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Fracaso (del sistema) escolar

Óscar Arce Ruiz
Óscar Arce
domingo, 17 de septiembre de 2006, 03:48 h (CET)
Hemos sabido durante los pasados siete días que España se encuentra en el grupo de cabeza de los países de la Unión Europea en cuanto a porcentaje de abandono escolar prematuro.

Cuando he hablado de estos temas con alguien cercano al mundo educativo, siempre han salido dos cuestiones en la conversación: la escasa financiación que también la educación pública recibe en la repartición de los fondos públicos, y el ejemplo de Finlandia.

En cuanto la primera cuestión, me parece que es evidente la relación causa-efecto. Se trata de una inferencia lógica simple: si la financiación del Estado a la educación pública es insuficiente y la educación pública depende totalmente de la financiación del Estado, entonces la educación pública no puede ser sino insuficiente. Es cierto, también nos encontramos en los últimos puestos del ranking en cuanto a fondos públicos destinados a la educación.

El segundo tema, el de Finlandia, aporta otro factor determinante a la discusión. Evidentemente, el presupuesto público dirigido a la educación en los países nórdicos es muy superior al que se deriva en España. Pero existe otro aspecto esencial. Creo recordar que una encuesta realizada en España, situaba en un catorce por ciento el número de personas que pensaban que la educación de un niño era más un problema de la familia que de la escuela.

Un catorce por ciento significa que hay un ochenta y seis por ciento de personas que piensan que la escuela es la máxima responsable de la educación de los niños, o que no saben o no contestan.

Éste es el par de problemas que debemos afrontar en lo que se refiere al modelo educativo que estamos siguiendo en este momento. En Finlandia, dos de las profesiones con más prestigio social son la de maestro de escuela y la de bibliotecario. También son dos de las mejor pagadas. Además son enseñanzas universitarias de cuatro años, con un fuerte programa teórico y con una visión de necesidad en la coordinación de ambos colectivos.

Pero en un programa de radio escuché esta semana otro ejemplo muchas veces olvidado por no pertenecer a la excelencia nórdica en asuntos sociales. El compromiso irlandés con la educación ha llevado a que se elaboren leyes y decretos de financiación blindados, con el favor de todos los partidos, contra los gobiernos. Es decir, lo que se ha acordado en cuanto a fondos destinados a la educación, ningún mandatario podrá deshacerlo.

Más vale que la propuesta sea buena, puede pensarse. Lo es. Básicamente lo que se pretende es dejar de creer que cuando crezca el nivel económico de la población, crecerá también el nivel de vida y se podrá entonces hacer una inversión importante en educación. Por el contrario, se ha establecido que apostar por el futuro es apostar por los más jóvenes y apostar sin complejos en su educación. Por lo tanto, una de las prioridades en los presupuestos generales del Estado en Irlanda es la financiación del sistema educativo. Si esta parcela está asegurada, es más probable que el nivel económico, social y la calidad de vida aumenten en unos veinte años.

Dudo que en Finlandia y en Irlanda se piense mayoritariamente que el aprendizaje acaba en el colegio. Dudo también que los familiares de aquellos niños no permitan que se les recrimine ninguna de sus actuaciones.

Hay muchos modelos a elegir para dejar de ser los últimos en nivel de educación. Seis horas en el colegio refuerza la opinión de quienes creen que sólo la escuela educa. El abandono y el fracaso social no dejarán de existir en cifras alarmantes hasta que la familia haga de ello un problema social.

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