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A través de la LOGSE se protegió al débil, al menos capaz, al que más lo necesitaba, sin dejar en el arcén al más aventajado

La máscara educativa

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Desde que nació la sociología, hace aproximadamente doscientos años, los sociólogos han observado los fenómenos sociales con el prisma de la lejanía. Alejarse del objeto de estudio, fue uno de los principales argumentos defendidos por Weber cuando hablaba de sociología. Una ciencia social desprovista de valores, decía el padre de la burocracia, era necesaria para construir tipos ideales (moldes abstractos para analizar las realidades). En el espacio de los conceptos existen paralelismos o correlaciones - dicho en términos modernos - entre fenómenos, "a priori", distintos y lejanos. En "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", Max Weber, estableció conexiones entre las montañas de la razón y los mares de la fe. No afirmó de forma rotunda el carácter determinista de lo uno - el calvinismo - sobre lo otro - la industrialización -, pero sí observó que en la Inglaterra de finales del XVIII surgieron de forma dialéctica sendos fenómenos.

En cuanto a su teoría argumentó que el protestantismo, por su énfasis en el factor trabajo como valor de salvación, establecía los mimbres necesarios para que los hombres trabajasen motivados y aumentasen la riqueza. Otros pensadores, sin embargo, fueron más allá y sí establecieron conexiones causales entre fenómenos sociales. Karl Marx, por su parte, dijo que la historia era el resultado de una lucha de clases entre opresores y oprimidos. Su Teoría del Valor le sirvió al viejo comunista para afirmar que el sistema capitalista potenciaba la desigualdad. Los ricos eran cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.

Hoy, los sociólogos seguimos buscando correlaciones y explicaciones entre fenómenos aparentemente lejanos en el espacio pero, sin embargo, estrechamente entrelazados en el tiempo. La educación y la desigualdad son un buen ejemplo de ello. A mayor nivel educativo, mayores probabilidades existen de ascenso social y, por lo tanto, menos desigualdad. Ahora bien, para que se pueda construir este camino hacia la cima de la igualdad, las máquinas de "lo público" deben apartar las piedras y malas hierbas que se encuentren a su paso. Sin tales máquinas, sin el Estado mediante, la educación se convierte en una mentira más del discurso democrático. Para que exista igualdad, la educación es condición necesaria pero no suficiente. No toda educación, y ahí es donde quiero llegar, es válida para garantizar el ascenso social. La cultura del mérito y el esfuerzo, vendida por la ideología neoliberal, no es suficiente para que se establezca el milagro del ascenso.

La Teoría de la Reproducción establece que la escuela reproduce los valores y formas del sistema capitalista, dicho de otro modo, las lógicas de los centros educativos reproducen - valga la redundancia - las desigualdades de la calle. El sistema de notas es correlativo al sistema de salarios en los intramuros de las fábricas. En función de la calificación numérica, el alumno A vale más o menos que el B, como resultado del efecto comparativo del grupo. La estructura departamental de los colegios, institutos y universidades, son paralelas a pirámides jerarquizadas de las empresas. Los alumnos mediocres, o menos capaces, en la pugna por el título se hallan en desventaja futura para conseguir escalar puestos en la esfera laboral. Es el darwinismo educativo, al que me referí hace meses en las líneas de mi blog el que marca el sino de los alumnos en las selvas educativas.

Los alumnos que se descuelgan del sistema educativo desarrollan mecanismos de defensa para neutralizar su frustración. Tales mecanismos son canalizados, por parte de los pupilos, en forma de brotes de indisciplina y violencia en las aulas. En la calle, cuando salen del sistema educativo, siguen siendo los frágiles de la manada al servicio de contratos basura otras formas de explotación laboral. El sistema educativo, si nos damos cuenta, no pone los instrumentos adecuados para evitar que éste reproduzca las desigualdades de la calle. Es más, la Ley Wert, en lugar de corregir los reflejos miserables de la sociedad en el espejo educativo, lo que hace es enturbiar, todavía más, para que los hijos de las clases medias y bajas no puedan salir con su "mérito y esfuerzo" de sus barrotes de cuna. La subida de las tasas universitarias; el sumatorio de reválidas - en mi jerga, zancadillas -; el hacinamiento de las aulas; la eliminación de buena parte de los programas de atención educativa; el tijeretazo a las ayudas para libros y comedores escolares; el recorte de interinos... son pruebas, más que suficientes, para que el hijo del menos pudiente tenga que conformarse con una FP dual, o dicho de otro modo, tenga que conformarse con ser toda la vida un mando intermedio al ordeno y mando de los cuadros directivos. Cuadros directivos emergidos de la clase pudiente. Los únicos "hijos de", que por su condición de clase no tienen a su papá que le expida los cheques necesarios para que el "burrito" ande y adelante a los caballos con pedigrí. Caballos heridos por las lanzas de un sistema que les impide cabalgar por los despachos blancos del capital.

Desde la crítica intelectual debemos reflexionar para que la educación sea un vehículo de ascenso social, en lugar de un obstáculo para crecer. Dicen los críticos con la LOGSE que aumentó el fracasó escolar porque no tenía en cuenta el "mérito y el esfuerzo". Dicen sus detractores que: “la ley de Felipe sirvió para que todos cupiesen en el sistema”. Dicen las malas lenguas que, con esa nefasta ley, hasta los más tontos aprobaban. Es cierto que los niveles educativos no fueron los deseados pero, sin embargo, los que más y los que menos, tuvieron una amplia gama de oportunidades para promocionar de curso y ser "considerados" en la calle. Gracias a esa ley se hicieron millones de adaptaciones curriculares (en el lenguaje coloquial, refuerzos educativos) para que los menos capaces - ya fuese por factores genéticos o ambientales - tuviesen esperanzas para aprobar. A través de la LOGSE aumentó la capacidad de raciocinio en detrimento de la memoria. Se incentivó el trabajo en grupo y se consiguió una educación más igualitaria para todos. Se protegió al débil, al menos capaz, al que más lo necesitaba sin dejar en el arcén al más aventajado. Se descongestionaron los colegios y se eliminó el estigma social de la FP. Se acabó, de una vez por todas, con los Centros de FP - centros de segunda - y se crearon ciclos formativos de corta duración. Ciclos dotados de una educación práctica para la inserción laboral. Gracias a la LOGSE, la FP consiguió el prestigio deseado y miles de alumnos encontraron en esta oferta educativa su trampolín para los paraninfos o la nómina deseada. Ahora bien, ¿fue todo un camino de rosas? No. La ley de Felipe siempre estuvo criticada por la falta de presupuesto. A día de hoy, en la Comunidad Valenciana existen cientos de centros con “aulas barracones". La LOGSE no sirvió para atajar el fracaso escolar. Tampoco ha servido la LOE; ni la Ley de los setenta.

La máscara educativa

A través de la LOGSE se protegió al débil, al menos capaz, al que más lo necesitaba, sin dejar en el arcén al más aventajado
Abel Ros
jueves, 31 de octubre de 2013, 07:43 h (CET)
Desde que nació la sociología, hace aproximadamente doscientos años, los sociólogos han observado los fenómenos sociales con el prisma de la lejanía. Alejarse del objeto de estudio, fue uno de los principales argumentos defendidos por Weber cuando hablaba de sociología. Una ciencia social desprovista de valores, decía el padre de la burocracia, era necesaria para construir tipos ideales (moldes abstractos para analizar las realidades). En el espacio de los conceptos existen paralelismos o correlaciones - dicho en términos modernos - entre fenómenos, "a priori", distintos y lejanos. En "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", Max Weber, estableció conexiones entre las montañas de la razón y los mares de la fe. No afirmó de forma rotunda el carácter determinista de lo uno - el calvinismo - sobre lo otro - la industrialización -, pero sí observó que en la Inglaterra de finales del XVIII surgieron de forma dialéctica sendos fenómenos.

En cuanto a su teoría argumentó que el protestantismo, por su énfasis en el factor trabajo como valor de salvación, establecía los mimbres necesarios para que los hombres trabajasen motivados y aumentasen la riqueza. Otros pensadores, sin embargo, fueron más allá y sí establecieron conexiones causales entre fenómenos sociales. Karl Marx, por su parte, dijo que la historia era el resultado de una lucha de clases entre opresores y oprimidos. Su Teoría del Valor le sirvió al viejo comunista para afirmar que el sistema capitalista potenciaba la desigualdad. Los ricos eran cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.

Hoy, los sociólogos seguimos buscando correlaciones y explicaciones entre fenómenos aparentemente lejanos en el espacio pero, sin embargo, estrechamente entrelazados en el tiempo. La educación y la desigualdad son un buen ejemplo de ello. A mayor nivel educativo, mayores probabilidades existen de ascenso social y, por lo tanto, menos desigualdad. Ahora bien, para que se pueda construir este camino hacia la cima de la igualdad, las máquinas de "lo público" deben apartar las piedras y malas hierbas que se encuentren a su paso. Sin tales máquinas, sin el Estado mediante, la educación se convierte en una mentira más del discurso democrático. Para que exista igualdad, la educación es condición necesaria pero no suficiente. No toda educación, y ahí es donde quiero llegar, es válida para garantizar el ascenso social. La cultura del mérito y el esfuerzo, vendida por la ideología neoliberal, no es suficiente para que se establezca el milagro del ascenso.

La Teoría de la Reproducción establece que la escuela reproduce los valores y formas del sistema capitalista, dicho de otro modo, las lógicas de los centros educativos reproducen - valga la redundancia - las desigualdades de la calle. El sistema de notas es correlativo al sistema de salarios en los intramuros de las fábricas. En función de la calificación numérica, el alumno A vale más o menos que el B, como resultado del efecto comparativo del grupo. La estructura departamental de los colegios, institutos y universidades, son paralelas a pirámides jerarquizadas de las empresas. Los alumnos mediocres, o menos capaces, en la pugna por el título se hallan en desventaja futura para conseguir escalar puestos en la esfera laboral. Es el darwinismo educativo, al que me referí hace meses en las líneas de mi blog el que marca el sino de los alumnos en las selvas educativas.

Los alumnos que se descuelgan del sistema educativo desarrollan mecanismos de defensa para neutralizar su frustración. Tales mecanismos son canalizados, por parte de los pupilos, en forma de brotes de indisciplina y violencia en las aulas. En la calle, cuando salen del sistema educativo, siguen siendo los frágiles de la manada al servicio de contratos basura otras formas de explotación laboral. El sistema educativo, si nos damos cuenta, no pone los instrumentos adecuados para evitar que éste reproduzca las desigualdades de la calle. Es más, la Ley Wert, en lugar de corregir los reflejos miserables de la sociedad en el espejo educativo, lo que hace es enturbiar, todavía más, para que los hijos de las clases medias y bajas no puedan salir con su "mérito y esfuerzo" de sus barrotes de cuna. La subida de las tasas universitarias; el sumatorio de reválidas - en mi jerga, zancadillas -; el hacinamiento de las aulas; la eliminación de buena parte de los programas de atención educativa; el tijeretazo a las ayudas para libros y comedores escolares; el recorte de interinos... son pruebas, más que suficientes, para que el hijo del menos pudiente tenga que conformarse con una FP dual, o dicho de otro modo, tenga que conformarse con ser toda la vida un mando intermedio al ordeno y mando de los cuadros directivos. Cuadros directivos emergidos de la clase pudiente. Los únicos "hijos de", que por su condición de clase no tienen a su papá que le expida los cheques necesarios para que el "burrito" ande y adelante a los caballos con pedigrí. Caballos heridos por las lanzas de un sistema que les impide cabalgar por los despachos blancos del capital.

Desde la crítica intelectual debemos reflexionar para que la educación sea un vehículo de ascenso social, en lugar de un obstáculo para crecer. Dicen los críticos con la LOGSE que aumentó el fracasó escolar porque no tenía en cuenta el "mérito y el esfuerzo". Dicen sus detractores que: “la ley de Felipe sirvió para que todos cupiesen en el sistema”. Dicen las malas lenguas que, con esa nefasta ley, hasta los más tontos aprobaban. Es cierto que los niveles educativos no fueron los deseados pero, sin embargo, los que más y los que menos, tuvieron una amplia gama de oportunidades para promocionar de curso y ser "considerados" en la calle. Gracias a esa ley se hicieron millones de adaptaciones curriculares (en el lenguaje coloquial, refuerzos educativos) para que los menos capaces - ya fuese por factores genéticos o ambientales - tuviesen esperanzas para aprobar. A través de la LOGSE aumentó la capacidad de raciocinio en detrimento de la memoria. Se incentivó el trabajo en grupo y se consiguió una educación más igualitaria para todos. Se protegió al débil, al menos capaz, al que más lo necesitaba sin dejar en el arcén al más aventajado. Se descongestionaron los colegios y se eliminó el estigma social de la FP. Se acabó, de una vez por todas, con los Centros de FP - centros de segunda - y se crearon ciclos formativos de corta duración. Ciclos dotados de una educación práctica para la inserción laboral. Gracias a la LOGSE, la FP consiguió el prestigio deseado y miles de alumnos encontraron en esta oferta educativa su trampolín para los paraninfos o la nómina deseada. Ahora bien, ¿fue todo un camino de rosas? No. La ley de Felipe siempre estuvo criticada por la falta de presupuesto. A día de hoy, en la Comunidad Valenciana existen cientos de centros con “aulas barracones". La LOGSE no sirvió para atajar el fracaso escolar. Tampoco ha servido la LOE; ni la Ley de los setenta.

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