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Cuando no se ve

Pascual Falces
Pascual Falces
viernes, 20 de octubre de 2006, 03:20 h (CET)
Esta columna tiene un grave problema en días como el de hoy, que, afortunadamente, no son frecuentes. Le sucede como hace años a los aviones, cuando el campo de aterrizaje era invadido por la niebla y la nula visibilidad hacía de la toma de tierra una temeridad rayana en el mortal accidente –“avionaso”, que dicen en México-. El catalejo se encuentra inmerso en la niebla, el “puré de guisantes” de los ingleses, y no se distingue nada más allá de cincuenta a cien metros.

Como no tiene otra fuente de indagación que la gran visibilidad que proporcionan los medios ópticos de observación, ¡no hay información! Lo lógico seria cerrarla este día y dedicarse el columnista a asar castañas, por ejemplo. Pero, el caso es que sus lectores –es decir, los “tres o cuatro” lectoras o lectores habituales, según el decir del Maestro Catón-, la echarán en falta, y no podrán deducir por donde va el mundo. Esa es la obligación que se ha echado sobre sus espaldas, y, que, le ocasiona muchas horas a la intemperie con frío, viento, y demás inclemencias. Pero todo sea por la gente normal y corriente, este gentío azacanado en sus quehaceres que busca un poco de aire puro entre tanta información mediatizada, y noticias manipuladas. ¿Quién ha puesto la esquela, a cuatro columnas, en El Mundo del pasado lunes, como recordatorio de la muerte de un minero socialista de 19 años, represaliado en Octubre de 1934 por soldados que mandaba el abuelo del Presidente Zapatero a las órdenes del general Franco? Todo el mundo tiene abuelos, es una consecuencia de la trasmisión genética. ¿Qué soldado romano caería, en día como hoy, ante la guerrilla de Viriato durante el siglo II antes de nuestra era cristiana? ¿Por qué no vienen esquelas de los madrileños fusilados por las huestes napoleónicas en la montaña del Príncipe Pío, y a la luz de un candil según los retrató Goya?

Esta costumbre introducida por la actual legislatura de rebuscar en el interior de los ombligos amenaza ocasionar verdaderos destrozos a base de taladrar en ellos. Antes de la transición a la actual democracia, se sabía, primero, que “todos los ombligos son redondos” (Álvaro de Laiglesia, de humor incombustible), y, que, su aparente inutilidad, no era tal, sino que servía para recoger la pelusilla que desprenden las camisetas. Claro, que, como dice el pequeño de Epifanio del Cristo Martínez, “eran otros tiempos”, y en los actuales, el sexo femenino se ha encargado de lucirlo, y llevarlo bien ventilado.

A qué comentarios conduce la falta de visibilidad... Disculpen las lectoras y lectores, por este orden. Porque, si se quiere imponer la sustitución del genérico plural, por la mención detallada, por ejemplo, de españoles y españolas, según la cortesía obliga, las señoras deben pasar delante. Nada de “vascos y vascas”, es de pésima educación, o todos vascos, o “vascas y vascos”. Es una simple reflexión más educativa que la de emplear el rato en asar castañas para provecho propio.

También, entre la niebla que rodea el potente catalejo de esta columna, se distinguen ahora unas vacas. Pero, claro, tan sólo interesan al pastor que ha de evitar el multazo que le imponen si el ganado “campa por sus respetos” sobre el asfalto de la carretera.

Mañana será otro día y escampará la niebla que se ha ceñido sobre las cumbres que rodean el valle de Canencia, para dicha de los buscadores de setas, que en octubre, y tras las primeras lluvias, hacen su agosto. Así que, ¡hasta mañana!...

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No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

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