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Las Misas de hoy, rituales de Sangre de ayer

José Vicente Cobo
Vida Universal
miércoles, 13 de septiembre de 2006, 21:54 h (CET)
Las misas representan la falsificación más grave e importante de la enseñanza de Jesús de Nazaret. En lo que se denomina «el sacrificio de la misa», la Iglesia ve lo que ella llama ponerse de modo simbólico y sin angre en la situación del sacrificio de sangre de Jesús en la cruz. En cada misa este sacrificio de angre vuelve a ser tematizado y simbolizado. Se trata de una idea del sacrificio que proviene del paganismo.

Originalmente fueron sacrificios humanos, después fueron sacrificios de animales y después volvió a ser un sacrificio humano, esto es, el sacrificio del Hijo de Dios. Se dice que Él habría venido a la Tierra para morir como «cordero de sacrificio», para reconciliar a los hombres con Dios, como lo anunció san Pablo y como fue acogido por la Iglesia durante siglos y que por ello hoy en día cada católico común y corriente lo acepta. Si uno pregunta: ¿Por qué vino Jesús a la Tierra?, la mayoría responderá diciendo: «Para morir por nosotros, puesto que sólo así Él podía redimirnos».

Pero como sabemos, Jesús de Nazaret no vino a la Tierra para morir, sino que para fundar el Reino de Paz, el Reino de Dios en la Tierra. Él vino para traer a los hombres la Buena Nueva, la enseñanza que conduce a toda persona a una vida en el Espíritu de Dios, a la paz, a la gran unidad de la vida, y, sobre todo, a Dios en su interior. Sabemos esto a raíz de las manifestaciones divinas para el tiempo actual a través de Gabriele. Incluso lo sabemos todavía por más de un texto del Evangelio, sobre todo de los escritos apócrifos.

Esta idea del sacrificio de sangre, esta «mística de la sangre», se podría decir que vino al llamado cristianismo a través de san Pablo. Quien cree en esta idea del sacrificio, no representa a la enseñanza de Jesús sino que representa a la doctrina de san Pablo. Esta es la falsificación más grave que se ha hecho de la enseñanza de Jesús. Pues aquí se hace como si existiera un Dios iracundo que es tan brutal y cruel que exige que Su propio Hijo sea una víctima expiatoria y por ello lo envía a la Tierra. No hay nada peor y más brutal que esta aseveración.

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La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.

 
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