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Una miaja de apechusque

​Cuidemos a nuestros mayores con todas las precauciones que podamos adoptar que, al fin y al cabo, son los más vulnerables
ZEN
lunes, 16 de marzo de 2020, 08:43 h (CET)

Hermanos y hermanas: sobre todo mucha calma. No nos agobiemos. Tenemos uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, sino el mejor. Con unos profesionales que nos los quitan de las manos en otros países por su valía. Nuestros políticos, de momento están teniendo altura de miras. Tal vez porque a todos les está tocando en mayor o menor medida algún caso en su entorno o en sus propias carnes.

Siempre habrá algún descerebrado que querrá sacar rédito político en este momento, pero suelen ser los menos y cada vez son menos relevantes por suerte. Así que calma.

Lo del papel higiénico me imagino que es por la falta de mascarillas. A no ser que entre los españoles todavía quede en el subconsciente la pandemia de la “Gripe Española” de 1918 que uno de los síntomas era una diarrea incontrolable.

Bueno, tranquilos, porque ahora podremos demostrar que estamos en uno de los mejores países del mundo. Donde el orden y la solidaridad nos va a permitir controlar y reducir los contagios. Donde la avalancha de madrileños a nuestras costas y a las de Andalucía servirá para que se queden confinados en sus apartamentos ya que no van a poder ir a otros sitios.

Cuidemos a nuestros mayores con todas las precauciones que podamos adoptar que, al fin y al cabo, son los más vulnerables.

Seamos cariñosos, pero en la distancia. No nos toquemos. Que los mediterráneos somos mucho de tocarnos y besarnos. Un saludito en la distancia o un beso lanzado al aire ya está bien. Y en cuanto te de “una miaja de apechusque” que no cunda el pánico. Quédate en casa y llamas al 900 300 555 que ya te informarán.

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Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.

La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.

 
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