¿Se imaginan que la Fiesta Nacional de España (o Día de la Hispanidad) se celebrase el 1 de abril en lugar del 12 de octubre? ¿Alguien entendería que se conmemorase el fin de una Guerra Civil con unos vencedores y unos vencidos, es decir, con una rendición, en lugar de un acuerdo pacífico entre ambas partes? ¿Por qué no es el 23 de abril el día de la Comunidad Autónoma catalana, en lugar del 11 de septiembre -fecha en la que se puso fin a la Guerra Civil española de principios del siglo XVIII-?
El pasado lunes, 11 de septiembre, Albert Rivera -presidente del Partido de la Ciudadanía- proponía, desde el mismo atril que poco antes habían parlamentado el historiador Gabriel Jackson y el profesor de Derecho Constitucional Francesc de Carreras, presentados por María Teresa Giménez Barbat, el cambio en el calendario del día de la fiesta de Cataluña. Decía, Rivera, que el 23 de abril, festividad de San Jorge, era el día idóneo para celebrar en conjunto, todos los catalanes, algo en común. Era, decía, el día de la rosa y el libro. ¡Qué mejor día para celebrar una fiesta de una Comunidad Autónoma!
El 23 de abril es un día señalado en el calendario. Es el Día Internacional del Libro, el Día de Aragón, el Día de Castilla y León, el Día de San Jorge (patrón de Cataluña). En ese mismo 23, del mismo mes, fallecieron los dos más grandes escritores -probablemente- de toda la literatura universal: Cervantes y Shakespeare -si bien este último según el calendario juliano-. Pero también el 23 de abril dejó de respirar Garcilaso de la Vega y Alejo Carpentier, separados por más de tres siglos y medio, claro. Y, en 1981, ese mismo 23 de abril nos dejó uno de los catalanes más universales: Josep Pla. ¿Necesitamos más para que el 23 de abril sea la fiesta de todos los catalanes?
No deja de ser curioso como, casi tres siglos después, se conmemoran y celebran los hechos de 1714. Sobre todo porque se hace sobre una falsificación de la historia de una manera excesivamente burda y tosca, pero que cala en la sociedad ayudados -subvención mediante- por la prensa regional. Por la mañana, el 11 de septiembre, partidos políticos, clubes deportivos, asociaciones cívicas y todo tipo de grupos asociativos -la mayoría, cuando no todos, nacionalistas o separatistas-, acuden a depositar flores y coronas a los pies del monumento dedicado, en Barcelona, a Rafael Casanova. Y, no lo entiendo. Dejando de lado que 1714 supuso una mejora económica y social para la Cataluña de todo el siglo XVIII -¿dónde está la izquierda catalana para reivindicar que 1714-1716 supuso una victoria de las clases sociales más bajas frente a las oligarquías?- , y que en esa guerra de sucesión no existían las libertades individuales, todos eran súbditos del rey de turno. Digo, que no entiendo que rindan pleitesía, ahora casi tres siglos después, al mayor botifler -podemos traducirlo por traidor, en el lenguaje nacionalista catalán- de toda la historia del nacionalismo catalán. Casanova, seguidor y defensor de los privilegios, y privilegiados, que defendía la oligarquía catalana que apoyaba al archiduque -luego emperador- Carlos, fue pactista hasta unas semanas antes del fin de la guerra, y huyó de Barcelona al ver que su vida corría peligro una vez derrotada la ciudad. Pero ¡fíjate qué malo era Felipe V y que bueno nuestro botifler! que Casanova volvió con el perdón del rey y pudo ejercer como abogado en Sant Boi de Llobregat (San Baudilio de Llobregat) apenas cinco años después de aquél fatídico 1714. Todo un ejemplo de héroe.
El 11 de septiembre no hay nada que celebrar. Nada, al menos, al estilo de conmemoración que una a todos los ciudadanos de una región. El 11 de septiembre de 1714 fue el fin de una Guerra Civil, que decidía qué rey se ocuparía de la Corona española y mantendría a los ciudadanos como súbditos. El 11 de septiembre de 1714 supuso el fin de una guerra entre catalanes, que los había -como en la Guerra Civil del siglo XX- en los dos bandos, y de una gran mayoría de mercenarios.
De esta manera el 23 de abril es el día más indicado para una celebración ciudadana como la del Día de Cataluña, como apuntó Albert Rivera desde la tarima. Sin divisiones. Sin dos bandos. Con la gente por las calles de la Comunidad Autónoma regalándose una rosa y un libro. Acudiendo a la historia y al mito -de San Jorge-. ¡Qué bonito sería!
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