro y profesor de la enseñanza pública, sino que ahora enseñar, lo que se dice enseñar, solo cabe en el ámbito de la educación privada.

Cómo me gustaría ver a los teóricos de los cientos y cientos de libros que hablan de pedagogía infantil y educación en las aulas españolas del siglo XXI un par de días en las escuelas, por ejemplo, del Raval de Barcelona. ¿Qué digo? ¿Un par de días? Una tarde, una sola tarde. Dos horas. Dos clases. La de plástica y la de informática, asignaturas marías, nada de estrujarse la cabeza. Ahí, ahí es donde yo los quiero ver. Con veinticinco alumnos por aula. Con veintidós extranjeros. Ocho pakistaníes, cuatro marroquíes, tres de Bangladesh, dos filipinos... Y quede claro que los damnificados por el sistema y sus teorías son los niños. Siempre. Todos, sin excepción, los nacidos aquí o los nacidos en Vietnam; pero todos los que pertenecen al sistema educativo público actual.

Esto sí que es una auténtica traición a los niños. Una violación de la fidelidad que les debemos. No hace falta que se busquen muchas definiciones en distintos diccionarios. Uno cualquiera que se puede encontrar en cualquier clase de primaria nos aporta la definición de traición, pero claro los teóricos no pisan las aulas, por lo que nunca sabrán lo que están haciendo a los niños -alumnos- que sufren la puesta en práctica de sus teorías. Y para otro día los entresijos de los Centros de Atención Educativa Preferente (CAEP).

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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