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En Cataluña existe un sentimiento independentista, pero no hay una evidencia cuantificable que legitime la autodeterminación

Entre la espada y la pared

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Cataluña se encuentra entre la espada y la pared. Por un lado; existe un sentimiento independentista, pero por otro; no existe una evidencia cuantificable que legitime la autodeterminación.

El problema - decía esta mañana Andrés - no está en el "derecho a decidir" sino en la ausencia de instrumentos legales para su ejercicio. En días como hoy, el baile de cartas entre Mas y Rajoy no ha servido para alterar la silueta ilustre del país. No ha servido, y digo bien, porque mientras no se cambien las tornas legales seguiremos en una espiral, de "dimes y diretes", sin ningún final feliz. El escudo del "no podemos hacer nada", en palabras de Santamaría, invita a la Crítica a reflexionar sobre los escollos existentes entre: leyes y moral. Si leemos atentamente los argumentos del Ejecutivo para desmontar el órdago separatista, nos damos cuenta que el argumento de autoridad - o dicho de otro modo, “el referéndum autonómico no lo contempla la Constitución" - sirve a las élites del poder para frenar los caballos al "sentir catalanista". Decimos el "sentir catalanista", entre comillas, porque los mimbres jurídicos disponibles, hoy, impiden cuantificar cuántos “sí” y cuántos “no” están en contra o a favor de la libertad - independencia, separación; o como ustedes lo quieran llamar- de Cataluña.

Así las cosas, estamos - como dicen en los mentideros callejeros - ante la pescadilla que se muerde la cola, ni "palante" ni "patrás". La cuestión catalana, como se conoce en los foros académicos, se resolvería con el siguiente protocolo. En primer lugar, antes de tocar puntos y comas de la Carta Magna, debemos tener el arma legal de "preguntar". Preguntar al pueblo, y en ello incluyo tanto a Cataluña como al resto, acerca del si queremos una España sin Cataluña o, dicho de otro modo, si Cataluña quiere seguir dentro de los dominios españoles. Hecho esto, o sea, formulada la pregunta incómoda al conjunto ciudadano, estamos en condiciones de, a): quedarnos como estamos - con Cataluña en nuestras líneas - o, b): cambiar nuestra silueta por una España descatalanizada. Esta pregunta social solamente puede hacerla, con los mimbres sobre la mesa, el gobierno de Rajoy. Rajoy, es quien tiene la sartén por el mango, o dicho más fino, la potestad legal para que haya un referéndum popular acerca de la cuestión.

En el supuesto de que saliese el "sí", pasaríamos al siguiente paso: la independencia de Cataluña. Para ello, para materializar la voluntad popular es condición necesaria - como todos sabemos bien - que se realice una reforma constitucional. Reforma rígida, en términos jurídicos, pero, al fin y al cabo, posible. Posible, decía, siempre y cuando el referéndum planteado tenga carácter vinculante para una posterior reforma: sí o sí, del articulado referente a las autonomías. Llegados a este punto, cabe preguntarnos: ¿Estaría Rajoy dispuesto a correr el riesgo de preguntar al pueblo desde la ideología centrista de su partido? Probablemente, no. ¿Aceptarían los independentistas un "no" por respuesta, fruto del plebiscito? Probablemente no. No porque los destinatarios de la cuestión han sido todos los españoles y ello, aplicando el sentido común, es un sesgo difícil de corregir por el peso de Cataluña en nuestro PIB.

Nos guste más o nos guste menos, queridos amigos, Cataluña se encuentra entre la espada y la pared. Por un lado; existe un sentimiento independentista, indudable y manifiesto en La Diada, pero por otro; no existe una evidencia cuantificable que legitime la autodeterminación. No lo existe porque, como hemos dicho antes, la herramienta legal de preguntar solamente pasa por La Moncloa. Y si pregunta la Moncloa, el no es más que probable. Así las cosas, la respuesta, por carta, de Rajoy a Mas se podría resumir, sin tanta retórica barata, en dos puntos claves: 1-"Dar largas a Artur" - como dirían en mi pueblo -hasta que la tormenta y la fiebre separatista retorne a su enfriamiento; 2- "Dar un caramelo a Mas", o mejor dicho, prometer al President más concesiones autonómicas, en términos de dinero, para mantenerle contento y disuadir la propuesta. Atentos.

Entre la espada y la pared

En Cataluña existe un sentimiento independentista, pero no hay una evidencia cuantificable que legitime la autodeterminación
Abel Ros
martes, 17 de septiembre de 2013, 07:50 h (CET)
Cataluña se encuentra entre la espada y la pared. Por un lado; existe un sentimiento independentista, pero por otro; no existe una evidencia cuantificable que legitime la autodeterminación.

El problema - decía esta mañana Andrés - no está en el "derecho a decidir" sino en la ausencia de instrumentos legales para su ejercicio. En días como hoy, el baile de cartas entre Mas y Rajoy no ha servido para alterar la silueta ilustre del país. No ha servido, y digo bien, porque mientras no se cambien las tornas legales seguiremos en una espiral, de "dimes y diretes", sin ningún final feliz. El escudo del "no podemos hacer nada", en palabras de Santamaría, invita a la Crítica a reflexionar sobre los escollos existentes entre: leyes y moral. Si leemos atentamente los argumentos del Ejecutivo para desmontar el órdago separatista, nos damos cuenta que el argumento de autoridad - o dicho de otro modo, “el referéndum autonómico no lo contempla la Constitución" - sirve a las élites del poder para frenar los caballos al "sentir catalanista". Decimos el "sentir catalanista", entre comillas, porque los mimbres jurídicos disponibles, hoy, impiden cuantificar cuántos “sí” y cuántos “no” están en contra o a favor de la libertad - independencia, separación; o como ustedes lo quieran llamar- de Cataluña.

Así las cosas, estamos - como dicen en los mentideros callejeros - ante la pescadilla que se muerde la cola, ni "palante" ni "patrás". La cuestión catalana, como se conoce en los foros académicos, se resolvería con el siguiente protocolo. En primer lugar, antes de tocar puntos y comas de la Carta Magna, debemos tener el arma legal de "preguntar". Preguntar al pueblo, y en ello incluyo tanto a Cataluña como al resto, acerca del si queremos una España sin Cataluña o, dicho de otro modo, si Cataluña quiere seguir dentro de los dominios españoles. Hecho esto, o sea, formulada la pregunta incómoda al conjunto ciudadano, estamos en condiciones de, a): quedarnos como estamos - con Cataluña en nuestras líneas - o, b): cambiar nuestra silueta por una España descatalanizada. Esta pregunta social solamente puede hacerla, con los mimbres sobre la mesa, el gobierno de Rajoy. Rajoy, es quien tiene la sartén por el mango, o dicho más fino, la potestad legal para que haya un referéndum popular acerca de la cuestión.

En el supuesto de que saliese el "sí", pasaríamos al siguiente paso: la independencia de Cataluña. Para ello, para materializar la voluntad popular es condición necesaria - como todos sabemos bien - que se realice una reforma constitucional. Reforma rígida, en términos jurídicos, pero, al fin y al cabo, posible. Posible, decía, siempre y cuando el referéndum planteado tenga carácter vinculante para una posterior reforma: sí o sí, del articulado referente a las autonomías. Llegados a este punto, cabe preguntarnos: ¿Estaría Rajoy dispuesto a correr el riesgo de preguntar al pueblo desde la ideología centrista de su partido? Probablemente, no. ¿Aceptarían los independentistas un "no" por respuesta, fruto del plebiscito? Probablemente no. No porque los destinatarios de la cuestión han sido todos los españoles y ello, aplicando el sentido común, es un sesgo difícil de corregir por el peso de Cataluña en nuestro PIB.

Nos guste más o nos guste menos, queridos amigos, Cataluña se encuentra entre la espada y la pared. Por un lado; existe un sentimiento independentista, indudable y manifiesto en La Diada, pero por otro; no existe una evidencia cuantificable que legitime la autodeterminación. No lo existe porque, como hemos dicho antes, la herramienta legal de preguntar solamente pasa por La Moncloa. Y si pregunta la Moncloa, el no es más que probable. Así las cosas, la respuesta, por carta, de Rajoy a Mas se podría resumir, sin tanta retórica barata, en dos puntos claves: 1-"Dar largas a Artur" - como dirían en mi pueblo -hasta que la tormenta y la fiebre separatista retorne a su enfriamiento; 2- "Dar un caramelo a Mas", o mejor dicho, prometer al President más concesiones autonómicas, en términos de dinero, para mantenerle contento y disuadir la propuesta. Atentos.

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