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Sociedad
Etiquetas | Superhéroe | Madrid | Nostalgia
Se llamaba RaX, tenía cualidades sobrehumanas y vivió en Madrid

Un superhéroe real y español

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Recreación de un grafiti con el nombre de RaX, tal como solía aparecer dibujado en las calles.


A menudo se usa el término superhéroe para referirse a alguien que destaca entre los demás por realizar actos excepcionales, particularmente en defensa de los demás. Damos por hecho que es una hipérbole, un reconocimiento, porque los superhéroes son ficción. Este no es el caso de RaX. Realmente, era un superhéroe. Fue muy popular hace treinta años en cierta zona de Madrid. ¿Queda algo de su existencia? ¿Por qué solo fue conocido en unos pocos barrios de la capital? ¿Quién fue RaX?

El sur de Madrid era, en los años 80, un cinturón obrero que nutría a la urbe de trabajadores. Fueron los hijos de estos quienes forjaron una conciencia de barrio, una idea de pertenencia a un lugar consolidada en las tardes de fútbol en los solares, los petardos en Navidad y las pandillas de chicos que jugaban a ser malos. Pertenecían a una ciudad que los necesitaba y, al mismo tiempo, los arrinconaba al sur, como si quisiera enlatarlos entre la Puerta del Sol y los límites de la metrópoli. Cualquiera de aquellos chavales, ahora señores entre la madurez y la jubilación, recuerda a RaX.

RaX fue el orgullo y la esperanza del sur. Lo hicieron suyo, tanto como, seguramente, él se hizo de ellos. De hecho, fuera de su zona de acción, apenas se supo de él. No hemos encontrado más que algún recorte en la prensa local o en la sección de sucesos, todas ellas noticias escritas con urgencia, sin rigor y totalmente desdeñables. Tal vez sea porque la propia gente de los barrios del sur no quería compartirlo; o acaso por el turbio final que envolvió su desaparición.

Alejandro Gilberdi Vázquez tiene ahora 49 años. Es profesor de instituto. Su tesis doctoral, presentada en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UCM, trató el mundo de los superhéroes y sus implicaciones didácticas. Vivió en la Ciudad de los Ángeles hasta los veinte años. Cuando RaX apareció, acababa de cumplir los diez. «Creo que no queríamos que Madrid se lo quedara. Teníamos la sensación de que no éramos madrileños del todo. Recuerdo que mi madre decía con ilusión “vamos a Madrid” cuando nos llevaba en Navidad al centro, a ver el Cortilandia; y era solo coger un autobús».


Probablemente, quien mejor conoció a RaX fue David Luján, actualmente periodista musical en Miami. «La historia de RaX se merece su libro». Luján siguió las andanzas del superhéroe muy de cerca. «Por entonces —y aún hoy—, yo era muy fan de los superhéroes. Hay que tener en cuenta que aquellos tebeos Ediciones Vértice o de Marvel o DC, se vendían en todos los quioscos por cuatro duros y, además, nos los pasábamos unos a otros». No había pretensiones artísticas en aquellas páginas. «Simplemente se trataba de vender historias, reflexiona Luján, pero, con el tiempo, uno descubre que, realmente, se estaba creando una mitología». Roberto Gilberdi argumenta, en esa misma línea: «la ficción ya estaba creada. Lo que hizo RaX fue trasladarla a la realidad».

Nadie sabe con certeza cuál fue su primera aparición. Los rastreos son difíciles. No hay documentos escritos. La de RaX es, en realidad, una leyenda oral, un cuento de hadas suburbial. El nombre, al parecer, es una deformación de rayo. Por el barrio había pintados grafitis con la palabra “RaX” escrita de ese modo.

Unos afirman que la primera gesta fue la del quiosco de la calle Anoeta; otros, que el de la anciana del mercado de Usera; los hay que defienden que la de la chica a la que iban a violar en la calle Orión. El caso es que los tres sucesos debieron de suceder en un margen de tiempo muy estrecho.

La hazaña del quiosco es la que cuenta con mayor número de testigos. Manuel Bueno, dueño del negocio, falleció hace unos años. Su hijo estudió Veterinaria en la Universidad Complutense de Madrid. La suya es una historia paradigmática: la del chico de barrio que, alentado por el tesón de sus padres, acaba licenciándose. «Mi padre, siempre que podía, nos dice Roberto Bueno, hijo del quiosquero Manuel, contaba la anécdota de RaX». En aquellos años, la delincuencia menor afloraba en el sur de Madrid como las amapolas en los descampados. Fue la época de los héroes quinquis -recuérdese al Vaquilla- y los atracos a farmacias de los yonquis con el mono subido. «Se le presentaron dos chavales y le sacaron la navaja: “vamos, dámelo todo o te rajo”. Es la frase que usaban siempre». A Manuel ya le había atracado alguna vez, había que pasar por ello, pero aquella vez no estaba dispuesto a ceder. Costaba ganarse la vida a base de vender papeles. «Empezaron a tirarle al suelo la prensa, a patadas. Arrancaron las revistas de las puertas y rompieron las hojas. Gritaban como posesos». Manuel salió del quiosco a salvar su sueldo. «Mi padre era cojo, por la polio. Por eso le concedieron el quiosco. Poco podía hacer el buen hombre». Así que abalanzó todo su cuerpo extremeño contra uno de los atracadores. El otro enfureció y blandió la navaja. «Uno lo inmovilizó con sus brazos mientras el otro decía: “Sujétalo, que lo rajo”». La gente empezó a arremolinarse, pero nadie se atrevía a meterse. « “Al que se acerque le pincho”, decían. Mi padre, el pobre, luchaba por soltarse». Y fue entonces cuando apareció RaX; más de cinco personas lo vieron.

«Las habilidades de RaX, describe el periodista musical David Luján, eran realmente superpoderes. Sé que suena ridículo, pero es así. Tenía supervelocidad: aparecía y desaparecía». «Así lo contaba mi padre, continúa Bueno: “apareció como un rayo; me soltó del que me retenía, le puso las manos a la espalda y se las ató; hizo lo mismo con el otro y los inmovilizó juntos con una cuerda. Después, los arrojó al suelo y, como si fueran un saco de patatas, los ató a una farola. Todo eso pasó en unos segundos”».

Las apariciones de RaX se sucedieron rápidamente desde entonces. A los tres hechos que hemos mencionado, se unieron pronto otros del mismo tipo: niños salvados de un atraco, ancianas con el bolso recuperado tras un tirón, hasta las típicas mascotas en peligro.

«Yo quería ser el fotógrafo de RaX, como Peter Parker y su Spiderman», confiesa David Luján. «Ahorré lo que pude y me compré una de aquellas Kodak automáticas que hacían unas fotos horribles. La llevaba siempre encima por si me topaba con él». Consiguió hacerle algunas fotos, pero las quemó todas después del incidente que provocó la desaparición del superhéroe. De hecho, la única entrevista que alguien le hizo a RaX fue la que redactó Luján. «La verdad es que dedicaba todo mi tiempo libre a buscarlo, a esperar a que interviniera. Me escondía en los lugares propicios: los callejones oscuros, las rampas de los garajes, incluso las chabolas que había cerca de Orcasitas. Mis padres nunca lo supieron, pero alguna vez me escapé por la noche para cazar fotos de RaX».

Así fue como un día dio con él. Acababa de salvar de un robo a un hombre que volvía a su casa con el radiocasete del coche bajo el brazo. Unos chavales se lo quisieron robar y el tipo se resistió. «Lo de siempre: sacaron la cheira y le amenazaron con pincharle. Yo llegué cuando RaX acababa de intervenir. Nunca lo había visto de cerca. Iba todo de negro, sin capa ni chorradas, con un gorro de buzo de aquellos que nos ponían a los niños, de esos que tapaban toda la cabeza salvo los ojos. El traje parecía de licra o de algún material similar. No era el típico musculitos de gimnasio; más bien, parecía un gimnasta. No llevaba ningún signo».


Así describen a RaX casi todos los que lo vieron, pero con ligeras variaciones. Manuel Bueno afirma que llevaba un rayo en el pecho. Hemos hablado con otros vecinos que aseguran que las botas eran amarillas. «No, niega rotundamente Luján, nada de eso». El caso es que Luján, aquella noche, disparó su cámara y el flash alertó a RaX. Se acercó a él y le preguntó qué hacía ahí a esas horas. «Soy del periódico del cole», mintió. No había tal periódico. «¿Puedo hacerte una entrevista?». Y así fue como dos días después, en aquel mismo lugar, y a esa misma hora, Luján entrevistó a RaX.

«Era amable, pero seco, un tío de la zona: se notaba en su manera de hablar. Villaverde, Orcasitas, la Ciudad de los Ángeles... era de por allí, seguro. Usaba pocas palabras, pero pensaba cada una. Tenía esa seguridad de algunos cabecillas del barrio, gente legal, tipos fiables. Así sonaba su voz. Era el hermano mayor que cualquier chiquillo habría deseado en un barrio chungo».

Luján no conserva la entrevista. «La quemé. Las fotos que le hice, también. Lo quemé todo». Así se esfumaron aquellas palabras que con tenacidad el pequeño David escribió en la máquina de su padre. «Recuerdo el titular: “hay mucha mierda en la calle y eso no me gusta”. Es lo que me respondió a por qué se había hecho superhéroe.

¿Pero qué pasó con RaX? ¿Por qué desapareció? El profesor de Secundaria Alejandro Gilberdi lo explica así. «Cualquiera que haya leído cómics de superhéroes lo sabe: hay límites morales que ninguno traspasa. El superhéroe es ejemplar. Pasar ciertos límites puede ponerlo a la altura de sus enemigos y eso no puede ocurrir. RaX lo hizo y la gente no se lo perdonó. Creo que yo tampoco». Roberto Bueno argumenta en la misma línea: «no creo que fuera tan sencillo como que no se lo perdonáramos. Simplemente, dejó de ser un modelo. RaX era una imagen, una estatua viva; y se rajó de arriba abajo». David Luján recuerda las peleas en el patio del colegio. «Me partí la cara por RaX varias veces. Me negaba a creerlo».

Lo que sucedió nunca se supo con certeza. Todas las historias sobre RaX se han construido oralmente y de todas ellas hay más de una versión. La más repetida, en la que el consenso es mayor, es la que explicamos a continuación.


RaX se topó una noche con una pareja de yonquis que habían entrado en una farmacia. Estaba cerrada, pero habían conseguido las llaves. Según se supo después, espiaron a la farmacéutica cuando echaba el cierre, una señora al borde de la jubilación, muy conocida y apreciada por los vecinos, una persona afable y pequeña. La siguieron y, en su portal, se le echaron encima para quitarle las llaves. La mujer forcejeó con sus atacantes. Fue a gritar, pero uno de los dos le tapó la boca con la mano. El otro le arrancó el bolso y volcó el contenido al suelo. En la catarata de objetos, cayeron varios llaveros. La mujer pugnaba por librarse, pero su captor la sujetaba cada vez con mayor violencia. Le preguntaron qué lleves eran la de las de la farmacia. Ella, probablemente ya la borde de la asfixia, no respondía, lo que enfurecía cada vez más a los delincuentes. Uno la instaba a responder, el otro apretaba la mano, hasta que la mujer perdió las fuerzas y cayó al suelo inerte. Los malhechores salieron corriendo, locos por un chute, hacia la farmacia. RaX llegó justo cuando el cuerpecillo menudo de la farmacéutica exhalaba su último aliento. La debía de conocer, porque rápidamente corrió hacia la farmacia. Allí encontró a los dos jóvenes. No debió cruzar palabra con ellos. Los atacó con furia desatada. Atravesó el cristal del escaparate con el cuerpo de uno de ellos; al otro lo arrinconó contra los estantes cristal y lo golpeó una y otra vez. Uno de los yonquis sacó una navaja y se la hundió entera en el omoplato izquierdo. RaX se revolvió. Debió de ser en ese momento cuando apareció la policía. El superhéroe había desarmado al ladrón y tenía su navaja en la mano. Uno de los policías creyó que iba a clavársela al delincuente y quiso detenerlo. RaX se volvió y acuchilló al policía en la tráquea; le atravesó el cuello. Murió pocas horas después.


«Desapareció y nunca se volvió a saber de él», cuenta Alejandro Gilberdi. La policía lo buscó insistentemente. Preguntaba a cualquiera que pudiera saber supiera algo y, así, fue calando una imagen diferente de RaX. «Cayó del pedestal en que el superhéroe tiene que estar», resume Gilberdi. «Simplemente, dejó de serlo. Ya no tenía sentido que siguiera existiendo». Finalmente, no detuvieron a nadie. No dieron con él.

«Creo que ahora todo ha cambiado», reflexiona David Luján. «Han pasado tantos años... He pensado que tal vez sea el momento de recuperar su memoria. Pienso en crear un grupo de Facebook o algo así, para empezar; tenemos que ser muchos los que lo recordamos».

Nada ha quedado de RaX, salvo palabras dichas al viento y estas pocas impresas. El único superhéroe real fue el orgullo del sur de Madrid, pero, para muchos, su caída fue la peor de las vergüenzas: la de la decepción.

Hoy, paseamos por la Ciudad de los Ángeles, por Villaverde, por Orcasitas y vemos que nada queda de aquellos tiempos. Da la sensación de que investigar sobre RaX es una excavación arqueológica de la que solo pueden desenterrarse recuerdos.

¿Dónde estará RaX? ¿Seguirá vivo? David Luján se emociona al decir estas palabras: «mis padres siguen viviendo allí, en la calle Anoeta, cerca de donde estaba aquel quiosco de prensa. Cuando vuelvo a España y los visito, paseo por el parque del barrio y me fijo en los ancianos. Sueño con que un día veré a uno alto y erguido, con un extraño movimiento en la espalda, casi imperceptible, pero visible para mí. Me acercaré a él y nos miraremos. Tal vez pueda, entonces, hacerle la entrevista que se merece».

Un superhéroe real y español

Se llamaba RaX, tenía cualidades sobrehumanas y vivió en Madrid
Raúl Galache
miércoles, 5 de agosto de 2020, 08:44 h (CET)

Recreación de un grafiti con el nombre de RaX, tal como solía aparecer dibujado en las calles.


A menudo se usa el término superhéroe para referirse a alguien que destaca entre los demás por realizar actos excepcionales, particularmente en defensa de los demás. Damos por hecho que es una hipérbole, un reconocimiento, porque los superhéroes son ficción. Este no es el caso de RaX. Realmente, era un superhéroe. Fue muy popular hace treinta años en cierta zona de Madrid. ¿Queda algo de su existencia? ¿Por qué solo fue conocido en unos pocos barrios de la capital? ¿Quién fue RaX?

El sur de Madrid era, en los años 80, un cinturón obrero que nutría a la urbe de trabajadores. Fueron los hijos de estos quienes forjaron una conciencia de barrio, una idea de pertenencia a un lugar consolidada en las tardes de fútbol en los solares, los petardos en Navidad y las pandillas de chicos que jugaban a ser malos. Pertenecían a una ciudad que los necesitaba y, al mismo tiempo, los arrinconaba al sur, como si quisiera enlatarlos entre la Puerta del Sol y los límites de la metrópoli. Cualquiera de aquellos chavales, ahora señores entre la madurez y la jubilación, recuerda a RaX.

RaX fue el orgullo y la esperanza del sur. Lo hicieron suyo, tanto como, seguramente, él se hizo de ellos. De hecho, fuera de su zona de acción, apenas se supo de él. No hemos encontrado más que algún recorte en la prensa local o en la sección de sucesos, todas ellas noticias escritas con urgencia, sin rigor y totalmente desdeñables. Tal vez sea porque la propia gente de los barrios del sur no quería compartirlo; o acaso por el turbio final que envolvió su desaparición.

Alejandro Gilberdi Vázquez tiene ahora 49 años. Es profesor de instituto. Su tesis doctoral, presentada en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UCM, trató el mundo de los superhéroes y sus implicaciones didácticas. Vivió en la Ciudad de los Ángeles hasta los veinte años. Cuando RaX apareció, acababa de cumplir los diez. «Creo que no queríamos que Madrid se lo quedara. Teníamos la sensación de que no éramos madrileños del todo. Recuerdo que mi madre decía con ilusión “vamos a Madrid” cuando nos llevaba en Navidad al centro, a ver el Cortilandia; y era solo coger un autobús».


Probablemente, quien mejor conoció a RaX fue David Luján, actualmente periodista musical en Miami. «La historia de RaX se merece su libro». Luján siguió las andanzas del superhéroe muy de cerca. «Por entonces —y aún hoy—, yo era muy fan de los superhéroes. Hay que tener en cuenta que aquellos tebeos Ediciones Vértice o de Marvel o DC, se vendían en todos los quioscos por cuatro duros y, además, nos los pasábamos unos a otros». No había pretensiones artísticas en aquellas páginas. «Simplemente se trataba de vender historias, reflexiona Luján, pero, con el tiempo, uno descubre que, realmente, se estaba creando una mitología». Roberto Gilberdi argumenta, en esa misma línea: «la ficción ya estaba creada. Lo que hizo RaX fue trasladarla a la realidad».

Nadie sabe con certeza cuál fue su primera aparición. Los rastreos son difíciles. No hay documentos escritos. La de RaX es, en realidad, una leyenda oral, un cuento de hadas suburbial. El nombre, al parecer, es una deformación de rayo. Por el barrio había pintados grafitis con la palabra “RaX” escrita de ese modo.

Unos afirman que la primera gesta fue la del quiosco de la calle Anoeta; otros, que el de la anciana del mercado de Usera; los hay que defienden que la de la chica a la que iban a violar en la calle Orión. El caso es que los tres sucesos debieron de suceder en un margen de tiempo muy estrecho.

La hazaña del quiosco es la que cuenta con mayor número de testigos. Manuel Bueno, dueño del negocio, falleció hace unos años. Su hijo estudió Veterinaria en la Universidad Complutense de Madrid. La suya es una historia paradigmática: la del chico de barrio que, alentado por el tesón de sus padres, acaba licenciándose. «Mi padre, siempre que podía, nos dice Roberto Bueno, hijo del quiosquero Manuel, contaba la anécdota de RaX». En aquellos años, la delincuencia menor afloraba en el sur de Madrid como las amapolas en los descampados. Fue la época de los héroes quinquis -recuérdese al Vaquilla- y los atracos a farmacias de los yonquis con el mono subido. «Se le presentaron dos chavales y le sacaron la navaja: “vamos, dámelo todo o te rajo”. Es la frase que usaban siempre». A Manuel ya le había atracado alguna vez, había que pasar por ello, pero aquella vez no estaba dispuesto a ceder. Costaba ganarse la vida a base de vender papeles. «Empezaron a tirarle al suelo la prensa, a patadas. Arrancaron las revistas de las puertas y rompieron las hojas. Gritaban como posesos». Manuel salió del quiosco a salvar su sueldo. «Mi padre era cojo, por la polio. Por eso le concedieron el quiosco. Poco podía hacer el buen hombre». Así que abalanzó todo su cuerpo extremeño contra uno de los atracadores. El otro enfureció y blandió la navaja. «Uno lo inmovilizó con sus brazos mientras el otro decía: “Sujétalo, que lo rajo”». La gente empezó a arremolinarse, pero nadie se atrevía a meterse. « “Al que se acerque le pincho”, decían. Mi padre, el pobre, luchaba por soltarse». Y fue entonces cuando apareció RaX; más de cinco personas lo vieron.

«Las habilidades de RaX, describe el periodista musical David Luján, eran realmente superpoderes. Sé que suena ridículo, pero es así. Tenía supervelocidad: aparecía y desaparecía». «Así lo contaba mi padre, continúa Bueno: “apareció como un rayo; me soltó del que me retenía, le puso las manos a la espalda y se las ató; hizo lo mismo con el otro y los inmovilizó juntos con una cuerda. Después, los arrojó al suelo y, como si fueran un saco de patatas, los ató a una farola. Todo eso pasó en unos segundos”».

Las apariciones de RaX se sucedieron rápidamente desde entonces. A los tres hechos que hemos mencionado, se unieron pronto otros del mismo tipo: niños salvados de un atraco, ancianas con el bolso recuperado tras un tirón, hasta las típicas mascotas en peligro.

«Yo quería ser el fotógrafo de RaX, como Peter Parker y su Spiderman», confiesa David Luján. «Ahorré lo que pude y me compré una de aquellas Kodak automáticas que hacían unas fotos horribles. La llevaba siempre encima por si me topaba con él». Consiguió hacerle algunas fotos, pero las quemó todas después del incidente que provocó la desaparición del superhéroe. De hecho, la única entrevista que alguien le hizo a RaX fue la que redactó Luján. «La verdad es que dedicaba todo mi tiempo libre a buscarlo, a esperar a que interviniera. Me escondía en los lugares propicios: los callejones oscuros, las rampas de los garajes, incluso las chabolas que había cerca de Orcasitas. Mis padres nunca lo supieron, pero alguna vez me escapé por la noche para cazar fotos de RaX».

Así fue como un día dio con él. Acababa de salvar de un robo a un hombre que volvía a su casa con el radiocasete del coche bajo el brazo. Unos chavales se lo quisieron robar y el tipo se resistió. «Lo de siempre: sacaron la cheira y le amenazaron con pincharle. Yo llegué cuando RaX acababa de intervenir. Nunca lo había visto de cerca. Iba todo de negro, sin capa ni chorradas, con un gorro de buzo de aquellos que nos ponían a los niños, de esos que tapaban toda la cabeza salvo los ojos. El traje parecía de licra o de algún material similar. No era el típico musculitos de gimnasio; más bien, parecía un gimnasta. No llevaba ningún signo».


Así describen a RaX casi todos los que lo vieron, pero con ligeras variaciones. Manuel Bueno afirma que llevaba un rayo en el pecho. Hemos hablado con otros vecinos que aseguran que las botas eran amarillas. «No, niega rotundamente Luján, nada de eso». El caso es que Luján, aquella noche, disparó su cámara y el flash alertó a RaX. Se acercó a él y le preguntó qué hacía ahí a esas horas. «Soy del periódico del cole», mintió. No había tal periódico. «¿Puedo hacerte una entrevista?». Y así fue como dos días después, en aquel mismo lugar, y a esa misma hora, Luján entrevistó a RaX.

«Era amable, pero seco, un tío de la zona: se notaba en su manera de hablar. Villaverde, Orcasitas, la Ciudad de los Ángeles... era de por allí, seguro. Usaba pocas palabras, pero pensaba cada una. Tenía esa seguridad de algunos cabecillas del barrio, gente legal, tipos fiables. Así sonaba su voz. Era el hermano mayor que cualquier chiquillo habría deseado en un barrio chungo».

Luján no conserva la entrevista. «La quemé. Las fotos que le hice, también. Lo quemé todo». Así se esfumaron aquellas palabras que con tenacidad el pequeño David escribió en la máquina de su padre. «Recuerdo el titular: “hay mucha mierda en la calle y eso no me gusta”. Es lo que me respondió a por qué se había hecho superhéroe.

¿Pero qué pasó con RaX? ¿Por qué desapareció? El profesor de Secundaria Alejandro Gilberdi lo explica así. «Cualquiera que haya leído cómics de superhéroes lo sabe: hay límites morales que ninguno traspasa. El superhéroe es ejemplar. Pasar ciertos límites puede ponerlo a la altura de sus enemigos y eso no puede ocurrir. RaX lo hizo y la gente no se lo perdonó. Creo que yo tampoco». Roberto Bueno argumenta en la misma línea: «no creo que fuera tan sencillo como que no se lo perdonáramos. Simplemente, dejó de ser un modelo. RaX era una imagen, una estatua viva; y se rajó de arriba abajo». David Luján recuerda las peleas en el patio del colegio. «Me partí la cara por RaX varias veces. Me negaba a creerlo».

Lo que sucedió nunca se supo con certeza. Todas las historias sobre RaX se han construido oralmente y de todas ellas hay más de una versión. La más repetida, en la que el consenso es mayor, es la que explicamos a continuación.


RaX se topó una noche con una pareja de yonquis que habían entrado en una farmacia. Estaba cerrada, pero habían conseguido las llaves. Según se supo después, espiaron a la farmacéutica cuando echaba el cierre, una señora al borde de la jubilación, muy conocida y apreciada por los vecinos, una persona afable y pequeña. La siguieron y, en su portal, se le echaron encima para quitarle las llaves. La mujer forcejeó con sus atacantes. Fue a gritar, pero uno de los dos le tapó la boca con la mano. El otro le arrancó el bolso y volcó el contenido al suelo. En la catarata de objetos, cayeron varios llaveros. La mujer pugnaba por librarse, pero su captor la sujetaba cada vez con mayor violencia. Le preguntaron qué lleves eran la de las de la farmacia. Ella, probablemente ya la borde de la asfixia, no respondía, lo que enfurecía cada vez más a los delincuentes. Uno la instaba a responder, el otro apretaba la mano, hasta que la mujer perdió las fuerzas y cayó al suelo inerte. Los malhechores salieron corriendo, locos por un chute, hacia la farmacia. RaX llegó justo cuando el cuerpecillo menudo de la farmacéutica exhalaba su último aliento. La debía de conocer, porque rápidamente corrió hacia la farmacia. Allí encontró a los dos jóvenes. No debió cruzar palabra con ellos. Los atacó con furia desatada. Atravesó el cristal del escaparate con el cuerpo de uno de ellos; al otro lo arrinconó contra los estantes cristal y lo golpeó una y otra vez. Uno de los yonquis sacó una navaja y se la hundió entera en el omoplato izquierdo. RaX se revolvió. Debió de ser en ese momento cuando apareció la policía. El superhéroe había desarmado al ladrón y tenía su navaja en la mano. Uno de los policías creyó que iba a clavársela al delincuente y quiso detenerlo. RaX se volvió y acuchilló al policía en la tráquea; le atravesó el cuello. Murió pocas horas después.


«Desapareció y nunca se volvió a saber de él», cuenta Alejandro Gilberdi. La policía lo buscó insistentemente. Preguntaba a cualquiera que pudiera saber supiera algo y, así, fue calando una imagen diferente de RaX. «Cayó del pedestal en que el superhéroe tiene que estar», resume Gilberdi. «Simplemente, dejó de serlo. Ya no tenía sentido que siguiera existiendo». Finalmente, no detuvieron a nadie. No dieron con él.

«Creo que ahora todo ha cambiado», reflexiona David Luján. «Han pasado tantos años... He pensado que tal vez sea el momento de recuperar su memoria. Pienso en crear un grupo de Facebook o algo así, para empezar; tenemos que ser muchos los que lo recordamos».

Nada ha quedado de RaX, salvo palabras dichas al viento y estas pocas impresas. El único superhéroe real fue el orgullo del sur de Madrid, pero, para muchos, su caída fue la peor de las vergüenzas: la de la decepción.

Hoy, paseamos por la Ciudad de los Ángeles, por Villaverde, por Orcasitas y vemos que nada queda de aquellos tiempos. Da la sensación de que investigar sobre RaX es una excavación arqueológica de la que solo pueden desenterrarse recuerdos.

¿Dónde estará RaX? ¿Seguirá vivo? David Luján se emociona al decir estas palabras: «mis padres siguen viviendo allí, en la calle Anoeta, cerca de donde estaba aquel quiosco de prensa. Cuando vuelvo a España y los visito, paseo por el parque del barrio y me fijo en los ancianos. Sueño con que un día veré a uno alto y erguido, con un extraño movimiento en la espalda, casi imperceptible, pero visible para mí. Me acercaré a él y nos miraremos. Tal vez pueda, entonces, hacerle la entrevista que se merece».

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